30 de diciembre de 2014

Spleen de Paris

«¿Quién de entre nosotros no ha soñado, en sus días de ambición, el milagro de una prosa poética, musical sin ritmo y sin rima, suficientemente ágil y lo bastante bronca para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la consciencia? Este ideal obsesivo nace sobre todo de la frecuentación de ciudades enormes, del cruce de sus innumerables relaciones» (Charles Baudelaire, al redactor jefe de La Presse, Arsène Houssaye)

29 de diciembre de 2014

"No hay nada radicalmente nuevo", la vieja nueva necedad de Harold Bloom

Hace unos días leí una entrevista a Harold Bloom en el suplemento ADN del diario La Nación, que es el eco de otra que apareció hace unas semanas en El País. En ambas se destaca la idea de que en la literatura actual no hay nada nuevo, radicalmente nuevo. Esto no deja de ser eco de que todo ya está escrito, todo ya está hecho. El eterno retorno.Y ya que estamos en los últimos días del año me dan ganas de recordarlo.

Está claro que la idea de Bloom no es original. ¿Entonces para qué lo siguen publicando y entrevistando? ¿Por qué creen que dirá algo nuevo si podemos leer muchos otros libros que aún tenemos pendientes? ¿Alguien realmente cree que es un provocador con sus declaraciones "polémicas y ácidas"? En el fondo nos quiere decir: "no lean nada de lo que se publique ahora, no vale la pena". E incluso: "no escriban nada más, no aportarán nada que valga la pena". Y más en el fondo nos dice: "me da igual la literatura de mi tiempo, sólo me interesa el pasado".

A ver, expliquémoslo de una manera razonada y decorosa: ¿que ya está todo dicho? ¡claro que sí! Todo se dijo incluso antes de que fuera dicho, cuando los primeros humanos aprendieron a comunicarse y dieron forma a los grandes temas, y luego otros humanos tomaron esos temas y les dieron otra forma, la misma pero distinta en cada impresión, en cada versión.Como seres humanos compartimos los mismos temas pero cambian nuestra manera de percibirlos, de entenderlos. Por eso es necesario reinterpretarlos: porque los revivimos, porque también los vivimos. Si tomamos un gran tema como el amor enseguida advertimos que no es el mismo amor el de Penélope, que esperó durante veinte años el regreso de su marido en La Odisea, que el de los poemas de albada, de la Edad Media, que se refieren al lamento de la amada cuando su pareja debe irse antes de que los demás (el padre, el marido, etc.) descubran que pasaron la noche juntos; o tampoco es el mismo que el de Romeo y Julieta, que lucharon hasta la muerte contra las normas sociales que los separaban; o tampoco el que sintió Fausto para vender su alma al Diablo a cambio de que le correspondiera su amada. Y esto sólo por poner ejemplos clásicos. ¿Cómo no será también distinto el modo en que demuestran su amor los personajes de Jhumpa Lahiri, de Margaret Atwood, de Javier Marías, de Haruki Murakami, de todo aquel que hoy escriba? Es el mismo sentimiento pero otra sensibilidad, y por tanto es otra expresión. Todas son humanas. Todas son necesarias. Suerte que aún vendrá mucha literatura. Estoy deseando que llegue 2015.

25 de diciembre de 2014

Lo que no digo

Picor en la mano,
calor de los sueños,
las rimas internas,
cadencias sin dueño,
escritas sin gracia
ni soles sureños
que den medida
a lo que no tuvo.

Siempre el acto de diferenciarse
en la indiferencia indecisa
de partirse por la mitad
en el día y la noche
en el recuerdo y el olvido
en el discurso y el recurso
en aquello que no nombro
y olvido como noche
de este recurso incompleto
apenas entrevisto.

Las palabras se asocian
mezcladas, desovilladas
a pesar de mí mismo.

Tanto silencio.

Como si esto fuera el mundo.

