28 de marzo de 2008

Romper

Qué fea expresión romper una lanza. Romper siempre me recordó a algo frágil que se cae y se duele, porque un huevo no se rompe sino que se casca. Un papel tampoco, un papel se rasga o se arruga, no se rompe. Y luego las rupturas son terribles, sobre todo las sentimentales. Entonces para qué pensar más si además vamos en busca de la lanza, que es la guerra. Cómo no ponernos torpes, terriblemente torpes, repetitivos, pesados, aburridos, lánguidos, incoherentes, ineptos, toscos, nulos, rudos cuando pensamos en que se rompe el sentimiento al romperse el corazón.

Hoy leo, leemos, unas páginas de la tercera parte de la novela de Javier Marías Tu rostro mañana y ahí surge la muerte.

"La mayoría de las vidas, y no digamos de las muertes, nacen ya olvidadas y no dejan el menor rastro, o se hacen desconocidas al cabo de un poco de tiempo, unos años, unos decenios, un siglo, eso es en realidad muy poco tiempo, tú lo sabes."

Da la casualidad de que también nos han recordado una foto del camping "Las Nieves", en Biescas (Huesca, España), de cuando lo destrozó una riada y una foto observaba una ejemplar de Mañana en la batalla piensa en mí flotando entre la ruina.


Entonces, así, de este modo, recordarmos el recuerdo. Una chica llamada Sonia Cobija que no conocimos pero de quien siempre hay que apuntar el nombre, murió hace unos días en un fortuito accidente de moto. ¿Puede ser un un olvido? Para el día sí lo es, cuando los hábitos se repiten y hay que hacerlo todo como si no hubiera pasado nada porque la vida sigue y todas esas mentiras que nos enseñaron.

Por eso, de este modo, así, por una vez queremos reivindicarnos como profesores y pensar en que el olvido nunca es válido, de que las palabras pueden soltarse en el aire sin más o atarse en un globo y si alguna vez lo aprendemos entonces podremos enseñarlo y escribir la primera palabra sin que torpemente se rompa.

15 de marzo de 2008

El día al día

El despertador del móvil suena a las 7:45 con una melodía que recuerda Las mil y una noches, pero para los habitantes el día ha comenzado mucho antes, cuando en el intermezzo del sueño los ojos han ido abriéndose poco a poco, aunque aún sigan cerrados, y las imágenes perdidas tantean los pensamientos por si valen la pena recuperarse. Entonces el cuerpo va moviéndose al ritmo de una muda música: baño, cama, bañocama, ropa, camaropabaño, etc., hasta desayunar hacia las 8:20 (es decir, el cuerpo piensa que son las 8:20 cuando a menudo son las 8:32:58) y sale a toda prisa del monoambiente, con el permiso del coche, que se levanta con unos confusos ronquidos. Hasta ahí todo bien, entra dentro de lo previsible.

La carretera dura media hora. Es la cara de una cinta de cassette. Las manos en el volante, la mirada fija. La música es imprescindible para seguir el camino y deshacer los últimos bostezos. Pongamos la que sonó ayer, pongamos que sonó ayer Fragile de Sting.



Pero claro, no es la música más recomendable. Si esta canción despierta algo es la tristeza y eso no es bueno nunca. Aún no estamos convencidos de que estamos despiertos, no es bueno que nos perdamos en tristezas ni en divagaciones. Que se queden para otro momento. Por tanto, la música que suena es alegre, de tal manera que nos impulse a nuestro destino. Podría ser algo así como Modern Love de David Bowie.



O mejor aún, Hiri, ese vídeo tan delicioso de Kepa Junkera rodado dentro de un tren, con el paisaje corriendo mientras nos adentramos en la ciudad. Qué gusto despertar así.



Llegamos así al fin del primer trayecto. Entramos en el Palacio de las Ilusiones y repartimos buenos días por los cuatro puntos cardinales. Transcurre la mañana entre horas, pausas y descansos. Nos rodeamos de palabras, las soltamos también a los cuatro vientos y, a veces, tenemos la fortuna de que alguien entienda nuestra oratoria. Cuando no sucede así siempre queda el oasis donde nos reunimos con otros habitantes para exorcizar las penas. Qué sublime catarsis. Nos endulzamos con comidas prohibidas, recomponemos melodías, etcétera de etcéteras.

