Hace unos días leímos un artículo de Javier Marías en el que relataba su primera experiencia, después de tantos años, con internet y concretamente con los blogs. El título expresaba inequívocamente su impresión: "Una región ocultamente furibunda". Me gustaría saber qué páginas visitó, qué clase de impropelios le asaltaron para que saliera huyendo de esa red con la intención de no volver más. Blogs y foros, contesta. Y más adelante comenta: "¿Cuál es la gracia de estas tertulias escritas? ¿Ver que uno provoca reacciones? ¿Tener la comprobación inmediata de que lo que expone no cae en el vacío? ¿Llevar una vida “interactiva” (y perdonen el adjetivo)? Debe de haber mucha gente solitaria, o que aguanta la soledad -ese gran bien- pésimamente."
Entonces me pregunto, desde la primera y singular persona, qué es este espacio en donde escribo si no es un foro y apenas es un blog, pues aquí apenas existen los comentarios (la tertulia es una exageración), tengo la comprobación inmediata (por el reducido número de visitas) que lo que expongo cae en el vacío y ni siquiera busco una vida "interactiva" cuando no quiero ser conocido (y menos reconocido). Aquí no existen datos que me identifiquen más que como un personaje inventado al que llamo Habitantes, unos seres ficticios que viven en un monoambiente y de vez en cuando se asoman a la ventana para soñar el mundo exterior, con el riesgo que ese gesto implica emocional y visceralmente.
Los elementos autobiográficos existen, sin duda, porque toda escritura supone una autobiografía. Escribir es elegir determinadas palabras en un determinado orden. Ese proceso viene condicionado por unos factores que no vale la pena analizar porque serían inexactos, como imperfecta es la vida. Uno de los principales es la soledad. Uno escribe para ser acompañado aunque sólo sea por sus propias palabras. ¿Es un bien estar solo? ¿Es un bien escribir? Estar solo no, sin duda. Porque por mucho que nos empeñemos, no lo estaremos. Cuando decimos que queremos estar solos en realidad decimos que queremos estar aislados. Es decir, no aguantamos a nadie más, estamos cansados de que nos agredan por solo cruzar por la misma senda que otra persona y quisiéramos escapar. En cambio, cuando decimos que estamos solos decimos en realidad que nadie nos acompaña, estamos solos en medio de una multitud que no nos percibe y que tal vez contenga a alguien que se sienta como nosotros. Por eso la soledad no existe, existen las soledades, repetida en uno mismo y en los otros, los alter ego, mon semblant, mon frére, que dijo Baudelaire con sinceridad y ahora reproduzco yo con pedantería.
De modo que este Diario de monoambiente, que no es diario ni monoambiente, no se sabe lo que es, pero se conforma con ser divertimento, compañía, la falsa soledad de las palabras unidas entre sí, que siempre están dentro de un texto, y acepta ser el momentáneo recuerdo de quienes lo lean con el convencimiento de escribirse, sin la necesidad de definirse.
P.D.: El artículo de Marías ha provocado la previsible e incendiaria reacción de los que usan este medio. Pongamos como ejemplo la opinión de Escolar.net, Moleskine literario, El Post, Guerra Eterna, Blogpocket y El blog de Ramón Rey. Queda esto como curiosidad. Yo ni replico ni me ofendo. Ni siquiera me siento aludido. Prefiero leer y escribir acerca de otros asuntos.
Entonces me pregunto, desde la primera y singular persona, qué es este espacio en donde escribo si no es un foro y apenas es un blog, pues aquí apenas existen los comentarios (la tertulia es una exageración), tengo la comprobación inmediata (por el reducido número de visitas) que lo que expongo cae en el vacío y ni siquiera busco una vida "interactiva" cuando no quiero ser conocido (y menos reconocido). Aquí no existen datos que me identifiquen más que como un personaje inventado al que llamo Habitantes, unos seres ficticios que viven en un monoambiente y de vez en cuando se asoman a la ventana para soñar el mundo exterior, con el riesgo que ese gesto implica emocional y visceralmente.
Los elementos autobiográficos existen, sin duda, porque toda escritura supone una autobiografía. Escribir es elegir determinadas palabras en un determinado orden. Ese proceso viene condicionado por unos factores que no vale la pena analizar porque serían inexactos, como imperfecta es la vida. Uno de los principales es la soledad. Uno escribe para ser acompañado aunque sólo sea por sus propias palabras. ¿Es un bien estar solo? ¿Es un bien escribir? Estar solo no, sin duda. Porque por mucho que nos empeñemos, no lo estaremos. Cuando decimos que queremos estar solos en realidad decimos que queremos estar aislados. Es decir, no aguantamos a nadie más, estamos cansados de que nos agredan por solo cruzar por la misma senda que otra persona y quisiéramos escapar. En cambio, cuando decimos que estamos solos decimos en realidad que nadie nos acompaña, estamos solos en medio de una multitud que no nos percibe y que tal vez contenga a alguien que se sienta como nosotros. Por eso la soledad no existe, existen las soledades, repetida en uno mismo y en los otros, los alter ego, mon semblant, mon frére, que dijo Baudelaire con sinceridad y ahora reproduzco yo con pedantería.
De modo que este Diario de monoambiente, que no es diario ni monoambiente, no se sabe lo que es, pero se conforma con ser divertimento, compañía, la falsa soledad de las palabras unidas entre sí, que siempre están dentro de un texto, y acepta ser el momentáneo recuerdo de quienes lo lean con el convencimiento de escribirse, sin la necesidad de definirse.
P.D.: El artículo de Marías ha provocado la previsible e incendiaria reacción de los que usan este medio. Pongamos como ejemplo la opinión de Escolar.net, Moleskine literario, El Post, Guerra Eterna, Blogpocket y El blog de Ramón Rey. Queda esto como curiosidad. Yo ni replico ni me ofendo. Ni siquiera me siento aludido. Prefiero leer y escribir acerca de otros asuntos.