14 de diciembre de 2014

A vueltas sobre Rayuela y Anna Karénina

Al cabo de unos días sigo pensando en las novelas de Tólstoi y de Cortázar porque siguen estando muy presentes. La huella de una buena obra es tan profunda en la memoria que lo convierte en clásico, es decir, que siempre está presente. Además en este caso se trata de novelas larguísimas, tanto que el otro día terminé Rayuela al cabo de dos meses y me parece corta si la comparo con Anna Karenina, porque de ésta aún me faltan trescientas cincuenta páginas. Ambas son novelas muy profusas, muy complejas. Y muy disímiles. Compararlas parece que sólo nos lleve a oponerlas. Basta con advertir las diferencias temporales (la novela de Tólstoi es de finales del siglo XIX, 1877; la novela de Cortázar es de mediados del siglo XX, 1963) para concluir en las diferencias estéticas. Pero es que además Cortázar justamente se propuso en Rayuela superar el modelo de la novela decimonónica del largo desarrollo lineal que sigue el lector obediente, conociendo poco a poco cómo son los personajes, su pensamiento y su entorno, observándolos en la distancia a través de una ventana, sin intervenir, sin protestar. El rollo chino, llamó a estas novelas.
Y sin embargo, con lo fácil que sería hablar de estas diferencias, prefiero buscar las afinidades.

Toda lectura paralela no deja de ser comparada a fin de poderlas leer al mismo tiempo por separado. En el caso de Rayuela y Anna Karénina hay una extraña afinidad que permite referirnos a las dos sin necesidad de oponerlas. Por eso a partir de ahora voy a hablar de las dos en singular, cuando atentan contra el mismo aspecto: la realidad. Y es que ahí tenemos la realidad, aunque no sepamos bien qué es. Sabemos de qué trata, eso sí. Y la realidad trata de lo que conocemos, o de lo que creemos conocer. Los personajes transitan por calles identificadas con un nombre exacto dentro de una ciudad, una gran ciudad como San Petersburgo, París, Buenos Aires. Y mientras transitan por esas calles o descansan en un hogar intentan subvertir las condiciones en las que deberían descansar en los hogares y transitar por las calles, ajenos a los cumplidos de quién dirá, qué dirá, por qué lo dirá.

Hay una hipocresía social en el momento en que aceptamos formar parte de la burguesía pero no sus impuestos. Sociales más que económicos, que también.

¿Por qué burguesía rimará con hipocresía?

La vida llena, la vida de la nevera llena, la panza llena, la habitación llena de luz y de abrigo y de color puede estar vacía si ha sido impuesta. Si más que impuesta ha sido resignada. Resignar no deja de ser volver a signar, volver a firmar, volver a firmar aquello que tuvo que ser así porque no lo vimos de otro modo, y entonces al rescate de la burguesía llega la psicología, con todos sus entramados para comprender el proceder de los personajes en los parajes que recorrieron a fuego lento y que no se van de la memoria, porque de algún modo la hirieron, y nos salvan del olvido, y nos reviven aquellos deseos de no aceptar todo lo que es cuando en realidad - y ahí está la clave - podría ser.

Luego vendrán la fatalidades y demás torpezas pero la resignación no es un designio, sino una señal de que algo se puede corregir, y ahí es cuando al corregir releemos, reescribimos.

A esto le falta algo. Pero no será hoy cuando lo diga.

1 de diciembre de 2014

Lectura de lectura de lectura

Leo un texto de Juan Goytisolo (el reciente premio Cervantes, para conocerlo mejor) donde compara su relectura de Los monederos falsos de André Gide y Rayuela de Julio Cortázar cuarenta años después de haberlo hecho por primera vez. Dos novelas experimentales (con el autor y el lector). Antinovelas, se llamaron entonces, por considerar la novela como "suma de textos diseminados, pero destinados a cristalizar en una realidad nueva y total". Entonces Goytisolo hace la operación de releer esas novelas y de este modo siente que "leer es reconstruir lo fragmentado y disperso por voluntad del autor".

Hablando de novelas, toda lectura es necesariamente fragmentada. O casi toda. Salvo excepciones contadísimas, no leemos de un tirón las novelas. Sólo recuerdo haberlo hecho con Crónica de una muerte anunciada.Y hasta ahí puedo contar.

Casualmente - pero toda casualidad tiene un motivo desconocido - estoy releyendo la obra de Cortázar. Rayuela. La alterno con Anna Karénina de Lev Tólstoi, que es el modelo idóneo de novela decimonónica. Y no me parecen una oposición. Tólstoi lleva a Cortázar porque lo leyó sin duda, como lo demuestra que entre los Cuentos inolvidables se incluya "La muerte de Ivan Ilich". Y Cortázar lleva a Tólstoi porque nos remite a sus fuentes. Éste es el punto donde casualmente (pero...) llevo mi lectura de ambas novelas:

"Al lado del Cerro — aunque ese Cerro no tenía lado, se llegaba de golpe y nunca se sabía bien si ya se estaba o no, entonces más bien cerca del Cerro—, en un barrio de casas bajas y chicos discutidores, las preguntas no habían servido de nada, todo se iba estrellando en sonrisas amables, en mujeres que hubieran querido ayudar pero no estaban al tanto, la gente se muda, señor, aquí todo ha cambiando mucho, a lo mejor si va a la policía quién le dice. Y no podía quedarse demasiado porque el barco salía al rato nomás, y aunque no hubiera salido en el fondo todo estaba perdido de antemano, las averiguaciones las hacía por las dudas, como una jugada de quiniela o una obediencia astrológica. Otro bondi de vuelta al puerto, y a tirarse en la cucheta hasta la hora de comer.

