16 de diciembre de 2008

Soledades

Hace unos días leímos un artículo de Javier Marías en el que relataba su primera experiencia, después de tantos años, con internet y concretamente con los blogs. El título expresaba inequívocamente su impresión: "Una región ocultamente furibunda". Me gustaría saber qué páginas visitó, qué clase de impropelios le asaltaron para que saliera huyendo de esa red con la intención de no volver más. Blogs y foros, contesta. Y más adelante comenta: "¿Cuál es la gracia de estas tertulias escritas? ¿Ver que uno provoca reacciones? ¿Tener la comprobación inmediata de que lo que expone no cae en el vacío? ¿Llevar una vida “interactiva” (y perdonen el adjetivo)? Debe de haber mucha gente solitaria, o que aguanta la soledad -ese gran bien- pésimamente."

Entonces me pregunto, desde la primera y singular persona, qué es este espacio en donde escribo si no es un foro y apenas es un blog, pues aquí apenas existen los comentarios (la tertulia es una exageración), tengo la comprobación inmediata (por el reducido número de visitas) que lo que expongo cae en el vacío y ni siquiera busco una vida "interactiva" cuando no quiero ser conocido (y menos reconocido). Aquí no existen datos que me identifiquen más que como un personaje inventado al que llamo Habitantes, unos seres ficticios que viven en un monoambiente y de vez en cuando se asoman a la ventana para soñar el mundo exterior, con el riesgo que ese gesto implica emocional y visceralmente.

Los elementos autobiográficos existen, sin duda, porque toda escritura supone una autobiografía. Escribir es elegir determinadas palabras en un determinado orden. Ese proceso viene condicionado por unos factores que no vale la pena analizar porque serían inexactos, como imperfecta es la vida. Uno de los principales es la soledad. Uno escribe para ser acompañado aunque sólo sea por sus propias palabras. ¿Es un bien estar solo? ¿Es un bien escribir? Estar solo no, sin duda. Porque por mucho que nos empeñemos, no lo estaremos. Cuando decimos que queremos estar solos en realidad decimos que queremos estar aislados. Es decir, no aguantamos a nadie más, estamos cansados de que nos agredan por solo cruzar por la misma senda que otra persona y quisiéramos escapar. En cambio, cuando decimos que estamos solos decimos en realidad que nadie nos acompaña, estamos solos en medio de una multitud que no nos percibe y que tal vez contenga a alguien que se sienta como nosotros. Por eso la soledad no existe, existen las soledades, repetida en uno mismo y en los otros, los alter ego, mon semblant, mon frére, que dijo Baudelaire con sinceridad y ahora reproduzco yo con pedantería.

De modo que este Diario de monoambiente, que no es diario ni monoambiente, no se sabe lo que es, pero se conforma con ser divertimento, compañía, la falsa soledad de las palabras unidas entre sí, que siempre están dentro de un texto, y acepta ser el momentáneo recuerdo de quienes lo lean con el convencimiento de escribirse, sin la necesidad de definirse.

P.D.: El artículo de Marías ha provocado la previsible e incendiaria reacción de los que usan este medio. Pongamos como ejemplo la opinión de Escolar.net, Moleskine literario, El Post, Guerra Eterna, Blogpocket y El blog de Ramón Rey. Queda esto como curiosidad. Yo ni replico ni me ofendo. Ni siquiera me siento aludido. Prefiero leer y escribir acerca de otros asuntos.

2 de diciembre de 2008

Por la calle Florida

- Los bebiiiiitooos

- Cambiocambiocambio

Que se respete
el Acta Salarial 2008
Pago de falla de caja
en moneda extranjera
Salarios:
Banca Privada = Banca Pública
¡NINGÚN DESPIDO
EN NINGÚN BANCO!

- Lamáquinasacapeluuusaaaaa


URANIO
Córdoba en emergencia
La provincia de Córdoba es uno de los principales reservorios de URANIO

EL URANIO contamina gravemente durante su explotación
EL URANIO contamina gravemente durante sus usos en centrales nucleares y armamentos bélicos.
Sus derivados, como el plutonio 239, son estratégicos en montajes de aniquilación masiva.

NO A LA EXPLOTACIÓN DE URANIO

- Crrrrr crrrrrr crrrrrrr la bolitaaa de modaaaa

REPÚBLICA DE FINLANDIA

Envenenarán el agua, el aire y la tierra que nuestros hijos y nosotros consumiremos. No dejemos que los piratas finlandeses dividan a dos pueblos hermanos para dominarlos y robar nuestros recursos naturales.
Uruguayos y Argentinos luchemos juntos defendiendo nuestra calidad de vida y modelo productivo instalado desde hace décadas.
NO BOTNIA
NO A LAS PLANTAS DE CELULOSA

PAREN DE FUMIGAR
La creciente expansión de la soja RR sobre más de 18 millones y medio de hectáreas, ha barrido con los cinturones verdes productivos que oficiaban como barreras frente a los impactos de agricultura. Estos espacios periurbanos contenían montes frutales o de leña, criaderos de animales pequeños, tambos y chacras. Ahora los monocultivos llegan a las primeras calles de las localidades y las fumigaciones aéreas o terrestres, impactan en forma directa sobre las poblaciones y siembran en ellas el cáncer con impunidad. Las máquinas fumigadoras se guardan y se lavan dentro de las zonas urbanas y los venenos contaminan el agua que se bebe. Los aerofumigadores suelen decolar de los aeroclubes de las propias localidades y cruzan los pueblos chorreando venenos cuando se dirigen o cuando retornan de sus objetivos, no importa que la Ley lo prohíba, porque el poder económico de los sojeros parecer estar en la Argentina, muy por encima de la Ley. Los granos se almacenan en silos ubicados en medio de los pueblos, y se diseminan con el venteo diario de partículas tóxicas que enferman y matan a los vecinos. Caravanas de camiones cargados de porotos de soja cruzan los pueblos hacia los puertos, dejando a su paso regueros de muerte en las poblaciones.

27 de noviembre de 2008

Nana

Calor. Desde hace unos días ésa es la palabra recurrente. Vino lo que suele llamarse una ola de calor y ella está arrasando la ciudad a sus treinta y pico grados que entorpecen los sentidos y nos postran en la suprema apatía de los personajes de García Márquez, ésa de los que esperan en vano la salvación mientras se les pasa la vida por detrás.

Así que ese adormecimiento vamos a sustituirlo por la sensación más agradable de las nanas, que es la voluntad de dormirse bajo las palabras de una voz querida, confiable y siempre próxima. Ante la nana bajamos la guardia porque no hay nada que temer, nada nos hará daño. Es la intención de olvidarse de todo para que sólo exista ese deseo: duerme, duerme, yo estoy aquí. Cuando la nana viene todo está bien, la nana da una extraña calma de conocerlo todo. Su presencia explica el mundo, es decir, el mundo soñado de, pongamos, cuatro minutos y medio.

Que es el tiempo por el que transcurre la "Nana de lluvia", ya que hablábamos de Carlos Núñez el otro día.

Es una canción boba y más en la voz de Anabela. El aire kitsch no se lo quita nadie: por lo visto, el director del vídeo tuvo un día de iluminados encantos al que, justamente, le faltó una nana. Y sin embargo, siendo boba no deja de tener una verdad, quién sabe, la letra, la música, algo extraño, algo conocido, algo que nos conmueve y nos invita a soñar y a ser bobos, pues no está mal serlo de vez en cuando, y así nos creemos la letra y hasta la música (el vídeo no, ya es creer demasiado).

19 de noviembre de 2008

Carlos Núñez & amigos

¿Qué es lo que convierte a un artista en excepcional? Su capacidad de conmover, de crear un fenómeno artístico como nadie más puede hacerlo. Eso podría ser.

Anoche los habitantes soñaron que asistían al concierto de un músico excepcional. Por eso aún tienen capacidades de expresarse, pues nos quedamos mudos, sin más recursos que el del balbuceo. Nuestra mente fluctúa como la cámara de este vídeo, de alguien que pareció soñar lo mismo que nosotros:



Así que vamos a pasear un poco. Blablabla blabla blabla blablabla bla bla bla.

De repente estamos en un bar irlandés, en la Navidad de 1829. Arriba todos. Las cervezas se entrechocan y hay un loco que ha confundido la gaita con una jarra y se la bebe para fuera de sí, está poseído por un reel, a ver quién le para los pies ahora si no se le ven, siempre es viernes en toda la pantalla, como quien levanta la mano y con ella el brazo y con ella la cabeza, la cabeza tiene una efervescencia blanca entre el entramado de luces y tramas, el cañón que ilumina el cielo y la imagen borrosa y para qué contar más si ya está todo dicho y aún no se ha dicho nada.

Uuujummmmmm

Que prevalezca ese recuerdo y se olviden las pesadillas, no sea que uno se confunda con la realidad.

15 de noviembre de 2008

El viento en el oído

A ver cómo se viste la gente, dice uno de los habitantes mientras se asoma a la ventana. Los cristales han estado abiertos de par en par toda la noche; sube la persiana y el viento que la sacudía lo recibe de lleno en la cara. Su piel se tensa, se dilatan las aletas de la nariz y los sonidos del día recién creado vienen filtrados por un silbido incansable, viento pertinaz de conmoción y explosión de la mañana. Un nuevo movimiento anima el día. Las plantas en las terrazas. Los cables eléctricos, las bolsas, los papeles.

La habitación también ha despertado y ahora está sembrada de pelusas y motas de polvo nunca vistas que han surgido de los lugares más recónditos e inaccesibles. Campo minado. Caminen con cuidado. Peligro, peligro.

