4 de junio de 2008

Por qué escribir

Las mañanas o, mejor dicho, los madrugones conllevan una insana prisa de apurar el tiempo para hacer todo lo que no se puede hacer. Cada gesto parece estar calculado y la mínima duda podría conllevar catástrofes inimaginables. Aún así, no puedo evitar dejarme llevar por la corriente de la ducha y pensar. Y suele suceder que pienso lo que no debo pensar, como esta mañana, en la que no se me ha ocurrido otra cosa que el discurso que no di el 23 de abril por Sant Jordi. Así funcionan los tiempos mentales: uno se empeña en cumplir monásticamente con las obligaciones cotidianas y de repente le asalta una irrefrenable necesidad de sumar ideas que ahí te quiero ver, y como el proceso se repite con la frecuencia de las canciones que nos rondan por la cabeza y que no podemos dejar de escuchar, ahí están las palabras, sin otra posibilidad de exorcizarlas que la evidente, la que se está mostrando ahora mismo, al margen del resultado final, que en este caso siempre será el deseado. Así pues, esta mañana he formulado mi discurso a un atónito público de gotas deslizantes. Es difícil reproducirlo si ya ha pasado y no se ha retenido (ésa no era mi intención), pero vendría a ser algo así como

Cuando iba al colegio me presentaba al premio literario de Sant Jordi y cada año ganaba algún premio, el primero, el segundo, el tercero; siempre tuvieron suerte mis textos. Luego vino el instituto y allí no gané nada porque tampoco escribí nada, salvo un curso, en el que lo hice por obligación y a medias con un compañero, y por eso el resultado fue el previsible. Fue una pena, pude haber disfrutado más, no por el hecho en sí de ganar sino por el placer que pueda dar esto que estoy haciendo ahora mismo. Escribir es comunicar pensamientos y sentimientos y ese gusto es aún mayor que el que puedas sentir al terminar un texto, pues no es sólo para ti, lo mejor es que alguien llegue a sentir aquello que sentiste y si esa persona es alguien cercana a ti, alguien que conoces e incluso que aprecias o que admiras, entonces será todo lo que importa.

El discurso no podría haber sido mucho más largo, mi intervención fue breve. Y como salí de la ducha me sobrevino de golpe la prisa. El resto es la previsible repetición de cada mañana que no tardaré en olvidar.