13 de abril de 2011

Postal del 11 de marzo


Es raro: mientras estaba pensando sobre el terremoto de Japón se han caído, justo ahora, un cuadro, la puerta de un armario y una planta. Será cosa del viento pero no dejo de conmoverme cuando releo el mensaje que me mandó Jennie hace unos días sobre cómo vivió el terremoto. Ella no vive en Fukushima sino en Tsukuba pero no tan distante del epicentro como para sentir muy cerca las consecuencias.

El viernes 11 de marzo yo estaba frente al computador cuando empezó a temblar. Anteriormente, cada vez que temblaba, yo sólo miraba hacia arriba y alrededor y esperaba no más de 10 segundos a que el movimiento se detuviera - tal vez menos -; casi siempre llega primero el sonido y luego la vibración que rápidamente se detiene…

El tiempo llega tarde. No desciframos su oleaje hasta que nos arrastra. Y entonces nos quedamos sin respuesta. La costumbre se ha roto, la tormenta ha desbordado el vaso y su golpe todo lo transforma. Ya nada es lo mismo, el tiempo cambia su ciclo y se convulsiona.

Anteriormente nunca llegué a pararme siquiera de mi silla, y durante los temblores me sentía como cuando paso un puente a pie o en carro, resguardada por la Tierra; a menudo mi “mente” suele superponer imágenes a ciertas situaciones, y cuando paso por un puente y mi estómago se convulsiona ligeramente, veo el escenario desde arriba, muy arriba, y alcanzo a ver el puente reposando en las piernas de una calmada mujer, y siento-pienso que ella me está cuidando…

Para entonces el tiempo nos silencia. Sólo podemos buscar el lugar más más estable. Como el gato
que, ante el peligro, se esconde en el rincón más oscuro, donde todo es nada, donde no pasa nada.

Salí del cuarto y la casa se movía para un lado y otro, era como estar dentro de una caja bamboleándose para lado y lado, y de algún modo, me puse unos tenis, cogí mi celular, las llaves de la casa, monedas de 10 yenes y con Kumori en brazos salí sólo para encontrar la puerta de entrada del conjunto cerrada; entonces el temblor ya estaba bajando de intensidad y escuchaba a personas hablando afuera…

Y así, de una grieta se deshilacha la tierra. Oscura claridad, el eco del eco del eco va creciendo, va rugiendo, hasta invadir nuestro aliento. El mundo es un cristal oblicuo, la piel se arruga.

No pasó mucho tiempo cuando nos sorprendido el segundo temblor… ¡Fuerte! ¡Impresionante! ¡Y diferente! (Este segundo temblor fue una réplica del primero; su epicentro fue en el mar cerca de Fukushima) El primero fue un movimiento de lado a lado sobre una vibración constante; el segundo se sacudía de arriba hacia abajo, bruscamente, literalmente uno sentía que no tenía los pies sobre la tierra; se veían los edificios y los carros saltar, y el sonido bajo mis pies era tal que no podía sino pensar que en cualquier momento se iba a rajar la tierra…

Ya quebrados los sentidos, los nombres se entremezclan en la confusión de la noche y el día. Las certezas se imponen como una fatalidad, iluminadas entre los cristales rotos.

Supe que si debía morir, moriría; supe que la parte de mi que no quería morir porque no era lo suficientemente fuerte para enfrentar “la muerte” era extrañamente pequeña en comparación con aquella parte de mí que sabía que ya alguna vez había muerto; supe que ya era tanto vida como muerte; me reconocí como un peón y como un dios, de la manera más humilde que puedan imaginarse… supe que todos éramos peones y dioses, y que quien muriera, nacería; y que quien sobreviviera, moriría…

Así se crea una nueva costumbre. A las dudas se les asigna una respuesta para que pesen menos y el mundo despierta de nuevo como recién salido de un naufragio de lodo.

Cuarto temblor… Quinto… Sexto… ¿? Y el señor del correo llegó en su moto a dejar correspondencia en el conjunto de apartamentos contiguo; otro señor pasó caminando con su niña pequeña… Mis vecinas japonesas salían y entraban de sus apartamentos, primero con otra chaqueta, luego con el bolso, después con las llaves del carro; por último reubicaron sus automóviles de frente a la salida; sin embargo, fue una medida de precaución porque nunca llegaron a irse; estuvieron siempre calmadas, sin gritos ni nada por el estilo… Cuando ya se sentían más suaves las réplicas hablamos con una de ellas, me sorprendió mucho la manera en que nos sonrió, como calmándonos y calmándose con su sonrisa.