De este modo, la nueva gravedad del planeta requerirá una readaptación de los sentidos. Sobre todo del sentido del frío, que ha llevado consigo las mangas largas sobre los brazos desnudos. Las predicciones anuncian que habrá un descenso considerable de las temperaturas, con la correspondiente recesión del calor y el aumento de la alegría ante el momentáneo cambio climático.

Qué bueno, este mundo vuelve a ser habitable, pregonan las noticias.

¿Serán entonces tan sencillas las otras soluciones? ¿O habrá que buscarles la vuelta, como a cada frase que escribimos?

P.S.: Al salir a la calle, la primera frase escuchada en la típica verborrea argentina es, inevitablemente, si fuera un viento de calor aún pero hace un frío de cagarse.

1 de noviembre de 2008

Cortázar, siempre

No solemos copiar citas de otros libros (y menos tan largas), pero hay un inicio (uno de los posibles inicios) del libro fundamental, aquél que llegó en el momento adecuado para cambiarnos la vida. En nuestro caso fue Rayuela, de Julio Cortázar, para quien aún no lo haya descubierto. Parece ser que comenzaba así:

"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiró con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver , a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos."

Pero quizás no se haya acabado, pues tenemos la página en blanco y la página escrita, los recuerdos mojados en un rincón, esperando a que los seque el aire o un viaje a un lugar improbable como Japón. Leemos a Cortázar y siempre está inalterable y blando entre nuestras manos, esperando romper una vez más los convencionalismos, aliarnos con el encuentro casual, una vez más, más allá de los errores y las repeticiones y para qué decir más si aún no se ha acabado.

21 de octubre de 2008

Cambio de hora











Hay días en que uno no sirve para nada.
Uno se levanta, se ducha, desayuna. Y sigue sin servir para nada, pese a los intentos de purificación y de renovación.
Entonces sobreviene algo molesto, como la lluvia golpeando el cristal, los surfeos de los coches en la calle o el vecino golpeando algo como si fuera a arreglarlo. Y entonces claro, ya tenemos excusa: eso no nos va a dejar hacer nada, por eso uno no sirve para nada.

Pero si uno piensa (lo cual no siempre es fácil) y recuerda (lo cual aún puede ser más difícil) se dará cuenta de que alguien, hace unos días, decidió que había que adelantar una hora de los relojes con la finalidad de ahorrar energía o aprovecharla, no queda muy claro. Ese dictamen salomónico fue aceptado por la mitad del país, de modo que ahora dos husos de horario: el oriente es una hora más, el occidente una hora menos.

Ante tamaño despropósito festivo se entiende mejor que llueva después de semanas sin una gota, los coches enmudezcan y enfermen de mar y el vecino se convierta en un artista del martillo. Y que uno no sirva para nada, a la espera de que se le recomponga la descajetada caja de música mental con que se mueve cada día.

15 de octubre de 2008

Catálisis

Mutaciones de la historia
Ponemos una canción a propósito
que suena como nosotros queremos
porque por alguna razón hemos elegido escucharla,
Diacronía endógena
y la canción comienza a sonar
y el aire hasta suena distinto a como era antes,
hasta que sucede algo que quiebra la canción,
Contratiempo
el timbre de la puerta, el timbre del teléfono,
Desde el momento
una noticia en la tele, una noticia en la radio
y lo que era canción
ahora es un té
o es una chaqueta sobre los hombros
o un nudo en el estómago
y de repente no entendemos nada salvo la canción
En que hay un cambio
o lo entendemos todo salvo la canción,
que se repite con insistencia pero ya no suena igual
porque se ha hinchado de vida y de muerte
Modulaciones de la existencia
y de otras escenas
que sin ser nosotros ya forman parte de nosotros mismos,
La simultaneidad de lo plural
como la propia canción.

13 de octubre de 2008

Mímesis

Acabo de descubrir por casualidad (como suele pasar con los descubrimientos) una nota sobre un tema que traté hace días, expuesto de una manera más sistemática y reflexiva. Eso me da pie a pensar, una vez más, en lo que consideramos plagio y original, esas palabras que, como todas, vagamente sabes qué significan, pero que usamos a menudo para condenar o glorificar a alguien. Así, de manera sistemática y reflexiva, se me ocurren unas consideraciones sobre estas historias.

1. Si alguien más habló de algo que tú también pensaste es que era algo lo suficientemente interesante como para ser pensado más de una vez.

2. Si alguien más habló de algo que tú también pensaste es que era algo tan obvio que cualquiera podría darse cuenta.

3. Si alguien más habló de algo que tú también pensaste es que era algo que alguien más pensó antes que tú, alguien que no habrás conocido como, a su vez, quien lo pensó después de ti tampoco te ha conocido.

Dicho lo cual la mejor dicha es enmudecer y luego repetirse hasta el infinito en el círculo de ignorancias comunes.

9 de octubre de 2008

Crisis

En solidaridad con la crisis financiera mundial, los habitantes se suman a ella con la súbita recesión de sus fondos. Parece debido a un duplicado de la tarjeta, a una estafa o quizás, sencillamente, a la mediocridad del sistema, entendido como sistema económico y sobre todo social que conmueve a la humanidad.

Esta mañana hemos leído una nota que encajó con el tema de tal manera que pidió ser reproducida. Aunque quien crea en las casualidades es quien desconoce los motivos. La cita, pese a ser un poco larga, vale la pena reproducirla:

"Hay valores rivales. Son por ejemplo: el poder político, que no siempre está de acuerdo con el valor espíritu, el valor seguridad social, y el valor organización del Estado.
Todos esos valores que suben y bajan constituyen el gran mercado de los negocios humanos.
Entre ellos, el desdichado valor espíritu casi no deja de bajar.
La consideración del valor espíritu permite, como todos los valores, dividir a los hombres según la confianza que pusieron en él.
Hay hombres que depositaron todo, todas sus esperanzas, todas sus economías de vida, de corazón y de fe.
Hay otros que se le han consagrado mediocremente. Para ellos, es una inversión sin demasiado interés, sus fluctuaciones les interesan muy escasamente.
Hay otros que se preocupan extremadamente poco por ellas, que no pusieron su dinero vital en este negocio.
Y por fin, hay que confesar que están quienes lo hacen descender lo más posible." (Paul Valéry: “La libertad del espíritu”, p.29)


Entonces es así, es evidente. Muchos hablan de crisis pero las verdaderas pérdidas, las pérdidas irreparables, de ésas no se habla. Me refiero a las que trascienden del carácter de uno mismo, de lo que nos convierte en simpáticos, agradables, queridos, buscados. El valor de una persona no tiene medida ni cuenta corriente, el verdadero valor de una persona consiste en hacer sentir mejor a las otras personas, es decir, en mejorarlas del mismo modo en que uno mismo sana sus imperfecciones de la basura del ser íntimo y común. Es decir, en este sentido de otra nota de Valéry, del mismo texto, copiada poco después:

"El hombre que tiene un empleo, el hombre que gana su vida y que puede consagrar una hora por día a la lectura, la haga en su casa, en el tranvía o en el subte, la hora es devorada por las noticias criminales, necedades incoherentes, chismes y los hechos menos diversos, cuyo desorden y abundancia parecen concebidos para atontar y simplificar groseramente los espíritus." (p.47)


Esa mediocridad es la que no nos deja ser como deseamos, es esa misma mediocridad la que impide expresar estas mismas palabras (porque estas palabras no bastan y hay que recurrir a las de Valéry), pues el concepto de mejorar es muy vago. Bastaría con abrir una puerta, servir una comida, escribir algo que magnifique al lector, hacerle sentir eso que también, de forma vaga, llamamos ser especial. Y, por fin, ser digno de recibir las gracias, al margen del sentido social, económico, religioso, ecuménico, tópico y teórico-práctico de la vida, con todo su sentido.

3 de octubre de 2008

La música por la mañana

Hoy me he despertado John Lennon. No sé si os pasará que a veces, de repente, una canción se os pasea por la mente sin motivo alguno, de tal manera que se sucede a medida que salimos de la cama, damos los primeros pasos al baño, nos duchamos, nos vestimos, desayunamos, hacemos todos esos ritos cotidianos y la canción sigue latiendo en nuestra mente. Si tenemos suerte conservaremos la sensación durante horas, si es que no hay un ruido (es decir una voz, una noticia, una estridencia cualquiera) que raye el disco como nos han mostrado en las películas. Claro que apenas ya quedan discos, pero el efecto en el mp3 no deja de ser igualmente terrible.

Bueno, eso es lo que ha ocurrido hoy, salvo que aún no ha venido ningún ruido a importunarme.

A mí no me gusta especialmente la música de John Lennon ni la de los Beatles ni la de sus epígonos con mejor o peor fortuna. Los considero unos músicos sobrevalorados. Compusieron un puñado de buenas canciones, está bien. Impusieron una estética, fueron más famosos que Jesucristo, de acuerdo. Pero no tienen el estatus de genio (en realidad habría que pensar a qué pocos se les puede aplicar ese calificativo) y cuando escucho una de sus canciones, en el mejor de los casos no me produce más que una sensación de bienestar que en modo alguno es comparable a la de otros músicos.

Pero hoy me he despertado con una canción de John Lennon bailando en mi cabeza, así que he ido al ordenador, la he puesto y esa canción ha llamado a otras similares porque ha estado bien escucharla, no para derretirse como el queso ni para derramarse como la leche pero bien, todo bien. Entonces he escuchado ésta:



Y sí, me he sentido bien. Como si no fuera posible estar de otra manera. Creo que esto es lo mejor que se puede decir de una música: que te haga olvidar las basuras de otros días y no haya más alegría ni más dolor que el de esa música, con toda su carga emotiva. Es pensar en el rincón, en la figuración, en la sensación, en el botón, en la fusión, dónde termina lo soñado, dónde lo vivido si esto no es ganado ni perdido, si esto ya tiene un cierto ritmo de...

