29 de abril de 2015

Dar forma a una idea

Sí.
Tenemos una idea.
Sí.
¿Tenemos?
¿Sí?
¿Tenemos una idea?
Sí. Sin duda.
¿Pero qué dudas tuvimos?
¿Qué entrevimos para dudar?
Tanta duda entre vaguedades.
Al final sí.
¿Al final qué?
¿Al final?
Bueno, dejémoslo.
Las ideas son preguntas
cuya respuesta
será una pregunta reformulada.
Y una pregunta no se contesta,
sólo se aplaza hasta nuevo aviso.

13 de abril de 2015

Pequeño recordatorio de Eduardo Galeano

Las muertes están de más, siempre sobran, son oportunistas y molestas. Y trágicas, porque detienen el tiempo y quieren condenar al olvido. Por eso ahora me detengo, me enfrento al olvido y pienso quién es Eduardo Galeano. Quién es para mí y quién fue, ya que no sé quién será. Y lo primero que pienso es que Eduardo Galeano era muchos Eduardos Galeanos, porque buscó una voz colectiva que denunciara y condenara cualquier injusticia, cualquier miseria moral, para devolver a los humanos su condición de humanos, ya que otros se niegan a devolverles sus derechos.

Cuento mi propia experiencia, para que al contarla se haga colectiva y siga animando esa memoria. Hace ya muchos años, cuando todavía estaba germinando mi primer viaje a Argentina (aunque pudo haber sido Perú, Chile, Colombia), me regalaron El libro de los abrazos. Por entonces no conocía ni el nombre del autor, así que le pregunté a mi profesor de Literatura Latinoamericana qué le parecía Eduardo Galeano. Mi profesor siempre habla conmigo en tono distendido y con cierta ironía. Pero al escuchar su nombre se puso mi serio y me dijo: "¿qué voy a pensar de él? Es un gran escritor". Nunca lo he visto tan serio como entonces.

De todos modos me habría maravillado El libro de los abrazos. Desde su título invitaba a entrar en él, a ser acogido y llevarte con una mano en el hombro por todos los vericuetos de la historia y de la literatura que se escondían solapados por la versión oficial y los discursos programáticos. Les tomé cariño enseguida, al libro y al autor. Qué buen regalo. Qué buen regalo. Qué buen regalo. Luego siguieron otros libros de Galeano, de una manera lógica y necesaria: Días y noches de amor y de guerra me estremeció, tanta violencia dolía; y aún me cuesta digerir lo que se cuenta en Las venas abiertas de América Latina y Memoria del fuego. Y luego vi, hojeé, leí muchos otros, de cuantos ha publicado en estos años. El año pasado Espejos me acompañó durante muchos viajes de transporte público y apretado.

Dos años atrás lo vi. Fue a la entrada de una librería y me costó creer que era él. Pero era él y estaba hojeando unos libros suyos, mientras esperaba a su compañía. Se dio cuenta de que lo había reconocido y me miró a mí. ¿Como un espejo? No, sería soberbia de mi parte. Como desconcierto de no saber qué hacer: él sorprendido, extraído del anonimato; yo sorprendido, extraído de la corriente común. Pensé en hablarle pero quería encontrar las palabras que fueran algo más que un balbuceo de admiración pero la cotidianidad fue más rápida que mi aturdimiento: llegó su compañía y se lo llevaron, sugiriéndole un bar, una silla, algo así. Yo me quedé como una estatua. En esos momentos toda palabra parecía vulgar. Quizás también lo sea en este momento. Y sin embargo hay que hacer algo, perdura esa sensación de no resignarse más a lo que viene, a lo que te dicen, a lo que pasa.