31 de enero de 2009

La bondad y la belleza

Día fresco, por no decir frío. Estornudamos y volvemos a estornudar por el efecto del primer estornudo. La mente se airea, se renueva. Qué hacer. Pues hablar de algo que también puede parecer tan efímero como un estornudo.

Partamos también de un recuerdo. De éste por ejemplo. Hace unos días los habitantes se cruzaron en el colectivo con un tipo que canta y toca la guitarra para ganarse unas monedas. Era la segunda vez que lo veían y por eso no les sorprendió que el concierto sólo constara de dos canciones de aire radiofónico que bien hubieran podido haber sonado en el propio colectivo de haber dispuesto éste de unos altavoces para propalar la música de la emisora favorita del conductor. El cantante en cuestión tenía la cara picada de una erupción agresiva de granos al modo de la viruela. Por eso podría considerarse no muy agraciado; pero su voz era clara, limpia y más entusiasmada que la de muchos que se escuchan por la televisión, e incluso más persistente y sacrificada, ante los vanos intentos de los demás pasajeros para no oírla y no molestarse.

Acabada su función, con buena retórica el tipo dijo "voy a tomarme el atrevimiento de pasar la gorra" y lo hizo de una manera tan discreta que sólo recibió algo de quienes realmente desearon dárselo. Luego se puso a hablar con el conductor, saludó a otro conductor de un colectivo con el que nos cruzamos, insistió en cederle el asiento a una señora. En fin, que al final nosotros también le dimos una moneda de 50 centavos, recibida con un "¡hey!" alegre y sorprendido.

Éste sólo es un ejemplo de lo que ni siquiera es el verdadero tema. Tan sólo es para preguntarnos qué es eso de la bondad y de la belleza, cuando se piensa desde Platón y Aristóteles. Claro, si se sigue pensando en esto es porque el problema aún no está resuelto y la solución no está presente. Como no vamos a dar una clase de estética sólo recordaremos que Aristóteles dice que basamos la belleza según la dimensión y la proporción, y que para Platón la belleza del alma debe tenerse en más alta estima que la belleza del cuerpo. Y de paso nos ahorramos todas las disquisiciones posteriores en relación a este asunto. Con la idea de Platón tenemos más que suficiente porque es tan verdadera que la adoptamos como nuestra. Salvo por una matización: no es que nos quedemos con el tópico de que lo que importa es el interior de las personas porque el exterior importa y vaya si importa, que nadie es de piedra. Pero no deja de ser cierto que el físico es sólo la mínima expresión del psíquico, del carácter de cada uno.

Nos delatan nuestra ropa, nuestro peinado y nuestros gestos, entre los que se cuentan la sonrisa y la mirada. De ahí que ante un cuerpo entendido canónicamente como modélico (por ejemplo el de Paris Hilton) podamos reaccionar, más que con indiferencia, con rechazo. El alma (platónica) puede hacer bello el cuerpo, pero nunca al revés. Y el alma tiene sus maneras de manifestarse, unas maneras sutiles que sólo podrán apreciar el que tenga buena percepción, en lugar de buena observación. Y ahí entramos en la virtud, que es como nos referimos, quizás sin saberlo, a la verdadera belleza, a la que importa.

Y bueno, la manera más fácil de percibir a un virtuoso es en las artes, en que alguien sea un buen artista en cualquiera de sus posibilidades. Pero ojo, También Es Sentir Su Arte, es el que tenga la capacidad de emocionarse, el que no se rinde ante la torpe hojarascas de la realidad y busca más. Aquél que hace como Ramón Trecet en Diálogos 3, su recientemente extinto programa de radio y se despide diciendo:

Buscad la belleza. Es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo.

21 de enero de 2009

La costumbre de ser espejo

Una vez más, las palabras de alguien que no somos nosotros nos remiten a nosotros mismos. Ésa es la función de la literatura en su sentido más torpe: el de buscar la vía en palabras ajenas cuando tropezamos con las nuestras.


En una esquina de la ciudad había un local de objetos de arte. Y entre la calle y el frente del local una estatua de cerámica de la deidad budista Kannon , con la altura de una niña de doce años. Cuando el tren pasaba, el gélido cutis de Kannon se estremecía, al igual que el vidrio de la puerta del negocio. Cada vez que yo pasaba por allí, temía que la estatua se cayera. Éste es el sueño que tuve:
El cuerpo de Kannon caía directamente sobre mí.
De pronto Kannon estiraba sus largos y blancos brazos, que hasta entonces pendían a lo largo de su cuerpo, y me envolvía el cuello con ellos. Yo saltaba hacia atrás con desagrado por lo sobrenatural de sus brazos inanimados cobrando vida y por el frío toque de su piel de cerámica.
Sin un ruido, Kannon se rompía en miles de fragmentos al costado de la calle.
Una muchacha recogía algunos de los pedazos. Se detenía un instante, pero rápidamente volvía a juntar los pedazos diseminados, los fragmentos de cerámica reluciente. Su irrupción me tomaba por sorpresa. Y cuando estaba por abrir la boca para ofrecer alguna disculpa, me desperté.
Parecía que todo hubiera sucedido en el preciso instante posterior a la caída de Kannon.
Intenté una interpretación del sueño.
"Honra a la mujer tanto como a la más frágil vasija." Desde entonces recuerdo este versículo de la Biblia con frecuencia. Siempre establecí una asociación entre una "frágil vasija" y una vasija de porcelana. Y más tarde, entre ambas y la muchacha del sueño.
Nada tan frágil como una joven. En cierto sentido, el hecho de amar representa la caída de una muchacha. Es lo que yo pienso.
Y así, en mi sueño, ¿no estaría la joven recogiendo apresuradamente los fragmentos de su propia caída?


(Yasunari Kawabata: "La frágil vasija")

17 de enero de 2009

Qué será

Miró hacia las montañas, allí estaba lloviendo. Trazó un camino con el revés de la mano y el camino iba y venía como un río de doble fluir. La espuma le salpicaba, apenas era un leve rastro transparente entre la piel. Nunca se había fijado en su sonora textura. Las gotas habían saltado muchas veces de la gran multitud y se agarraban convexas, casi redondas, al lugar que las había recibido.




Y a partir de ahí lo que será no lo sabe. En un rincón convergen las gotas como en una playa de porcelana. Si una llega tarde la playa se derrama sobre el mar vacío de la vida.