Esa música me conduce a otra que prolongue el afecto, ahora que tengo las defensas bajas una sobre el amor, y que lo sienta again and again and again.



Y siguiendo con el amor, de allí surge el hijo, el hijo imaginado.



Para, de alguna manera, llegar a un karma instantáneo.



Lástima que dure poco esa sensación. Tan poco que, sin ruido alguno, se haya diluido antes de que terminara esta mudanza. Esperaré que vuelva pronto.

30 de septiembre de 2008

Sendas de Buenos Aires

Vagamos de bar en bar buscando el lugar idóneo para comer. Al final nos decidimos por uno con amplia entrada, una antigua casa reconvertida en lugar común. El patio era gris, mojado por la lluvia que había caído poco antes, y en el interior no había más que dos mesas ocupadas, en esquinas opuestas.

Nos sentamos en un pequeño reservado, una mesa que daba a una amplia ventana: el marco del patio, el marco de la mañana.

Llegó la comida, la comida se fue. Sonaba música de los ochenta, es decir sobre todo de los ochenta, porque justamente uno de los habitantes recordó una canción de 1971 con la que hace unos años se reconcilió, que es una manera benévola de decir que la descubrió hace poco.



Por qué ésta, quién sabe. Se le presentó simpática y se quedó a dormir algún día. Y eso fue todo.

Luego vinieron otras, las de los ochenta que antes mencionamos, y ésas ya no sonaron tan bien. Con la música ocurre como con los libros, que tienen que estar en el momento adecuado para gustarnos o si no pasan por nosotros como una polilla, que ni se vio y sólo dejó una huella desagradable. Y entonces sí nos asomamos por la ventana, y ahí surgió Buenos Aires como una calle vulgar y fría. Los vecinos habían dejado crecer un árbol en la acera con el propósito de que diera sombra y, si fuera posible, aire. Lo que suele llamarse un pulmón. Pero el árbol era monstruoso, cubría totalmente las dos primeras plantas, incluyendo los balcones, y bordearlo se antojaba un trabajo forzado. Era raro: algo tan hermoso, convertido en un trazo urbano por alguien que no quería ni la naturaleza ni la ciudad.

Con el paso de las notas de música y de las gotas de lluvia fuimos trazando en un folleto, hallado en la bolsa de viaje, unas frases que fueron líneas que fueron versos, triángulo en cuyo vértice convirgió un poema. La discreción me hace dejar el tema.

Árbol de aire,
fútil calle sin brillo
La ciudad verde.

25 de septiembre de 2008

Aprendices






Tiempo atrás, los habitantes se empeñaron en aplicar en nuestra gata el método de aprendizaje de Pavlov que éste usó en un perro. El método en sí consistió en provocarle al pobre animal (nos referimos al perro) un estímulo con un objeto arbitrario, que en ese caso fue relacionar la hora de comer con el sonido de una campanilla. De esta manera el experimento científico fue un éxito y se logró que el cánido comenzara a salivar hasta babear con el simple sonido campanudo.

En nuestro caso, nos propusimos reconducir la conducta de la gata-perra cuando enloquecía y asaltaba la casa, es decir cuando en cuestión de segundos se afilaba las uñas en los sillones, botaba de la cama a la pared y tiraba al suelo cualquier objeto de la mesita de noche; todo ello acompañado de inequívocos maullidos para atraer la atención de los habitantes. Pero los habitantes se ve que no eran capaces de apreciar las cualidades expresivas de la gata-perra, así que recurrieron al método de Pavlov de la siguiente manera: se empeñaron en relacionar la amonestación con una escoba.

El proceso se dividía en dos fases:

En primer lugar la escoba tenía que ser una amenaza. Eso fue fácil. Si algo no soportan los gatos (y menos la gata-perra) son las escobas, como también ocurre con las aspiradoras. Esos bichos inertes que se arrastran por el suelo devorando placton terrestre son tan monstruosos a la altura de un palmo que no hay quien resista su presencia. Para qué dar más detalles.

La segunda fase era más complicada. Se trataba de no tener que buscar la escoba cada vez que había que reprender a la gata-perra y por eso se pretendió aúnar significante y significado, de modo que los habitantes se dedicaron a atormentar a la gata-perra gritando ¡escoba, escoba! y esgrimiendo el objeto en cuestión, hasta que la víctima se rendía y salía huyendo.

Las pruebas iniciales fueron esperanzadoras. Al simple sonido de ¡escoba, escoba! la gata-perra dilataba sus pupilas y alzaba la cabeza, temiendo que en cualquier momento apareciera el temible depredador. Pero fue en vano. Enseguida la reacción de la paciente pasó a ser una mirada incrédula de "qué le pasa a éste" para enseguida convertirse en "andate a cagar". Un fracaso rotundo. Había que revisar las notas.

Hoy en día la gata-perra campa a sus anchas por la casa. Es la reina de la noche. Pero después de todo ha aprendido algo. Ahora es más sutil. Hace lo que quiere sin que nadie se dé cuenta.

16 de septiembre de 2008

Algunas maneras de perder el tiempo

Resulta que hay que hacer algo, lo que sea pero hay que hacer algo, pues nos recuerdan que hay que aprovechar el momento, que la vida no se repite y esos motivos del carpe diem. Y es verdad. Sólo que así como el tiempo es nuestro nosotros disponemos de él como queremos y no tenemos la obligación de emplearlo en algo trascendental, también hay que reivindicar que podemos aprovechar el tiempo en lo que queramos (pero no siempre, eh, dar todo el tiempo por perdido es... una pérdida de tiempo), sobre todo cuando queremos que pase rápido y no sabemos cómo. Así que ahí va una propuesta sobre cómo perder el tiempo.

1. Ordenar la casa o la habitación. Es una de las pérdidas de tiempo más absurdas, la satisfacción es tan efímera que a poco nos movamos ya vuelve el caos con un vaso sobre la mesa o aparece una mota de polvo escondida.

2. Estar en un lugar donde se supone que estamos por algo. Esto supone la incredulidad de los que nos preguntan qué estamos haciendo y, ante la insistencia en nuestra postura, la incomprensión y hasta la perpetua sentencia de que padecemos un insufrible caso de estupidez.

3. Cantar. Cuando no somos cantantes, se entiende. Y cuando no cantamos mientras realizamos otra acción. No es cantar mientras trabajamos. Es trabajar para perder el tiempo.

4. Ladrarle a la luna. Ésta tiene el inconveniente de que nos tomen por locos y por eso es recomendable buscar un lugar en campo libre, donde se vea bien la luna y los demás puedan alejarse fácilmente.

5. Ser un somiatruites. Que literalmente significaría ser un sueña-truchas o ser un sueña-tortillas y por eso es preferible no traducirlo. Es el que se ilusiona con cosas imposibles o extrañas.

6. Aprender una lengua minoritaria. Sólo podremos hablarla en una pequeña región, nadie más nos entenderá, pero qué mundo descubriremos.

8. Aprender una lengua muerta. Para hablarla con los que hayan seguido nuestros pasos.

9. Acariciar nuestro gato o nuestro perro. En el caso de que él tenga ganas, claro.

10. Tomarse un té o un café. Con la correspondiente pérdida de tiempo de prepararlo uno mismo.

11. Escuchar con atención a un desconocido. Vale cualquier cosa que cuente y que olvidemos al poco tiempo del tiempo perdido.

12. Mirar por la ventana sin importar qué vemos. No confundirlo con los espías o chusmas, a no ser que pretendamos saludarles y compartir la experiencia.

13. Informarnos sobre un lugar al que no visitaremos, siendo un acción lo suficientemente compleja como para pasar de la guía de viajes.

14. Despertarse temprano en un domingo ocioso y quedarse en la cama, buscando el silencio o descifrando todos los sonidos.

15. Buscar siestas innecesarias para llenar vacíos inventados. Valga la redundancia utilitaria.

16. Contemplar una foto familiar hasta que parezca distinta a nuestra vista. Aquí además de tiempo hay que apoyarse en la paciencia.

17. Trazar siluetas de humo en el aire y borrar sus huellas. Pongamos que se acepta cualquier objeto humeante.

18. Ver de nuevo una película que nos gustó. Si no nos gustó no es pérdida de tiempo, es masoquismo.

19. Elegir el camino más largo. No sólo nos permitirá una mayor pérdida de tiempo, sino que además el placer del descanso cuando lleguemos a nuestro destino.

20. Escribir con torpe sabiduría este tratado sobre el no hacer nada.

21. Leerlo y releerlo.

8 de septiembre de 2008

Felicidad

Esta entrada no debería recordar a Coelho, Osho o Bucay, pero como tocará un tema afín a ellos no está de más avisar, no sea que demos pie a las confusiones.

Vamos allá, pues.

El chamuyo o la plática de hoy trata de algo tan trascendental como es la felicidad. Porque es terrible, nos han vendido la felicidad, nos han convencido de lo que es la felicidad y de lo que no lo es. ¿Quiénes? Yo, tú, nosotros, ellos. Las desinencias del sujeto son incapaces de aprehender ese fantasma que recorre el mundo llamado sociedad.

Lo que está claro es que la sociedad actual, tras las distopías de 1984, Un mundo feliz, Farenheit 451 y otras prudentes advertencias es una sociedad urbana y por tanto caótica. La ciudad actual perdió todo el sentido de la polis griega cuando se olvidó de la convivencia, que es el diálogo y, en esencia, pensar en el otro, en la existencia del otro.

