13 de abril de 2008

Para una sociología antropométrica de bolsillo



Ramon Rubinat tiene razón. En 2006 publicó Ziga fins a Corea del Sud para contar desde sus ojos de escritor, crítico y filólogo cómo fue su experiencia en los viajes que hizo a Colombia, Inglaterra, Estados Unidos y, sobre todo, a Corea del Sur. Claro, es fácil dejarse llevar por el asombro ante el nuevo lugar, el mundo redescubierto, la diferencia del uno y del otro, lo uno y lo diverso, la barbarie de lo extranjero (bar-bar), el turista accidental que contempla lo íncubo y lo súcubo del lugar de paso. Esto está mal pero yo no soy esto, yo me voy, que se las apañen ellos, están locos estos romanos.

Agárrense, que viene una perorata de buenas costumbres.

Cita en traducción tácito-explícita del catalán de una página del libro citado:

"Yoo Jin estaba allí para comenzar a ser coreana, para dejar de ser brasileña. Tenía que redefinir, como fuese, la esencia de una persona. La venerable jalmeoni (vocativo que se utiliza para dirigirse a cualquier mujer de edad avanzada) se convertiría en una cirujana social concentrada exclusivamente en extirpar la infancia, la lengua, los gestos y el cerebro tumefacto de "su" nieta. En la misma operación, si era posible, se le insertaría una prótesis de ontología coreana que tomaría la forma de matrimonio por conveniencia: la máxima expresión de la pertenencia al país, a la sociedad, al grupo... a todo aquello "coreano".
El procedimiento era muy sencillo, consistía en sustituir conceptos. ¿El primer paso? La pulverización de su "yo" en busca de una comunión patriótica con la nación. La lengua coreana se lo repetiría sistemáticamente (uri), como una letanía (uri) hipnótica (uri) y alineante. El grupo exige un plural muy singular."

Entonces nosotros, que tenemos la suerte de convivir con la libertad del pensamiento singular, leemos e interpretamos y, lo que es más peligroso, proyectamos y reescribimos para comprobar con terror cómo, en el fondo, se parecen el mundo supuestamente rígido y sistemático de Oriente y el mundo supuestamente flexible y libre de Occidente. En pocas líneas, para tomárnoslo con calma:

- En Oriente, los estudiantes se preparan para obtener un título que les otorgue un sueldo fijo en una empresa, sin importarles los conocimientos que adquieran porque en cuanto estén en la empresa los olvidarán por completo.

- En Oriente, la mayor preocupación es aparentar. "Si lo pareces, lo eres", como dice Rubinat. Por tanto, hay que parecer que uno es feliz, que lleva la vida que siempre ha soñado, que ese trabajo (policía, guardia de prisiones...) es el que deseaba hacer desde hace tiempo, porque por algo se preparó a conciencia para el examen, y que además eligió a la persona con quien estar y no por conveniencia, según los cánones tradicionales; es decir, a alguien del mismo pueblo, a alguien que por ser de familia conocida es de confianza, aunque sea un poco más difícil en las grandes ciudades, pero eso enseguida se subsana con la presentación de las respectivas familias.

- En Oriente, las películas, las canciones y los libros de más éxito son los más vendidos; es decir, los que salen en los anuncios. Como todo el mundo los conoce deben de ser los mejores.

- En Oriente, los emigrantes están considerados vulgares, ladrones, delincuentes, ilegales, brutos de poca formación que vienen a aprovecharse de la beneficiencia del país. A no ser que provengan de Europa, de Estados Unidos o de otro país rico; entonces ya no son emigrantes y tan sólo son extranjeros.

Ufa, qué largo queda esto. Mejor dejarlo así, hay que comer en lugar de vomitar o nos provocaremos una indigestión. A fin de cuentas basta con cambiar 'Oriente' por 'Occidente' y dejar volar la imaginación. Las diferencias son globalizadamente mínimas.

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