14 de diciembre de 2006

Comida opípara




Es terrible preparar una comida picante y que salga bien.

Los habitantes, enclaustrados en su monoambiente, deciden preparar una cena de tapas, en teoría españolas, dejándose llevar por la intuición catalana de uno de ellos. Internet siempre ayuda, la habitual ventana al exterior, aún mayor que la que da a la avenida. Pero centrémonos en las tapas: las patatas bravas fueron muy bravas, tanto que no se dejaron terminar. Tampoco pudo ser con las variantes de la Salsa Toti y la Mojón verde (a falta de ingredientes siempre es bueno improvisar), que salieron igual de ricas, pero igual de picantes y, por tanto, igual de interminables. Sí, es evidente que ésta es la comida interminable.

Queda pendiente el helado (está en camino) de este festín digno de Trimalción. Los comensales sufren las consecuencias y mientras uno lucha por enderezarse en la cama y otro (invitado de última hora) directamente duerme, el actual habitante escribidor lucha por mantener la compostura, mientras se compone la cara y disimula el estómago para recibir el postre, como si de cualquier cosa se tratara.

Quedé dormida como un cerdo, declara uno de los comensales. No es para menos. Al menos, la opulencia del buen vivir da para propinas. En fin, llegó el helado.

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