Bueno, frenemos, que esto parece que vaya a estallar.

Me gusta ver la tele para apagarla enseguida. Es un vidrio, un espejo que sólo funciona al encenderse como una bola mágica. Lástima que el resultado sea era una vorágina de luces y cámaras epilécticas, cara-culo-cara-culo-culo-cara. Y quien dice la tele bien podría decir cualquier otra cosa, ése sólo es el ejemplo inmediato, de más a la vista. Dicho de otra manera: la sociedad actual está enferma y contagia todo lo que toca. Así, lo que debería ser cotidiano se convierte en extraordinario y sorprende como si fuera la primera vez que ocurre: saludar al vecino, sonreír al portero, devolver la tarjeta de crédito al que estuvo antes que nosotros, desear los buenos días, dejar pasar a quien coincide con nosotros en una cola o una puerta y más y más. Estas acciones sorprenden tanto al que las recibe que nos mira como diciendo, "ah, pero si habla". Y se extraña de que haya alguien como nosotros, como todos nosotros, ya dando por sentado aquello de que nadie te regala nada y que la vida hay que ganársela con el sudor de la frente. ¿Pero en qué momento nos dejamos engañar? ¿Cuándo nos olvidamos de lo que verdaderamente importa? Porque no es nada de esto que he mencionado - ni siquiera la felicidad - sino que cada uno sabe lo que es sin necesidad que nadie se lo recuerde. Es tan fácil la vida.

Fin del discurso. Olvide estas palabras y escriba las suyas.

4 de septiembre de 2008

Prórroga

En el anterior episodio, los habitantes pendían de un hilo al no saber si tendrían que mudarse del monoambiente por los ataques del infausto Doctor Amor. Pasados unos días no hay señales de vida ni de éste ni de la organización que contrató para ejecutar sus órdenes. Así que todo sigue igual.

Viendo que entonces la decisión parece ser sólo de los habitantes, pediremos una prórroga y seguiremos aquí tres meses más. Es una medida cautelar mientras buscamos el nuevo apartamento, que seguramente no será monoambiente.

Según las leyes de mercado, que es una manera eufemística de quitarse responsabilidades, todo ha subido de precio de una manera alarmante, el viento arrecia y estamos rodeados (de vete a saber qué). ¿Quién nos salvará de las zarpas de los ultrapoderosos? No se pierdan el siguiente episodio. Próximamente en sus pantallas.

2 de septiembre de 2008

¿El fin del monoambiente?

Resulta que el monoambiente tiene un dueño, físico o fáctico pero a fin de cuentas un dueño que no somos los habitantes. En el pasado mes de agosto terminó el contrato de alquiler y el Doctor Amor pretendía aumentar el precio a casi el doble. La respuesta inmediata fue buscar otro lugar que habitar, pero tras visitar varios aún no nos hemos decidido por ninguno.

En éstas que el Doctor Amor ha repensado su oferta y ahora pide un aumento más razonable: cada seis meses el precio del alquiler subirá un porcentaje hasta que dentro de dos años pagaremos el doble de lo que pagamos actualmente. Bueno, digamos que puede ser.

La cuestión es que ahora mismo la estabilidad del monoambiente es muy frágil. En esta semana hay que dar la respuesta definitiva.

En cualquier caso el diario seguirá escribiéndose, aunque sufra una metamorfosis y ya no sea más de monoambiente.

23 de agosto de 2008

La gran mentira sobre Kafka

Es algo tópico. Cuando alguien habla de Kafka tarde o temprano refiere que su muerte por tuberculosis (unos señalan la edad, 42 años; otros el año, 1921) lo salvó de los campos de concentración nazis, donde fueron recluidos su madre, su padre y su hermana. Eso parece una verdad ineludible.

En cambio, quien habla de Kafka también refiere, más temprano que tarde, que legó su obra a su amigo Max Brod con el propósito de que éste la destruyera; pero Max Brod no cumplió el deseo, traicionó a su gran amigo y ese gesto permitió que el mundo conociera la obra de uno de los escritores más importantes del siglo XX. Este dato es falso, la gran mentira sobre Kafka que se ha ido repitiendo una y otra vez. También hoy, en un artículo del diario El País a propósito de los inéditos que aún existen, guardados por la heredera del legado personal: Max Brod-su compañera Esther Hoffe- su hija Hava Hoffe.

No hay que cuestionar la fidelidad de Max Brod para encumbrarlo en el personaje romántico del que sacrifica a su mejor amigo para salvar la humanidad. Yo no soy el primero que lo dice ni que lo piensa, pero hay que desmitificar ese error, a fin de que la obra Franz Kafka se lea con honestidad y gratitud. Éste es el mejor homenaje.

Cuando uno escribe lo hace porque necesita escribir. Si es un verdadero escritor no lo hace por la gloria ni por el qué dirán. Lo hace como una manifestación vital. Esta manifestación exige ser compartida, aunque sólo sea con uno mismo en primera instancia. Enseguida habrá una segunda voz que aceptará o rechazará esas palabras ordenadas en un texto, y cuando sean aceptadas querrán multiplicarse y ser leídas por otras voces y así hasta ser infinitas, o desfallecer en el silencio de la soledad.

Kafka sentía una profunda soledad. Su lugar de trabajo era hostil, su familia no entendía qué significaban esos garabatos y el mundo inmediato, la sociedad, se preocupaba de otras cosas antes que del arte, es decir, de sí mismo. Más o menos como ahora; el mundo evoluciona muy lentamente.

En este entorno, la literatura es el puente para encontrarse con los semejantes, lo que nos hace ser humanos. Mundo sensible, mundo inteligible. El sufrimiento de Kafka se basa en la insoportable levedad del ser, digamos, que viene a ser la dificultad de soportar el sufrimiento. Por eso lo asumió enseguida, quiso ser el cuervo kavka incapaz de grandes vuelos y revolver la carroña para desentrañar la verdadera vida. Y de este modo aceptó la tuberculosis como una bendición final.

Eso no significa que no apreciara una obra escrita durante tantos años. Aceptar una enfermedad no es desear la muerte. Su obra es un fracaso, el éxito de todos los fracasos. Había leído en público su cuento "El fogonero", el inicio de la novela América, había publicado La metamorfosis, "El cazador Graco". Por tanto, no era un escritor desconocido. Incluso disfrutaba con cada nueva publicación como sólo el autor puede hacerlo.

Así, como la enfermedad iba más rápido que las publicaciones, aprovechó un día una de las habituales visitas de su amigo Max Brod y le dijo que dispusiera de todos los textos que había escrito y que durante años había guardado con sumo cuidado, con la orden de quemarlos. Le debió de decir algo así como "busca en mi escritorio todos los textos que encuentres y quémalos". "Así lo haré", le debió de contestar Max Brod. No fue necesario añadir nada más para entrever el verdadero significado de las palabras. Ambos sabían que Brod no sería capaz de llevar a cabo esa acción, pero era preciso nombrar un albacea, para que las obras tuvieran su fin adecuado. Y ése podría ser el fin de la historia si no fuera sólo su principio.

21 de agosto de 2008

Comipereztario




La comida imperfecta, el mantel que sobresale por los costados, el aire improvisado de la imperfección que sobresale por los costados de un pollo con una salsa de verduras y cebolla y el zapallo, que en España sería una calabaza pequeña verde si existiese, todo listo de cualquier manera porque no hay testigos salvo uno mismo, sobre el mantel una bandeja de madera y el plato cuadrado, blanco sobre el mantel rojo que sobresale por los costados imperfectos, salidos de la cocina aún humeante del pollo con una salsa de verduras y cebolla y el zapallo y el ajo, finamente troceado, imperfecto y casi crudo pero comestible, no está quemado y el aire sigue frío, salvo por la comida imperfecta elaborada con pereza pero con pausas, midiendo los ingredientes para que uno no llegue a destiempo, mejor tarde que temprano porque ya estaba cocido el pollo y la salsa de verduras y cebolla y el zapallo y el ajo y en el centro dos porciones recubiertas de jamón y queso, un intento imperfecto de dar un aire distinto a la presencia del plato sobre la mesa, cuyo mantel sobresale por los costados del plato blanco y cuadrado que encaja perfectamente en las manos, listo para comer, aunque sea una ración para una persona, comensal solitario de media tarde, aunque no siempre sea así, por fortuna el plato se rellena con otros ingredientes además del pollo con una salsa de verduras y cebolla y el zapallo y el ajo y las dos porciones del centro con jamón y queso y las hojas de espinaca, casi como adorno, pues apenas le da un gusto propio a esta comida imperfecta por ser la comida de uno solo y dejarse dominar por la pereza, placer solitario, comipereztario.

19 de agosto de 2008

La vida feliz



Este vídeo del belga Bert Dombrecht da cuenta de cómo la memoria existe para algo, además de otros motivos y convenciones que se parodian, la del sencillo libre pensamiento condicionado de lo que nos dan a creer, lo que nos dan a entender... esos ellos anónimos que todo el mundo sabe quiénes son pero no dónde están ni qué cara tienen.

Y.

Y antes de que esto se convierta en un sermón (¿es demasiado tarde?) habría que recordar que uno no olvida cómo juntar las palabras, y ésa podría ser la vida feliz, esa satisfacción de reconocerse en las palabras del otro y ver que todo es muy sencillo. Basta con abrir un libro (un buen libro se sobreentiende, un libro verdadero) y admirarse de cómo puede ser la vida y de cómo puede ser la felicidad.