Pero la vuelta a la normalidad se encuentra con la normalidad anterior, se enfrentan cara a cara. La lógica ha perdido su sentido ante nuestros ojos. Por un momento nos separamos de nuestro cuerpo, dejamos de ser protagonistas y nos convertimos en testigos para comprender alguna cosa.

Cuando por fin entramos de nuevo al apartamento miramos qué se había caído, si algo se había roto; nuestro apartamento no tenía ni tiene muchas cosas colgando o en lugares altos, así que no pasó casi nada, la mayoría de cosas que se cayeron eran de madera, plástico, etc., sólo se rompió un pocillo. Luego revisamos lo demás: No había gas; salía sólo un hilo de agua de la llave; el teléfono no funcionaba; el celular estaba muerto (ni llamadas ni mensajes), pero había luz!! Encendimos la televisión para ubicar el epicentro del terremoto y entonces vimos las imágenes del Tsunami y comprendimos la magnitud de lo que había ocurrido. Por supuesto como todo buen extranjero que no sabe japonés, observa, deduce por imágenes, y medio trata de entender alguna palabra… Yo veía casi toda la costa pacífica de Japón bordeada de rojo, con numerosas “x” en el mar, y un japonés hablando y hablando… y entre tantas imágenes que mostraban no sabíamos bien qué pasaba…

Luego sucede que la experiencia se hace múltiple y se hace lejana y cercana, y la realidad se impone al delirio.

Alrededor de una hora después llegó mi mamá, obviamente agitada y hablando hasta por los codos… Nos contó que en el trabajo de ella después del primer temblor los mandaron a seguir trabajando (tan irresponsables!), pero ya en el segundo empezó a gotear agua del techo y los mandaron a salir a un área común.

La mitad de los trabajadores eran japoneses; la otra mitad, latinos; y sí, entre latinos se tiende más a desesperarse; sin embargo, la gente ayudó a quien pudo, aplacó temores y se dispuso a volver a casa…

Aldemar llegó mucho después… la ciudad donde él trabaja es más transitada que esta, por ende también había mucho tráfico… No había luz, no había un sólo semáforo funcionando, pero la gente cedía el paso, y se trenzaban organizadamente en ramajes que convergían en una sola avenida.

Dentro de Hitachi, donde trabaja Aldemar, los temblores se sintieron fuerte, y obviamente el sonido debió haber sido mucho peor que el que yo escuché, ya que hay hierro y metal por todos lados… Durante el primer temblor él y un japonés aseguraron unos carros con ruedas llamados “Daisha” para que no rodaran y no hubieran accidentes; luego los llevaron a un área al aire libre e hicieron conteo de personal.

Y no queda otro remedio que obedecer a la convocatoria del sueño, a seguir los pasos recordados. A recobrarlos y recobrarse donde el final sólo es una razón de estar y la locura tiene su calma

Recuerdo que el 11 de marzo fue un día muy largo, la noche fue eterna… parecía que las réplicas ocurrían cada 10 minutos, y el apartamento no dejaba de moverse (Debido al tipo de construcción antisísmica -el vaivén previene rupturas-); cuando los vecinos caminaban en el piso de arriba, el apartamento se sacudía; cuando un helicóptero pasaba todo el apartamento se sacudía (y pasaron muchos durante varios días); por otro lado, las réplicas eran fuertes; el televisor emitía imágenes desastrosas, interrumpidas por reportes de réplicas… Sin embargo toda mi familia estaba junto a mí; y aunque mi cuerpo no se calmaba del todo, una parte de mí estaba profundamente apaciguada.

Y sin embargo algo también se quebró en nuestro interior. La realidad, lo externo, es un mero síntoma de nuestra fragilidad, la apariencia de que no pasa nada, y por ahí había que ocultar que no pasaba nada, que las cosas se están haciendo bien. Si no fuera porque...

Alrededor de las 12 de la noche mi gato por fin decidió salir a patrullar normalmente, fue quien más rápido se “recobró” de todo el asunto. Mis papás se acostaron a dormir supuestamente, pero cada réplica los despertaba… Mi papá vomitó 2 veces.

Aldemar cayó profundo más o menos a las 4 de la mañana y yo pude dormirme una hora después, aún con el corazón latiendo a toda prisa.