24 de abril de 2016

El capital cultural

Silencio.
Tan prohibido en la ciudad
que si escucho por casualidad
el silencio en el título
de una canción de Madredeus
me parece una especie
de anuncio desconocido
a través del tiempo necesario
para que el eco sea ensoñación
de sonidos distendidos.
La calma.
Silencio.
Repito:
silencio.
Me molesta la propiedad
material de romper el silencio
si lo nombro. No está roto
entonces sino corrompido.
El vecino y aquella máquina
zumbadora por la mañana,
el teléfono, los timbrazos
en la puerta del edificio,
los parlantes o altavoces
en las fiestas o en la calle,
la bocina de los coches,
el teléfono, otra vez,
lo vulgar y lo común,
las palabras, voces, etcétera.
Por estar ligado al tiempo
económico que preciso
lo llamamos publicidad.
Anuncio.
Silencio.
Silencio.
Un silencio tan precario
que no sé cómo salvarlo.
O quizás lo adivino
y por eso me callo,
que ya digo demasiado
y no quiero engañarme.