28 de julio de 2008

Fin de partida




Síntesis de una crónica: Fin de partida, de Samuel Beckett.

Tras el fin del mundo, Hamm, ciego y postrado en una silla, vive ordenando a Clov una serie de actos cíclicos y tormentosos que sólo conducen a la desolación, mientras sus padres viven en cubos de basura, esperando también su fin, el fin de la partida. El resto es la propia experiencia, confundida con la del autor.

Hay un camino que se recorre al escribirlo. Avanzamos pero hacia dónde. Porque afuera está la muerte y nosotros seguimos aquí, aquí permanecemos. "Tengo que matar esa rata o se morirá". La obra se escribe, nace y muere en nuestras manos y este teclear es la pulsión que quiere ser leída para ganar el mundo, para ganar el mutis por el foro. Cuánta arruga, cuánto silencio tras interpelar a las palabras mañana, tarde. Pero sabemos que nos reímos y la obra se sigue creando, vamos avanzando.

Vamos avanzando, el olvido parece imposible, pues siempre habrá una escalera a la que subirse y mirar por la ventana, y la ventana muestra el exterior, lo que hay afuera, que está la muerte y está la tierra y el mar. Si no lo veo no lo creo. Pero créeme, ten fe en mí, fe en misericordia, felicidad porque sigue habiendo tierra y mar y cuando llueve la tierra se moja y es mar dulcemente distante que enseguida se filtra y se va para volver, y así vamos avanzando.

Vamos avanzando en cada párrafo. Lo que antes dijimos ya está dicho y aún queda mucho por hacer. Vamos, hay una historia que tiene que crearse y no se hará sola. Solamente hay que mirar las palabras y ahí salen, ya asomó la cabeza con sus ojos y mira y la palabra boca, que a veces se hace la remolona y no quiere abrirse, pues en boca cerrada no entran moscas y ya sabemos lo molestas que pueden ser las moscas. ¿Alguien se ha fijado en lo imposible que es acabar con las moscas? El mundo acabaría y las moscas seguirían, zumbarían y se estrellarían contra los vidrios y las luces bz bz.

Si no lo empiezo no lo acabo.

Tengo que hacer.

El qué.

Mirar la pared, donde hay una luz bz bz y anda mira, si ahora puedo ser una mosca, ya puestos. ¿Y adónde voy? No lo sé, pero las posibilidades son múltiples y desembocan. ¿Qué pasa? Nada.

En fin, mejor callar. Pero sólo por un rato, no sea que nos acostumbremos y nos perdamos en la costumbre. Y hay que seguir avanzando.

25 de julio de 2008

Sol y frío

Este título más bien parece adecuado a un mensaje, un título conciliador dirigido a alguien a quien hace tiempo que no ves, de quien apenas tienes noticia, salvo los mensajes de correo, que vendrían a ser como éste si fuera éste un mensaje.

Sol y frío esta mañana. Me levanté tarde y al mirar por la ventana vi el habitual tráfico fluido y desordenado. Vino primero el frío, puro, vestido de inocencia. Se demoró unos días pero por fin apareció y se trajo la lluvia, intensa, inmensa como una inundación. Luego vino el sol sin esperarlo y rizó la tarde. Etcétera. El mensaje vendría a ser algo así.

Pero claro, esto no es un mensaje sino una anotación de entretiempo que tiene que ver con un momento de calma, y si además es de reflexión mejor aún.

Así que vamos a ver. Pongamos que, ya que hablamos de mensajes y de sol y frío, ensayamos un haikú. Recordamos la estructura 5-7-5 del haikú tradicional, la adaptamos al pensamiento actual de naturaleza urbana y así surgiría el primer verso, "sol y frío", si no fuera porque tiene cuatro sílabas y no cinco: sol/y/frí/o. Entonces la sílaba que falta debe ser una sola palabra, quizás un artículo o una preposición o una forma verbal.

Artículos: un, el, dos, mi... No, no corresponden.
Preposiciones: de, con, tras, sin... Suena un poco mejor pero habría que pensar cómo sigue.
Formas verbales: es, hay, fui... Viene a ser como las preposiciones, depende del segundo verso.

Primera sugerencia: "compongo la mañana". Por tanto pongamos:

De sol y frío
compongo la mañana

Es salvable el resultado. Pero falta el tercer verso y de él ahora dependen los dos anteriores, que parecen formar una frase cerrada. Por tanto, el tercer verso podría ser otra frase de (recordemos) cinco sílabas. Y además debe ser una frase que provoque un cierto efecto de sorpresa, como es propio del haikú, pues hasta ahora nos movemos en lo previsible. ¿Qué podría romper este ritmo cansino? Una acción, lejos del sentido descriptivo. Una acción de lo que podría venir después. ¿Sugerencias?

La primera, un contraste con la mañana: "no anochece" o "no anochezco". No, no resulta.

La segunda, una combinación de nombre y adjetivo del mismo sintagma: "mundo vacío". Ésta tiene la ventaja de que rima con el primer verso, que también es el de cinco sílabas, aunque la rima es innecesaria en el haikú, pero si ayuda no hay que despreciarla.

No está mal el nuevo sentido que le da esta opción, como si reforzara el sentido de componer (hay una ligera oposición) y uno pudiera hacer lo que quisiera, sin atener a las previsiones, pues el día nace y uno lo hace. Y bueno, así parece que, después de todo, hemos salvado el poema y la mañana. Y ahora podemos seguir.

14 de julio de 2008

Lo nuevo y lo viejo

Y así, como era de prever, los habitantes coincidieron una vez más en la capital de la Tierra Plateada. Siendo una vez más admite que vayan entendiéndose lo que ha pasado con lo que está por pasar. ¿Qué hay de nuevo, viejo? Pues no sé, para empezar hay un nuevo diseño del monoambiente, con esa pieza de puzzle que a algunos les quema la cabeza y luego también esos colores que quizás convendría cambiar para descansar la vista. Pero eso es lo de menos.

Todo es igual. Todo es diferente. Esta contradicción tan manida salta a la vista cuando uno regresa al lugar donde estuvo y entonces hay que hacer el esfuerzo de no caer en el eterno retorno.

Es como esta misma entrada, que se comenzó en la fecha que constará de publicación, pero se ha terminado días después.

En fin, buen día, buenos días.

4 de julio de 2008

Tristezas



Parece mentira que sea más fácil escribir bajo la tristeza. Lo he pensado a menudo y lo recordé de nuevo al leer, hace poco, la misma idea en un texto de Augusto Monterroso. ¿Por que esa reivindicación de estar triste? ¿Es que, como nos dan a entender, nos sacaremos un peso de encima y nos quedará un alivio de habernos desahogado? No sé, es posible que sea así, que aquello que vertemos en el papel lo expulsemos como si lo hubiéramos vomitado y de esa purga saldremos fortalecidos tras ese estallido de debilidad. El problema es que, en un acto masoquista sin piedad, no tiramos el texto, sino que lo guardamos como una memoria (con lo asqueroso que sería guardar un vómito en un frasco) y de vez en cuando nos regodeamos al contemplarlo, nos enorgullecemos de que eso vino de nosotros (ya no, pensamos) e incluso algunos hasta nos atrevemos a otorgarle una calidad a ese desperdicio del que quisimos deshacernos.

En fin, que así como no evité librarme de los desahogos, también me impuse la condición de que no fueran los únicos, pues las tristezas, si bien a veces puede ser bueno recordarlas, no son motivo de vida; y las alegrías de algún modo contienen un rastro de belleza que hay que descubrir.

Se avecinan cambios para el monoambiente y su diario. Y todo cambio debe tener su trasfondo propicio, al margen de que un cambio suponga la despedida de lo que se deja atrás.

4 de junio de 2008

Por qué escribir

Las mañanas o, mejor dicho, los madrugones conllevan una insana prisa de apurar el tiempo para hacer todo lo que no se puede hacer. Cada gesto parece estar calculado y la mínima duda podría conllevar catástrofes inimaginables. Aún así, no puedo evitar dejarme llevar por la corriente de la ducha y pensar. Y suele suceder que pienso lo que no debo pensar, como esta mañana, en la que no se me ha ocurrido otra cosa que el discurso que no di el 23 de abril por Sant Jordi. Así funcionan los tiempos mentales: uno se empeña en cumplir monásticamente con las obligaciones cotidianas y de repente le asalta una irrefrenable necesidad de sumar ideas que ahí te quiero ver, y como el proceso se repite con la frecuencia de las canciones que nos rondan por la cabeza y que no podemos dejar de escuchar, ahí están las palabras, sin otra posibilidad de exorcizarlas que la evidente, la que se está mostrando ahora mismo, al margen del resultado final, que en este caso siempre será el deseado. Así pues, esta mañana he formulado mi discurso a un atónito público de gotas deslizantes. Es difícil reproducirlo si ya ha pasado y no se ha retenido (ésa no era mi intención), pero vendría a ser algo así como

Cuando iba al colegio me presentaba al premio literario de Sant Jordi y cada año ganaba algún premio, el primero, el segundo, el tercero; siempre tuvieron suerte mis textos. Luego vino el instituto y allí no gané nada porque tampoco escribí nada, salvo un curso, en el que lo hice por obligación y a medias con un compañero, y por eso el resultado fue el previsible. Fue una pena, pude haber disfrutado más, no por el hecho en sí de ganar sino por el placer que pueda dar esto que estoy haciendo ahora mismo. Escribir es comunicar pensamientos y sentimientos y ese gusto es aún mayor que el que puedas sentir al terminar un texto, pues no es sólo para ti, lo mejor es que alguien llegue a sentir aquello que sentiste y si esa persona es alguien cercana a ti, alguien que conoces e incluso que aprecias o que admiras, entonces será todo lo que importa.

