24 de febrero de 2008

La edad de la lengua

Hace muchos años, cuando los habitantes medían un metro, recuerdo que en los periódicos leía las noticias de un tal Barca, un equipo de fútbol del que decían "El Barca jugó un buen partido" o también "Otra derrota del Barca". Y yo me preguntaba: ¿qué equipo será ese Barca al que dedican tanta atención? ¿En qué liga jugará? Ya podrían hablar al menos del Barcelona, que está en Primera División, porque ¿quién conoce a ese Barca? Pero claro, lo que yo no sabía es que el Barca y el Barcelona son el mismo equipo y que no era Barca sino Barça (pronunciado "barsa"). La c cedilla 'ç' es una letra del catalán que no tiene el castellano y yo, que aún estaba aprendiendo catalán, ni la conocía.

Algo parecido me pasó con un misterioso actor. Recuerdo que cuando terminaban las películas me quedaba un rato leyendo los créditos (ahora ya es más difícil porque en la tele enseguida los cortan) y me llamaba la atención que en muchas se repitiera un tal Himself. Eh, este tío debe de ser buenísimo - pensaba -, no necesita ni apellido para que lo conozcan y hace veinte papeles a la vez. Como nunca aparecía entre los protagonistas creía que era alguien que sacrificaba la fama para trabajar, sólo le importaba actuar y daba igual quién fuera porque no era uno de los principales. También supuse que podía ser un miembro del equipo de producción o de dirección que, por falta de presupuesto, hacía todo lo que hiciera falta. La cosa se complicó más cuando descubrí a su mujer, Herself, pero parece que ella no trabajaba tanto. Hasta que aprendí el suficiente inglés para saber que ese Himself era el propio personaje ("él mismo") y que por eso no cambiaba el nombre.

En esa época todo tenía respuesta y era tan natural que para qué cambiarla.

18 de febrero de 2008

3 de febrero de 2008

El dinero

Sí, dicen que todo lo que está en venta se puede comprar. Por supuesto, quien piensa eso es quien piensa en comprar, y por el mismo motivo él mismo está en venta. Luego están los de la otra opinión, los que dicen que las cosas verdaderamente importantes ni se compran ni se venden.

Bueno, nos ponemos fantasiosos. Vamos a imaginar la siguiente situación: un individuo llamado Eros Filoros sale de su casa con la intención de viajar al país de las últimas cosas. Pero para llegar al país de las últimas cosas necesita la ayuda de la Estrella Distante, un transporte rápido, único y, por eso mismo, muy eficaz.

Eros llega a la estación de la Estrella Distante, el conductor está durmiendo y al oír ruido se despierta. Me llamo Eros Filoros, se presenta el individuo, deseo viajar al país de las últimas cosas. El conductor se revuelve en su asiento, se acomoda y gruñe porque no encuentra la postura anterior.

Tus deseos han destruido mi placer. Quiero que me lo devuelvas o no te llevaré a ningún lugar. Sólo llevo dinero, se lamenta Eros, ¿puedo comprar con él tu placer? El conductor enarca las cejas y lo mira incrédulo. Si no sabes cómo usar el dinero no seré yo quien te lo explique. Yo soy el conductor de la Estrella Distante, llevo mis pasajeros a donde me piden. Hay una tarifa para cada destino que es fijada por mi supervisor o mi director o quien sea, no me importa. Yo cobro la tarifa y llevo a los pasajeros. No me pidas que piense por ti. Pero sabes qué te da placer, ¿verdad? Sí, claro que lo sé, el placer que me quitaste antes de que aparecieras ante mí. ¿Pero de qué se trata ese placer? ¿Es dormir, es un sueño que te interrumpí, es la postura que buscaste en el sillón? Si lo supiera lo tendría y por tanto no te lo pediría. Anda, vete, y cuando sepas devolverme mi placer regresa.

Eros Filoros se fue cabizbajo. Por mucho que lo pensaba no lograba saber cómo recuperar el placer del conductor. Pero lo peor es que también había perdido su propio placer. Y tampoco sabía cómo recuperarlo.