27 de abril de 2008

Monocromo




A veces, sobreviene el cansancio del día a día, a veces, de repente uno se sienta y se siente cansado. No es cosa del sueño ni del esfuerzo excesivo, estar cansado tiene plumas, como el loro del que hablaba Cernuda ("plumas del loro aquel tan familiar o triste, / el loro aquel del siempre estar cansado", etc.) y demás sensaciones relativas al spleen, la náusea, el hastío que alguien (Hipócrates y luego muchos otros) relacionó con la bilis, el humor que segrega el bazo. Y así podríamos seguir con citas y recetas para sobrellevar el cansancio.

Pero el cansancio sobreviene en una pausa. Perder la concentración, descentrarse, alejarse del cuadro para contemplar el resultado. Puede que en cada trazo haya menos definición de la que creímos, menos desgaste del que nos produjo. Claro, el día tiene una agenda llena de obligaciones y quién se atreve a cuestionarlas si son necesarias, que hay que acabar el trabajo comenzado, que uno es responsable de los actos y de las consecuencias. Y así nos vamos mareando.

Y cada cansancio es debilidad y es miedo y es repetición y es ciclo y fin.

Y sin embargo, cuanto más cansado estemos, más fuerza tendremos para buscar nuevos colores.

21 de abril de 2008

Descatalogado

Alguna vez, al buscar un libro en la biblioteca, he sentido la frustración de que ya no estaba lo que un día me llamó la atención y que dejé para más adelante por el motivo que fuera, por falta de tiempo o de interés o cualquier vana excusa de procrastinización. Luego vino la rabia, los remordimientos, que también son excusas para satisfacer el tiempo perdido. Pero ni así puedo entender lo que sucede, qué le lleva a alguien decidir que eso ya no interesa y qué debe ser dado de baja para que otro, más reluciente e interesante, lo sustituya, sobre todo cuando el libro elegido es tan valioso como la traducción de los cuentos de Poe que hizo Cortázar, la de Alianza. Y luego me preguntaba adónde van los libros descartados. Hasta que yo mismo tuve que contestarme, hace unos años, cuando una bibliotecaria, con la que siempre tuve buena relación, me invitó a que eligiera yo los mártires.

Me dirigí a los anaqueles, sección novela. Novela actual. La única indicación es que de allí tenían que salir los elegidos que irían a parar a un sótano o algo parecido, hasta que fueran triturados. Pero cuáles. Me sentí como un demiurgo que decidiría los gustos de mi ciudad, qué iba a leerse, qué iba a callar para siempre. Demasiada responsabilidad, era como si estuviera firmando el acta de un fusilamiento.

Primero los viejos, los más desgastados por el uso, salvo si los conocía y eran íntimos. Luego fueron los poco atractivos (pero "no, éstos no, son los que se pasan las viejas de unas a otras"; se refería a los de Danielle Steele, Rosamunde Pilcher, etc.). Finalmente, los desconocidos, con el riesgo de desconocerlos para siempre. He olvidado los treinta que debí de condenar. Claro que, siendo novela actual, lo dejó de ser hace unos años (ocho, diez) y es preferible pensar que, si realmente valía la pena, ese libro será un clásico y de nuevo volverá a la biblioteca con su lomo reluciente para mandar al olvido a otro, y tendrá la suerte de que ya no será ni desconocido ni desgastado y aún menos poco atractivo. La duda es, quizás, cuántos ciclos de reencarnaciones deberá sufrir hasta ser redescubierto por alguien con mejor gusto que yo.

13 de abril de 2008

Para una sociología antropométrica de bolsillo



Ramon Rubinat tiene razón. En 2006 publicó Ziga fins a Corea del Sud para contar desde sus ojos de escritor, crítico y filólogo cómo fue su experiencia en los viajes que hizo a Colombia, Inglaterra, Estados Unidos y, sobre todo, a Corea del Sur. Claro, es fácil dejarse llevar por el asombro ante el nuevo lugar, el mundo redescubierto, la diferencia del uno y del otro, lo uno y lo diverso, la barbarie de lo extranjero (bar-bar), el turista accidental que contempla lo íncubo y lo súcubo del lugar de paso. Esto está mal pero yo no soy esto, yo me voy, que se las apañen ellos, están locos estos romanos.