El discurso no podría haber sido mucho más largo, mi intervención fue breve. Y como salí de la ducha me sobrevino de golpe la prisa. El resto es la previsible repetición de cada mañana que no tardaré en olvidar.

31 de mayo de 2008

Sopa de letras

Localice la palabra que prefiera (si no aparece no desespere, el autor es el responsable):

S E G U R O S I R S
O S J O S P A M I O
A B I S M O N O A M
E D A X M E P O T A
I X M O O R I D I L
M A R I M A S I Z A
C A F O R M A N O R
H A R E N O N E M A
M A N A I R E S N O
S E M B L A M I E S




Versión abreviada:

A M O I R
M A N O O
A R O M A
M O R A R
M A R E O

25 de mayo de 2008

Inicio de un cuento

Entre papeles sueltos (es decir, entre las carpetas del ordenador) ha aparecido el inicio de un cuento:

"Esto que contaré debería surgir sin esfuerzo, casi sin pensarlo, pues la verdad es espontánea, las cosas sucedieron así y pensarlas demasiado es deformarlas, es hacer de la verdad mentira o ficción, como lo prefieran. Claro que en el momento en que yo soy designado narrador (por quien sea: por otros o por mí mismo) se está eligiendo de entre todas las maneras la mía y entonces también será mi versión y, si soy fiel a mis palabras, mi legítima, mi forzosa verdad. Creanme, pues, aunque no tengan otra opción."


Puede que lo más inquietante sea no saber qué fue lo que había que contar, eso que ha quedado callado como un secreto inconfesable. Ahora es una obra abierta que puede llevar a donde menos se sospeche.

15 de mayo de 2008

La suerte en la literatura

A menudo caigo en la evidencia de que en la literatura, como en otros aspectos de la vida, hay que tener suerte. Pongamos por caso que si la voluntad de Kafka hubiese sido cumplida al pie de la letra por Max Brod sólo se habrían salvado del olvido unas pocas obras: algún cuento como “El fogonero”, alguna novela más o menos completa como La metamorfosis y poco más. Ya se sabe que en vida Kafka tuvo un cierto éxito, pero insuficiente como para que hubiera recibido el reconocimiento que tiene hoy. Y muchos otros casos (Irène Nemirovsky, John Kennedy Toole…) de escritores rescatados por el pertinaz cariño de quien insistió en que alguien más fijara su atención en unas trabajosas palabras.
Pongamos un caso hipotético. El célebre Miguel de Cervantes halló por casualidad en el mercado de Argelia los papeles cuyo autor no tuvo la suerte de ser distinguido. Cervantes, que sí conocía a ese autor, envidió esa obra de tal manera que deseó haberla escrito. Años atrás había publicado La Galatea, una novela pastoril discreta, inferior a La Diana de Jorge de Montemayor, y su fama no podía rivalizar con la de Joanot Martorell (Tirant lo Blanc) o la de Garci Rodríguez de Montalvo (Amadís de Gaula), aunque fueran del siglo anterior, ni podría resistir el envite de Lope de Vega y de Francisco de Quevedo que, aunque jóvenes, ya circulan sus versos de mano en mano. De este modo Cervantes ve que podría aprovecharse de esa obra que ha llegado a sus manos y atribuírsela, algo no muy difícil de lograr, ya que en esa época los derechos de autor no existían ni de oídas. El autor firmaba la obra y listo, era suya. El resto ya puede imaginarse: el Quijote es un éxito y se traduce de inmediato a otras lenguas. Pero otros pueden apropiarse de su idea, como ha hecho él mismo, así que Cervantes decide escribir una segunda parte para seguir explotando el filón y, de paso, asegurarse que nadie se lo arrebatará.
La idea es una invención, un mero ejemplo. Sin embargo, en la revista Clarín un literato de cuyo nombre no puedo acordarme escribió un artículo en el que afirmaba que el verdadero autor del Quijote es Avellaneda, el que ha figurado como el apócrifo, y que la historia fue contada por el propio Avellaneda a Cervantes, quien no tuvo escrúpulos de apropiársela y de incluso ridiculizar a su confidente en la novela, de tal manera que no pudiera reclamar nada. Claro, a estas alturas quién va a reclamar algo. Ahora ya da igual quién tuviera razón: Miguel de Cervantes Saavedra escribió el Quijote. Y eso es todo. Si alguien (y con toda seguridad fueron muchos) creó alguna obra memorable en el siglo VI a.C. o ayer mismo, se habría perdido irremediablemente porque nadie más acertó a descubrirla.

11 de mayo de 2008

DNA - ADN



Pereza, esfuerzo sobrenatural, interpretas el pensamiento único, en el afán de saber qué es eso, qué quería el artista cuando pasó al exterior. Filtro de una película, cuentas los pasos, crees entender pero algo se te escapa. El niño duerme, las miras se miden con relojes, las caras se miden con reflejos, el árbol duerme. Hay que volver a sí mismo para vislumbrar el pensamiento único, común. El director no lo hizo. Hizo lo correcto, es una obra correcta. Olvidó que en el arte nada está bien, la perfección es una línea curva que gira en ausencia, ahora declina, ahora renace, ahora es sombra de la verdad. Bien, todo volvió a su lugar.

El mundo no soporta a los artistas. Cuando los descubre los señala, los adora, los aísla. Para que se sepa quiénes son, para que se vean bien, para que se puedan devorar sin dolor. Que queden tan sólo unas espinas, si raspan siempre podrán desecharse. Pero algo pasó a la sangre, inevitablemente algo se absorbe, pasa al ADN. El artista es la cura de nuestra propia enfermedad.

2 de mayo de 2008

Fin de libro


Sucede siempre, sin posible excepción, que cuando acabamos de leer una novela (y más si es una novela larga), nos queda una sensación de desamparo. Pensamos con tristeza que no nos va a acompañar más ese mundo íntimo y próximo que compartimos durante tanto tiempo. A fin de evitarlo nos volvemos perezosos, retrasamos el próximo fin y aún así cada vez más se adelgazan las páginas pendientes, hasta que las completamos contradictorios, desilusionados con el mundo exterior, el que no está en el libro. Luego empeoramos, cuando queremos retomar la lectura y advertimos que es imposible paliar esa carencia porque ese mundo está cerrado y sólo es posible abrirlo comenzando de nuevo por la primera página. Pero eso es insoportable. Ya conocemos adónde irá nuestra ingenuidad inicial, estamos más curtidos que los personajes porque adivinamos sus pensamientos y qué sentido tiene que salgan dos veces seguidas por la misma puerta y viajen a donde sea; Madrid, Londres, pongamos por caso. Y peor aún si algún personaje se muere, qué pena revivirlo, tan confiado el pobre. Mejor lo postergamos para otro momento en que no dependamos de la nostalgia, que echemos de menos por igual el principio y el final, que ambos se anulen en nuestro recuerdo y sólo nos quede la impresión de qué bueno es, tengo que volver allí. Pero ya veremos cuándo porque, mientras tanto, hemos seguido leyendo y la siguiente novela ha adelgazado peligrosamente, y pronto tendremos que poner el fatídico punto final a otro mundo.
Es así, sin interrupciones, así es como renacemos en nuestras vidas paralelas, donde el principio y el fin sólo son un elemento más del ciclo.

27 de abril de 2008

Monocromo




A veces, sobreviene el cansancio del día a día, a veces, de repente uno se sienta y se siente cansado. No es cosa del sueño ni del esfuerzo excesivo, estar cansado tiene plumas, como el loro del que hablaba Cernuda ("plumas del loro aquel tan familiar o triste, / el loro aquel del siempre estar cansado", etc.) y demás sensaciones relativas al spleen, la náusea, el hastío que alguien (Hipócrates y luego muchos otros) relacionó con la bilis, el humor que segrega el bazo. Y así podríamos seguir con citas y recetas para sobrellevar el cansancio.

Pero el cansancio sobreviene en una pausa. Perder la concentración, descentrarse, alejarse del cuadro para contemplar el resultado. Puede que en cada trazo haya menos definición de la que creímos, menos desgaste del que nos produjo. Claro, el día tiene una agenda llena de obligaciones y quién se atreve a cuestionarlas si son necesarias, que hay que acabar el trabajo comenzado, que uno es responsable de los actos y de las consecuencias. Y así nos vamos mareando.

Y cada cansancio es debilidad y es miedo y es repetición y es ciclo y fin.

Y sin embargo, cuanto más cansado estemos, más fuerza tendremos para buscar nuevos colores.

21 de abril de 2008

Descatalogado

Alguna vez, al buscar un libro en la biblioteca, he sentido la frustración de que ya no estaba lo que un día me llamó la atención y que dejé para más adelante por el motivo que fuera, por falta de tiempo o de interés o cualquier vana excusa de procrastinización. Luego vino la rabia, los remordimientos, que también son excusas para satisfacer el tiempo perdido. Pero ni así puedo entender lo que sucede, qué le lleva a alguien decidir que eso ya no interesa y qué debe ser dado de baja para que otro, más reluciente e interesante, lo sustituya, sobre todo cuando el libro elegido es tan valioso como la traducción de los cuentos de Poe que hizo Cortázar, la de Alianza. Y luego me preguntaba adónde van los libros descartados. Hasta que yo mismo tuve que contestarme, hace unos años, cuando una bibliotecaria, con la que siempre tuve buena relación, me invitó a que eligiera yo los mártires.

