"Cada vez que se disponía
a pintar algo había un momento de revelación y otro de desaliento, como cuando
le surgía inesperadamente en la imaginación el primer verso de un poema. Cómo
dar el siguiente paso, en el espacio en blanco y sin indicaciones de la página
del carnet, de la hoja del cuaderno de dibujo o del lienzo. Quizás la textura
indicaba algo, la resistencia o la suavidad del papel. Podía continuar y darse cuenta
de que había malogrado el intento: el segundo verso, forzado, no era digno de
la iluminación súbita del primero; sobre la hermosa anchura del papel ahora
había una mancha inútil. La revelación parecía perderse sin que él hubiera
sabido atraparla; el desaliento se quedaba con él, y para emprender el trabajo
era preciso, si no vencerlo, al menos oponerle resistencia, dar los primeros
pasos como si no sintiera uno su peso de plomo. Pero en todas las cosas que
había emprendido le pasaba lo mismo: un entusiasmo fácil y luego un principio
de fatiga, y por fin una desgana a la que no siempre había sabido sobreponerse.
Al fin y al cabo era un pintor de domingo. Y si la pintura exigía tal esfuerzo
de concentración mental y de destreza en el oficio, ¿por qué en vez de poner en
ella todo su corazón y todo su talento disgregaba sus fuerzas ya escasas para
empeñarse en la poesía, donde ni siquiera se le concedía a uno la absolución
del trabajo manual, la certeza de un grado aceptable de dominio del oficio? En
el fervor del trabajo se disipaba la desgana, pero al día siguiente había que
empezar de nuevo y el entusiasmo de ayer no parecía que pudiera repetirse. El
trabajo hecho no servía de nada: cada comienzo era un nuevo punto de partida, y
el lienzo o la hoja de papel frente a los que se quedaba hechizado y abatido
estaban más vacíos que nunca. Una primera línea prometedora, pero muy insegura,
una horizontal que podía ser la de una mesa sobre la que reposaba el frutero o
la de una distancia marítima imaginada al fondo de su ventana de Madrid. Una
iluminación inminente que se deshacía sin rastro en puro abatimiento. Y sin
embargo, no sabía cómo, el cuadro empezaba a surgir, o el poema a escribirse,
persistiendo por sí mismos, con un empeño en el que no intervenía del todo su
voluntad debilitada por el escepticismo y por el simple paso del tiempo."
(Antonio Muñoz Molina: La noche de los tiempos)
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