    Esa misma noche, a eso de las dos de la mañana, volvió a verla por primera vez. Hacía calor y en el «camerone» donde ciento y pico de inmigrantes roncaban y sudaban, se estaba peor que entre los rollos de soga bajo el cielo aplastado del río, con toda la humedad de la rada pegándose a la piel. Oliveira se puso a fumar sentado contra un mamparo, estudiando las pocas estrellas rasposas que se colaban entre las nubes. La Maga salió de detrás de un ventilador, llevando en una mano algo que arrastraba por el suelo, y casi en seguida le dio la espalda y caminó hacia una de las escotillas. Oliveira no hizo nada por seguirla, sabía de sobra que estaba viendo algo que no se dejaría seguir. Pensó que sería alguna de las pitucas de primera clase que bajaban hasta la mugre de la proa, ávidas de eso que llamaban experiencia o vida, cosas así. Se parecía mucho a la Maga, era evidente, pero lo más del parecido lo había puesto él, de modo que una vez que el corazón dejó de latirle como un perro rabioso encendió otro cigarrillo y se trató a sí mismo de cretino incurable.

    Haber creído ver a la Maga era menos amargo que la certidumbre de que un deseo incontrolable la había arrancado del fondo de eso que definían como subconciencia y proyectado contra la silueta de cualquiera de las mujeres de a bordo. Hasta ese momento había creído que podía permitirse el lujo de recordar melancólicamente ciertas cosas, evocar a su hora y en la atmósfera adecuada determinadas historias, poniéndoles fin con la misma tranquilidad con que aplastaba el pucho en el cenicero. Cuando Traveler le presentó a Talita en el puerto, tan ridícula con ese gato en la canasta y un aire entre amable y Alida Valli, volvió a sentir que ciertas remotas semejanzas condensaban bruscamente un falso parecido total, como si de su memoria aparentemente tan bien compartimentada se arrancara de golpe un ectoplasma capaz de habitar y completar otro cuerpo y otra cara, de mirarlo desde fuera con una mirada que él había creído reservada para siempre a los recuerdos. " (Rayuela, capítulo 48)


"El debate sobre la emancipación de las mujeres ofrecía puntos demasiado espinosos para tratarlos delante de las damas, y, por tanto, cesó muy pronto; mas apenas terminada la comida, Pestsov entabló un diálogo con Alexiéi Alexándrovich para explicarle la cuestión desde el punto de vista de la desigualdad de los derechos entre esposos en el matrimonio. Según él, la causa principal de esta desigualdad consistía en la diferencia establecida por la ley y por la opinión pública entre la infidelidad de la mujer y del esposo.
Stepán Arkádich ofreció precipitadamente un cigarro a Karenin.
- No - contestó este con la mayor tranquilidad -; no fumo.
Y como para probar que no temía al diálogo, se volvió hacia Pestsov y le dijo con una sonrisa glacial:
- Esa desigualdad estriba, a mi modo de ver, en el fondo mismo de la cuestión.
Y se dirigió al salón; pero Turovtsin lo interpeló al paso:
- ¿Ha oído usted referir - le preguntó, animado por el champaña y deseoso de romper el silencio - lo de la cuestión de Vasia Priáchnikov? Me han dicho esta mañana - añadió con su franca sonrisa - que se había batido en Tver con Kvitski y que lo dejó sin vida en el terreno.
La conversación giraba aquel día fatalmente, de modo que Alexiéi Alexándrovich pudiera resentirse; Oblonski se dio cuenta al punto y quiso llevarse fuera a su cuñado.
- ¿Por qué se ha batido? - preguntó Karenin, sin notar, al parecer, los esfuerzos de Oblonski para distraer su atención.
- A causa de su esposa; y se ha conducido valerosamente, pues provocó a su rival y lo mató." (Anna Karénina, cuarta parte, capítulo XII)