Me dirigí a los anaqueles, sección novela. Novela actual. La única indicación es que de allí tenían que salir los elegidos que irían a parar a un sótano o algo parecido, hasta que fueran triturados. Pero cuáles. Me sentí como un demiurgo que decidiría los gustos de mi ciudad, qué iba a leerse, qué iba a callar para siempre. Demasiada responsabilidad, era como si estuviera firmando el acta de un fusilamiento.

Primero los viejos, los más desgastados por el uso, salvo si los conocía y eran íntimos. Luego fueron los poco atractivos (pero "no, éstos no, son los que se pasan las viejas de unas a otras"; se refería a los de Danielle Steele, Rosamunde Pilcher, etc.). Finalmente, los desconocidos, con el riesgo de desconocerlos para siempre. He olvidado los treinta que debí de condenar. Claro que, siendo novela actual, lo dejó de ser hace unos años (ocho, diez) y es preferible pensar que, si realmente valía la pena, ese libro será un clásico y de nuevo volverá a la biblioteca con su lomo reluciente para mandar al olvido a otro, y tendrá la suerte de que ya no será ni desconocido ni desgastado y aún menos poco atractivo. La duda es, quizás, cuántos ciclos de reencarnaciones deberá sufrir hasta ser redescubierto por alguien con mejor gusto que yo.

13 de abril de 2008

Para una sociología antropométrica de bolsillo



Ramon Rubinat tiene razón. En 2006 publicó Ziga fins a Corea del Sud para contar desde sus ojos de escritor, crítico y filólogo cómo fue su experiencia en los viajes que hizo a Colombia, Inglaterra, Estados Unidos y, sobre todo, a Corea del Sur. Claro, es fácil dejarse llevar por el asombro ante el nuevo lugar, el mundo redescubierto, la diferencia del uno y del otro, lo uno y lo diverso, la barbarie de lo extranjero (bar-bar), el turista accidental que contempla lo íncubo y lo súcubo del lugar de paso. Esto está mal pero yo no soy esto, yo me voy, que se las apañen ellos, están locos estos romanos.

Agárrense, que viene una perorata de buenas costumbres.

Cita en traducción tácito-explícita del catalán de una página del libro citado:

"Yoo Jin estaba allí para comenzar a ser coreana, para dejar de ser brasileña. Tenía que redefinir, como fuese, la esencia de una persona. La venerable jalmeoni (vocativo que se utiliza para dirigirse a cualquier mujer de edad avanzada) se convertiría en una cirujana social concentrada exclusivamente en extirpar la infancia, la lengua, los gestos y el cerebro tumefacto de "su" nieta. En la misma operación, si era posible, se le insertaría una prótesis de ontología coreana que tomaría la forma de matrimonio por conveniencia: la máxima expresión de la pertenencia al país, a la sociedad, al grupo... a todo aquello "coreano".
El procedimiento era muy sencillo, consistía en sustituir conceptos. ¿El primer paso? La pulverización de su "yo" en busca de una comunión patriótica con la nación. La lengua coreana se lo repetiría sistemáticamente (uri), como una letanía (uri) hipnótica (uri) y alineante. El grupo exige un plural muy singular."

Entonces nosotros, que tenemos la suerte de convivir con la libertad del pensamiento singular, leemos e interpretamos y, lo que es más peligroso, proyectamos y reescribimos para comprobar con terror cómo, en el fondo, se parecen el mundo supuestamente rígido y sistemático de Oriente y el mundo supuestamente flexible y libre de Occidente. En pocas líneas, para tomárnoslo con calma:

- En Oriente, los estudiantes se preparan para obtener un título que les otorgue un sueldo fijo en una empresa, sin importarles los conocimientos que adquieran porque en cuanto estén en la empresa los olvidarán por completo.

- En Oriente, la mayor preocupación es aparentar. "Si lo pareces, lo eres", como dice Rubinat. Por tanto, hay que parecer que uno es feliz, que lleva la vida que siempre ha soñado, que ese trabajo (policía, guardia de prisiones...) es el que deseaba hacer desde hace tiempo, porque por algo se preparó a conciencia para el examen, y que además eligió a la persona con quien estar y no por conveniencia, según los cánones tradicionales; es decir, a alguien del mismo pueblo, a alguien que por ser de familia conocida es de confianza, aunque sea un poco más difícil en las grandes ciudades, pero eso enseguida se subsana con la presentación de las respectivas familias.

- En Oriente, las películas, las canciones y los libros de más éxito son los más vendidos; es decir, los que salen en los anuncios. Como todo el mundo los conoce deben de ser los mejores.

- En Oriente, los emigrantes están considerados vulgares, ladrones, delincuentes, ilegales, brutos de poca formación que vienen a aprovecharse de la beneficiencia del país. A no ser que provengan de Europa, de Estados Unidos o de otro país rico; entonces ya no son emigrantes y tan sólo son extranjeros.

Ufa, qué largo queda esto. Mejor dejarlo así, hay que comer en lugar de vomitar o nos provocaremos una indigestión. A fin de cuentas basta con cambiar 'Oriente' por 'Occidente' y dejar volar la imaginación. Las diferencias son globalizadamente mínimas.

9 de abril de 2008

Pienso, luego escribo



Y como si cada secreto hubiese de ser revelado, uno piensa en discernir la simplicidad de todo aquello que está en el fondo del pozo y que el miedo es un animal salvaje que devora sueños y sentidos, es decir que si uno no piensa entonces no está y el hambre se apoderará de uno, pero sin embargo uno ama, ama, ama y se piensa perfecto, salvo que la historia se reduzca a que uno recuerde lo que quiere olvidar y olvide lo que quiera recordar, de tal manera que la aurora sea una luz velada y uno sea lo posible y lo imposible, claro que la foto salió trucada y, por tanto, lo cotidiano es falso, y para qué entender si nos sobran los motivos.

28 de marzo de 2008

Romper

Qué fea expresión romper una lanza. Romper siempre me recordó a algo frágil que se cae y se duele, porque un huevo no se rompe sino que se casca. Un papel tampoco, un papel se rasga o se arruga, no se rompe. Y luego las rupturas son terribles, sobre todo las sentimentales. Entonces para qué pensar más si además vamos en busca de la lanza, que es la guerra. Cómo no ponernos torpes, terriblemente torpes, repetitivos, pesados, aburridos, lánguidos, incoherentes, ineptos, toscos, nulos, rudos cuando pensamos en que se rompe el sentimiento al romperse el corazón.

Hoy leo, leemos, unas páginas de la tercera parte de la novela de Javier Marías Tu rostro mañana y ahí surge la muerte.

"La mayoría de las vidas, y no digamos de las muertes, nacen ya olvidadas y no dejan el menor rastro, o se hacen desconocidas al cabo de un poco de tiempo, unos años, unos decenios, un siglo, eso es en realidad muy poco tiempo, tú lo sabes."

Da la casualidad de que también nos han recordado una foto del camping "Las Nieves", en Biescas (Huesca, España), de cuando lo destrozó una riada y una foto observaba una ejemplar de Mañana en la batalla piensa en mí flotando entre la ruina.


Entonces, así, de este modo, recordarmos el recuerdo. Una chica llamada Sonia Cobija que no conocimos pero de quien siempre hay que apuntar el nombre, murió hace unos días en un fortuito accidente de moto. ¿Puede ser un un olvido? Para el día sí lo es, cuando los hábitos se repiten y hay que hacerlo todo como si no hubiera pasado nada porque la vida sigue y todas esas mentiras que nos enseñaron.

Por eso, de este modo, así, por una vez queremos reivindicarnos como profesores y pensar en que el olvido nunca es válido, de que las palabras pueden soltarse en el aire sin más o atarse en un globo y si alguna vez lo aprendemos entonces podremos enseñarlo y escribir la primera palabra sin que torpemente se rompa.

15 de marzo de 2008

El día al día

El despertador del móvil suena a las 7:45 con una melodía que recuerda Las mil y una noches, pero para los habitantes el día ha comenzado mucho antes, cuando en el intermezzo del sueño los ojos han ido abriéndose poco a poco, aunque aún sigan cerrados, y las imágenes perdidas tantean los pensamientos por si valen la pena recuperarse. Entonces el cuerpo va moviéndose al ritmo de una muda música: baño, cama, bañocama, ropa, camaropabaño, etc., hasta desayunar hacia las 8:20 (es decir, el cuerpo piensa que son las 8:20 cuando a menudo son las 8:32:58) y sale a toda prisa del monoambiente, con el permiso del coche, que se levanta con unos confusos ronquidos. Hasta ahí todo bien, entra dentro de lo previsible.

La carretera dura media hora. Es la cara de una cinta de cassette. Las manos en el volante, la mirada fija. La música es imprescindible para seguir el camino y deshacer los últimos bostezos. Pongamos la que sonó ayer, pongamos que sonó ayer Fragile de Sting.



Pero claro, no es la música más recomendable. Si esta canción despierta algo es la tristeza y eso no es bueno nunca. Aún no estamos convencidos de que estamos despiertos, no es bueno que nos perdamos en tristezas ni en divagaciones. Que se queden para otro momento. Por tanto, la música que suena es alegre, de tal manera que nos impulse a nuestro destino. Podría ser algo así como Modern Love de David Bowie.



O mejor aún, Hiri, ese vídeo tan delicioso de Kepa Junkera rodado dentro de un tren, con el paisaje corriendo mientras nos adentramos en la ciudad. Qué gusto despertar así.



