9 de enero de 2011

Versiones y remakes



De nuevo una noticia en el diario me llama la atención: Fernández Mallo reescribe a Borges en una versión de 'El hacedor'. Agustín Fernández Mallo es muy conocido en España desde que publicó su trilogía Nocilla, definida en la propia contraportada de los libros como "el principio de muchas novelas hábilmente ensambladas con material documental y propio en una sólida e inesperada docuficción, que opta por la descripción directa de acontecimientos mínimos y le debe mucho a proyectos vanguardistas como el de París de Walter Benjamin (donde seguramente, ya en los años treinta, se inventa el zapping literario)". Era una idea muy atractiva y tuvo el éxito que mereció: Fernández Mallo colmó portadas y titulares y pasó de una pequeña editorial a Alfaguara. Casi nada, eh. Algunos críticos dijeron que no era para tanto, que la fórmula se repetía y se diluía en los otros dos volúmenes del proyecto y la cosa no daba más de sí. No sé, si es una trilogía cada parte justifica las otras dos, ¿verdad? Pero ahora se atreve con reinventar nada menos que una de las obras de Borges. ¿Es lícito que lo haga? Sin duda, porque la literatura está a nuestro servicio y el peor que podríamos darle es olvidarla. ¿Tiene sentido que lo haga? Lo dudo. Al menos para mí, para el autor está claro que lo tiene.

Versiones y remakes son términos que se usan para referirnos a una obra que se ha creado partiendo de otra. No tienen que ver con la copia o el plagio porque confesamos nuestra deuda y queremos reinterpretar la obra a nuestra manera para que se entienda en otra lengua (una traducción), en otra edad (una adaptación) o en otra época (una modernización). El resultado será una variante de la original con mayor o peor acierto según la pericia del recreador. Pero le faltará algo que sólo tiene la original y que, en su grado extremo, ha llevado a decir que, por ejemplo, el traductor es un traidor (la famosa expresión italiana «traduttore, traditore»).

Lo que ha escrito Agustín Fernández Mallo no corresponde a ninguna de estas categorías. Entonces, ¿por qué escribirlo? ¿hay que recuperar a Borges porque está olvidado? ¿Será más ameno, más claro, más estratosférico? ¿Hay que rendirle un homenaje? ¿Hay que ¿superarlo?? No, sigo sin encontrarle el sentido. Antes prefiero lo que hizo Juan Bonilla: uno de sus cuentos trata de una supuesta confesión de Borges en la que éste reconocería que es un ladrón de literatura por apropiarse de frases ajenas, y va desgranando todas sus fuentes. Eso sí lo disfruté. En cambio, para reescribir una obra ya tengo mi propia experiencia de lector. Y no sólo de un libro sino de todos los que leo. De modo que será otra lectura, otra relectura, mía, suya, nuestra, vuestra, y la literatura no se acaba.

Corolario. Hay que releer a Borges otra vez.

5 de enero de 2011

Otra vez invierno

Otra vez invierno - pero las estaciones sólo cuentan si hay parada solicitada - y el frío es una compañía que no admite réplica para quedarse, va trepando por los pies y por la noche conspira para derrotar los sueños. Cuando el silencio se condensa los labios tiemblan, se atora la voz. Y el cielo se falsea de blanco. Imperturbable. Mañana no habrá tiempo. Hoy, aún faltan cinco minutos para la una.

3 de enero de 2011

La vuelta a la vida en ochenta minutos

Una vez más me cruzo con un texto sobre Cortázar, en este caso el que escribe Juan Cruz en su blog sobre la relectura de sus obras (las de Cortázar, no las de Cruz, obvio) porque un amigo suyo le contó "que había vuelto a leer Rayuela, la novela mítica de Julio Cortázar, y que se le había evaporado el gusto que le produjo hace más de cuarenta años, cuando la leyó por vez primera." Juan Cruz no acaba de creer a su amigo pero como siente "un enorme respeto" por él prefiere cambiar de lectura y ocuparse del último volumen de las cartas y de La vuelta al día en ochenta mundos. Y habla de las lecturas por gusto y de las lecturas por obligación por aquello de que es difícil disfrutar algo cuando te mandan que lo hagas, y que es mejor hacerlo por gusto, porque se disfruta desde el deseo mismo de querer hacerlo. Muchas veces también he pensado que quienes dicen que no les gusta leer perdieron el gusto porque a un iluminado se le ocurrió que a un estudiante quemaría las horas con una novela de Galdós o se identificaría con la protagonista de Nada porque también es una estudiante, de hace sesenta años pero estudiante (por nombrar lecturas que tienen los alumnos de bachillerato de este año). Y sí, algo de cierto habrá en que es mejor leer por gusto. ¿Pero qué hay de los que leen por necesidad? Sólo así se puede explicar que, cada cierto tiempo, debamos volver a ciertos escritores, a esos libros que nunca están escondidos del todo, a las ideas o los personajes que aparecen cuando menos lo pensamos. Eso es lo que me pasa con Cortázar, que en cuanto me descuido ya está aquí de nuevo, y por eso digo feliz año nuevo y escribo:

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Asì la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.