Agárrense, que viene una perorata de buenas costumbres.

Cita en traducción tácito-explícita del catalán de una página del libro citado:

"Yoo Jin estaba allí para comenzar a ser coreana, para dejar de ser brasileña. Tenía que redefinir, como fuese, la esencia de una persona. La venerable jalmeoni (vocativo que se utiliza para dirigirse a cualquier mujer de edad avanzada) se convertiría en una cirujana social concentrada exclusivamente en extirpar la infancia, la lengua, los gestos y el cerebro tumefacto de "su" nieta. En la misma operación, si era posible, se le insertaría una prótesis de ontología coreana que tomaría la forma de matrimonio por conveniencia: la máxima expresión de la pertenencia al país, a la sociedad, al grupo... a todo aquello "coreano".
El procedimiento era muy sencillo, consistía en sustituir conceptos. ¿El primer paso? La pulverización de su "yo" en busca de una comunión patriótica con la nación. La lengua coreana se lo repetiría sistemáticamente (uri), como una letanía (uri) hipnótica (uri) y alineante. El grupo exige un plural muy singular."

Entonces nosotros, que tenemos la suerte de convivir con la libertad del pensamiento singular, leemos e interpretamos y, lo que es más peligroso, proyectamos y reescribimos para comprobar con terror cómo, en el fondo, se parecen el mundo supuestamente rígido y sistemático de Oriente y el mundo supuestamente flexible y libre de Occidente. En pocas líneas, para tomárnoslo con calma:

- En Oriente, los estudiantes se preparan para obtener un título que les otorgue un sueldo fijo en una empresa, sin importarles los conocimientos que adquieran porque en cuanto estén en la empresa los olvidarán por completo.

- En Oriente, la mayor preocupación es aparentar. "Si lo pareces, lo eres", como dice Rubinat. Por tanto, hay que parecer que uno es feliz, que lleva la vida que siempre ha soñado, que ese trabajo (policía, guardia de prisiones...) es el que deseaba hacer desde hace tiempo, porque por algo se preparó a conciencia para el examen, y que además eligió a la persona con quien estar y no por conveniencia, según los cánones tradicionales; es decir, a alguien del mismo pueblo, a alguien que por ser de familia conocida es de confianza, aunque sea un poco más difícil en las grandes ciudades, pero eso enseguida se subsana con la presentación de las respectivas familias.

- En Oriente, las películas, las canciones y los libros de más éxito son los más vendidos; es decir, los que salen en los anuncios. Como todo el mundo los conoce deben de ser los mejores.

- En Oriente, los emigrantes están considerados vulgares, ladrones, delincuentes, ilegales, brutos de poca formación que vienen a aprovecharse de la beneficiencia del país. A no ser que provengan de Europa, de Estados Unidos o de otro país rico; entonces ya no son emigrantes y tan sólo son extranjeros.

Ufa, qué largo queda esto. Mejor dejarlo así, hay que comer en lugar de vomitar o nos provocaremos una indigestión. A fin de cuentas basta con cambiar 'Oriente' por 'Occidente' y dejar volar la imaginación. Las diferencias son globalizadamente mínimas.

9 de abril de 2008

Pienso, luego escribo



Y como si cada secreto hubiese de ser revelado, uno piensa en discernir la simplicidad de todo aquello que está en el fondo del pozo y que el miedo es un animal salvaje que devora sueños y sentidos, es decir que si uno no piensa entonces no está y el hambre se apoderará de uno, pero sin embargo uno ama, ama, ama y se piensa perfecto, salvo que la historia se reduzca a que uno recuerde lo que quiere olvidar y olvide lo que quiera recordar, de tal manera que la aurora sea una luz velada y uno sea lo posible y lo imposible, claro que la foto salió trucada y, por tanto, lo cotidiano es falso, y para qué entender si nos sobran los motivos.