Y a todo esto resulta que estamos en la hora de la nueva partida (a la una o las dos o las tres, ya) y salimos del Palacio de las Ilusiones rumbo al monoambiente. Proceso inverso, música deletreada, ciudad, ciudad, carretera, sol. Pero claro, todo esto ahora es distinto, por eso está bien recordarlo en esta santa semana que nos espera.

4 de marzo de 2008

Secretos insignificantes

Hubo una vez en que Nathaniel Hawthorne se sobresaltó al leer en el periódico la noticia de un hombre que un día salió de casa y, sin motivo aparente, no regresó, sino que se alojó a la vuelta; hasta que un día, por nostalgia, por curiosidad o quién sabe por qué oscuro motivo, decidió volver veinte años después. Esta historia, real o no, le sirvió a Hawthorne de punto de partida para escribir el cuento "Wakefield" y reconstruir con él el pensamiento de un hombre en apariencia corriente. El suceso es extraordinario, pero quizás lo sea más descubrir cómo era el hombre.

Ayer nos sobrecogió otra noticia que perturbaría al propio Hawthorne:

"Un hombre convive con el cadáver de su padre durante cuatro meses".

Los vecinos no tardaron en declarar que era un hombre huraño y esquivo, que por su actitud en la calle padecía un trastorno mental, que no sospecharon nada. Muchos, al conocer la historia, habrán recordado a Norman Bates, el mórbido protagonista de Psicosis, y, con inevitable despreocupación, habrán solucionado el caso tachando al hombre de monstruo o, eufemísticamente, de enfermo. De modo que no habrán sentido la terrible soledad en que vivió ese hombre no ya durante cuatro meses, sino en un tiempo infinito. Ese hombre no recibió ni una sola visita. Los vecinos declararon que se extrañaban de no ver al padre por la calle, pero, en cambio, sí lo veían sentado a la mesa.

Si hiciéramos como Hawthorne y tomáramos la anécdota para descifrar la vida oculta de ese hombre que no quiso separarse de su compañero (ya que tampoco nadie se había acordado del padre) quizás también descubriésemos nuestra velada soledad. Los vecinos, los compañeros de trabajo, los camareros, los quiosqueros, los panaderos, los taxistas, los extraños cotidianos. Bueno está. Como buenos salvajes, nos educamos poco a poco en la monstruosa decadencia. Y los que no la soportan los castigamos. Como si no quedara otra.

2 de marzo de 2008

Los encuentros



"Imaginemos a un novelista de nuestro tiempo que destacara con sentido paródico las estaciones de aprovisionamiento de nafta." El deseo - apenas formulado - que Jorge Luis Borges escribió en Otras inquisiciones fue cumplido más de treinta años después por Julio Cortázar en el maravilloso viaje de amor Los autonautas de la cosmopista. Unos pensarán (con razón) que Cortázar admiraba la obra de Borges y que la conocía a la perfección; otros, quizás los mismos, pensarán (con idéntica razón) que la frase de Borges es un ejemplo para hablar de las magias del Quijote, que es de lo que trata el texto y que la coincidencia con Cortázar es una mera anécdota en medio de las mareantes citas que se enumeran en el texto. Seguramente los que así piensen tendrán razón. Déjenme entonces la irracionalidad de creer.

Algunas lecturas le asaltan a uno en el momento adecuado. Puede ser cosa del estado de ánimo, de las necesidades físicas, morales, filosóficas, cognoscitivas, quién sabe si esto es no saber. Y así como las lecturas, las personas, que de repente lo invaden a uno con una vida renovada y si antes uno se sentía como un barco abandonado ya no necesitará las lágrimas para navegar, y hasta se permitirá ser cursi o grasa y reconocer en público que también llora. Puede que entonces el lector que es leído del que habla Borges refiriéndose al Quijote, a las Mil y una noches, a Carlyle, comprenda sus mitos y se vuelva clásico, pues pertenece al siempre.

Las casualidades sólo existen si se perciben, si se entienden, si se reconocen. El deseo es la más poderosa de las casualidades, uno tiene que olvidar las falacias de los determinismos, el objetivo es el deseo y no hay otra realidad, por mucho que categóricamente nos volvamos crípticos, pensemos en el tiempo, en el espacio. Uno es uno, uno es único, hasta el anónimo es nombrado y, si se le presta un poco de atención, será reconocido.