Llegamos así al fin del primer trayecto. Entramos en el Palacio de las Ilusiones y repartimos buenos días por los cuatro puntos cardinales. Transcurre la mañana entre horas, pausas y descansos. Nos rodeamos de palabras, las soltamos también a los cuatro vientos y, a veces, tenemos la fortuna de que alguien entienda nuestra oratoria. Cuando no sucede así siempre queda el oasis donde nos reunimos con otros habitantes para exorcizar las penas. Qué sublime catarsis. Nos endulzamos con comidas prohibidas, recomponemos melodías, etcétera de etcéteras.

Y a todo esto resulta que estamos en la hora de la nueva partida (a la una o las dos o las tres, ya) y salimos del Palacio de las Ilusiones rumbo al monoambiente. Proceso inverso, música deletreada, ciudad, ciudad, carretera, sol. Pero claro, todo esto ahora es distinto, por eso está bien recordarlo en esta santa semana que nos espera.

4 de marzo de 2008

Secretos insignificantes

Hubo una vez en que Nathaniel Hawthorne se sobresaltó al leer en el periódico la noticia de un hombre que un día salió de casa y, sin motivo aparente, no regresó, sino que se alojó a la vuelta; hasta que un día, por nostalgia, por curiosidad o quién sabe por qué oscuro motivo, decidió volver veinte años después. Esta historia, real o no, le sirvió a Hawthorne de punto de partida para escribir el cuento "Wakefield" y reconstruir con él el pensamiento de un hombre en apariencia corriente. El suceso es extraordinario, pero quizás lo sea más descubrir cómo era el hombre.

Ayer nos sobrecogió otra noticia que perturbaría al propio Hawthorne:

"Un hombre convive con el cadáver de su padre durante cuatro meses".

Los vecinos no tardaron en declarar que era un hombre huraño y esquivo, que por su actitud en la calle padecía un trastorno mental, que no sospecharon nada. Muchos, al conocer la historia, habrán recordado a Norman Bates, el mórbido protagonista de Psicosis, y, con inevitable despreocupación, habrán solucionado el caso tachando al hombre de monstruo o, eufemísticamente, de enfermo. De modo que no habrán sentido la terrible soledad en que vivió ese hombre no ya durante cuatro meses, sino en un tiempo infinito. Ese hombre no recibió ni una sola visita. Los vecinos declararon que se extrañaban de no ver al padre por la calle, pero, en cambio, sí lo veían sentado a la mesa.

Si hiciéramos como Hawthorne y tomáramos la anécdota para descifrar la vida oculta de ese hombre que no quiso separarse de su compañero (ya que tampoco nadie se había acordado del padre) quizás también descubriésemos nuestra velada soledad. Los vecinos, los compañeros de trabajo, los camareros, los quiosqueros, los panaderos, los taxistas, los extraños cotidianos. Bueno está. Como buenos salvajes, nos educamos poco a poco en la monstruosa decadencia. Y los que no la soportan los castigamos. Como si no quedara otra.

2 de marzo de 2008

Los encuentros



"Imaginemos a un novelista de nuestro tiempo que destacara con sentido paródico las estaciones de aprovisionamiento de nafta." El deseo - apenas formulado - que Jorge Luis Borges escribió en Otras inquisiciones fue cumplido más de treinta años después por Julio Cortázar en el maravilloso viaje de amor Los autonautas de la cosmopista. Unos pensarán (con razón) que Cortázar admiraba la obra de Borges y que la conocía a la perfección; otros, quizás los mismos, pensarán (con idéntica razón) que la frase de Borges es un ejemplo para hablar de las magias del Quijote, que es de lo que trata el texto y que la coincidencia con Cortázar es una mera anécdota en medio de las mareantes citas que se enumeran en el texto. Seguramente los que así piensen tendrán razón. Déjenme entonces la irracionalidad de creer.

Algunas lecturas le asaltan a uno en el momento adecuado. Puede ser cosa del estado de ánimo, de las necesidades físicas, morales, filosóficas, cognoscitivas, quién sabe si esto es no saber. Y así como las lecturas, las personas, que de repente lo invaden a uno con una vida renovada y si antes uno se sentía como un barco abandonado ya no necesitará las lágrimas para navegar, y hasta se permitirá ser cursi o grasa y reconocer en público que también llora. Puede que entonces el lector que es leído del que habla Borges refiriéndose al Quijote, a las Mil y una noches, a Carlyle, comprenda sus mitos y se vuelva clásico, pues pertenece al siempre.

Las casualidades sólo existen si se perciben, si se entienden, si se reconocen. El deseo es la más poderosa de las casualidades, uno tiene que olvidar las falacias de los determinismos, el objetivo es el deseo y no hay otra realidad, por mucho que categóricamente nos volvamos crípticos, pensemos en el tiempo, en el espacio. Uno es uno, uno es único, hasta el anónimo es nombrado y, si se le presta un poco de atención, será reconocido.

24 de febrero de 2008

La edad de la lengua

Hace muchos años, cuando los habitantes medían un metro, recuerdo que en los periódicos leía las noticias de un tal Barca, un equipo de fútbol del que decían "El Barca jugó un buen partido" o también "Otra derrota del Barca". Y yo me preguntaba: ¿qué equipo será ese Barca al que dedican tanta atención? ¿En qué liga jugará? Ya podrían hablar al menos del Barcelona, que está en Primera División, porque ¿quién conoce a ese Barca? Pero claro, lo que yo no sabía es que el Barca y el Barcelona son el mismo equipo y que no era Barca sino Barça (pronunciado "barsa"). La c cedilla 'ç' es una letra del catalán que no tiene el castellano y yo, que aún estaba aprendiendo catalán, ni la conocía.

Algo parecido me pasó con un misterioso actor. Recuerdo que cuando terminaban las películas me quedaba un rato leyendo los créditos (ahora ya es más difícil porque en la tele enseguida los cortan) y me llamaba la atención que en muchas se repitiera un tal Himself. Eh, este tío debe de ser buenísimo - pensaba -, no necesita ni apellido para que lo conozcan y hace veinte papeles a la vez. Como nunca aparecía entre los protagonistas creía que era alguien que sacrificaba la fama para trabajar, sólo le importaba actuar y daba igual quién fuera porque no era uno de los principales. También supuse que podía ser un miembro del equipo de producción o de dirección que, por falta de presupuesto, hacía todo lo que hiciera falta. La cosa se complicó más cuando descubrí a su mujer, Herself, pero parece que ella no trabajaba tanto. Hasta que aprendí el suficiente inglés para saber que ese Himself era el propio personaje ("él mismo") y que por eso no cambiaba el nombre.

En esa época todo tenía respuesta y era tan natural que para qué cambiarla.

18 de febrero de 2008

3 de febrero de 2008

El dinero

Sí, dicen que todo lo que está en venta se puede comprar. Por supuesto, quien piensa eso es quien piensa en comprar, y por el mismo motivo él mismo está en venta. Luego están los de la otra opinión, los que dicen que las cosas verdaderamente importantes ni se compran ni se venden.

Bueno, nos ponemos fantasiosos. Vamos a imaginar la siguiente situación: un individuo llamado Eros Filoros sale de su casa con la intención de viajar al país de las últimas cosas. Pero para llegar al país de las últimas cosas necesita la ayuda de la Estrella Distante, un transporte rápido, único y, por eso mismo, muy eficaz.

Eros llega a la estación de la Estrella Distante, el conductor está durmiendo y al oír ruido se despierta. Me llamo Eros Filoros, se presenta el individuo, deseo viajar al país de las últimas cosas. El conductor se revuelve en su asiento, se acomoda y gruñe porque no encuentra la postura anterior.

Tus deseos han destruido mi placer. Quiero que me lo devuelvas o no te llevaré a ningún lugar. Sólo llevo dinero, se lamenta Eros, ¿puedo comprar con él tu placer? El conductor enarca las cejas y lo mira incrédulo. Si no sabes cómo usar el dinero no seré yo quien te lo explique. Yo soy el conductor de la Estrella Distante, llevo mis pasajeros a donde me piden. Hay una tarifa para cada destino que es fijada por mi supervisor o mi director o quien sea, no me importa. Yo cobro la tarifa y llevo a los pasajeros. No me pidas que piense por ti. Pero sabes qué te da placer, ¿verdad? Sí, claro que lo sé, el placer que me quitaste antes de que aparecieras ante mí. ¿Pero de qué se trata ese placer? ¿Es dormir, es un sueño que te interrumpí, es la postura que buscaste en el sillón? Si lo supiera lo tendría y por tanto no te lo pediría. Anda, vete, y cuando sepas devolverme mi placer regresa.

Eros Filoros se fue cabizbajo. Por mucho que lo pensaba no lograba saber cómo recuperar el placer del conductor. Pero lo peor es que también había perdido su propio placer. Y tampoco sabía cómo recuperarlo.

15 de enero de 2008

Feliz año nuevo

Dicen que el año comienza el 1 de enero y que ese día es el único en el que se puede desear Feliz año. Algunos lo prolongan hasta el 2 o el 3 si se cruzan con alguien que no habían visto desde diciembre; otros cuentan la primera semana de enero.

El año nuevo tiene algo de aniversario, de ese día señalado para todos en el que debemos estar alegres, sin entrar en motivos morbosos o tétricos.

Bueno, nuestro 2008 comienza el 15 de enero. Todo año tarda en arrancar, es la consecuencia lógica del anterior y para que se sienta como nuevo tiene que haber algo nuevo.

Quizás comenzó con esa noticia tan triste de Ángel González, aunque, como dijo Guimaraes Rosa, "Los poetas no mueren, quedan encantados".

Paso a paso, línea a línea, este año se definirá como las palabras. No hay que ponerse sentimental si lo recorremos juntos. Al menos no mucho.