9 de noviembre de 2019

Discurso


Y entonces
Y entonces qué
Y entonces llega el
Llega el final o el principio
O principio del final
O final del principio
Según se mire
O se escuche
Pues
Todo cuanto hacemos
Es
Todo cuando sabemos
Y entonces
Esto es la despedida del saludo
O el saludo de la despedida
Cuando los extremos
Son medios desmedidos
De abc, de do re mi
De 1,2,3
De norte y de sur
Pero de todos de todo de cuanto más
Seguirá los puntos suspensivos
Del timbre como aviso
Para despertar los sueños
Para señalar los signos
Y decir
Aquí estuvimos
Aquí estaremos
Aquí es un tiempo
Y un día recordaré
Recordaremos
Que hubo un día
A la medida
De nuestras palabras.

20 de octubre de 2019

Variaciones sobre uno mismo

La ventana, materia del sujeto
La ventana, esencia del aire
La ventana, solidez de la luz
La ventana, ausencia del eco
La ventana. La ventana. La.
Repetir, redoblar, regresar

3 de octubre de 2019

La última siesta


Después de dar diez cien mil
golpes en la orilla
como golpeando puertas de las casas
tanto sueño
como golpeando partes de las caras
rozas apenas el agua
fría y aún temblando
tanto sueño
apoyas el pie en la
arena salpicada de caracolas
restos de viejas caracolas
tanto sueño
y encogida replegada
te abres un hueco
en que descanse tu hogar.

31 de agosto de 2019

Uno


La piel 
se desdobla 
amando 
amando
frente a frente 
a contrapiel 
tan dentro de mí 
que ya no soy yo

20 de julio de 2019

Margarita a lo Gandolfo




Me gusta muchísimo
Sara Mesa es una de las mejores narradoras que hoy cuenta la literatura española. Los premios y la publicación de su obra en una gran editorial como Anagrama no han tardado en consagrarla. Por eso es de celebrar que haya escrito un libro como Silencio administrativo, el cual relata con detalle cómo nuestra sociedad estigmatiza la pobreza - la aporofobia, el miedo a los pobres, como dijo la filósofa Adela Cortina - y condena a quien viva en la calle a un irremediable deterioro físico y mental. El libro es relatado desde la perspectiva de quien es Sara Mesa, es decir desde una escritora, una narradora. Bajo el nombre de Beatriz cuenta cómo se interesó por la vida de una mujer llamada Carmen, que mendiga en las calles de Sevilla y duerme en un garaje. Y enseguida descubre cómo la burocracia, para que reciba alguna ayuda, es tan intrincada que resulta imposible de resolver. Éste es uno de los problemas más graves del mundo actual: la pobreza. Y es uno de los invisibilizados para los políticos y para los medios de comunicación.

Me gusta mucho
El libro de Elvio E. Gandolfo La mujer de mi vida, donde se recogen algunas de las margaritas que publicó y que dan título a esta entrada del blog. Por ser una recopilación de artículos el resultado es inevitablemente irregular, ya que algunos son mejores que otros, es decir que se disfrutan más. De todos modos al terminar el libro me quedo con el deseo de más, que tal vez sea el mejor elogio de una recopilación. Puestos a hablar de Gandolfo, El año de Stevenson es una maravilla, una poesía amena, directa y enternecedora, que te invita a quedarte con el autor a tomar mate.

Me gusta un poco
Leo Los testamentos falsificados de Milan Kundera, publicados por primera vez en español en 1994 y en francés en 1993, y no puedo evitar sentirlos de otra época cuando se refiere a «nuestro siglo». ¿Tanto ha cambiado? Sí, eso parece. Tanto ha cambiado. Las Guerras Mundiales se han convertido en Guerras Globales: diversos grupos de ideología afín han perpretado atentados en París, en Londres, en Nueva York, en Nueva Zelanda, en Sri Lanka. Se puede ver en tiempo real y sincronizado una serie de televisión o un partido de fútbol. Las interpretaciones erróneas de Janácek y de Kafka se han asimilado a unos clichés que ya no cuestiona nadie. Las condenas y rechazos a artistas por su apoyo al fascismo o al comunismo se difunden más bien cuando trasciende una denuncia de abuso (a niños o a mujeres). La situación política de la literatura de Kundera se ha convertido en situación histórica. Y como además Kundera ya no publica se lo relega cada vez más al olvido del pasado, aunque todavía de vez en cuando su nombre suena entre las candidaturas al premio Nobel.

No me gusta nada
Los programas de lecturas que los Ministerios de Educación de países como España y Argentina decretan para la enseñanza en la Secundaria están hechos con tal desidia que no fomentan la lectura, sino el aborrecimiento a los libros.  Los alumnos simulan aprender porque los profesores simulan enseñar un caos que tiene un aire de lista de la compra: este año leemos este libro, el próximo está de moda tal otro. Esos programas están atestados de listas, conceptos, temas con los cuales el profesor debe hacer malabarismos para aparentar un orden. Pero claro, ya he dicho que el resultado es un caos. Si el alumno simula aprender lo que en muchos casos hace es tan sólo aprobar, es decir tener la nota de aprobado, que tarde o temprano logrará porque hay que ajustar el número de alumnos al de permitidos en una clase (a menudo al de los que pueden entrar en un aula). Así irá pasando los cursos hasta terminar la Secundaria, sin poseer los conocimientos que se le suponen. Pero con el título en mano ya no se hablará de fracaso escolar.

13 de julio de 2019

Morir de repente

Esta mañana leo la noticia de la muerte repentina de Stephanie Niznik, cuya biografía es glosada en la mención a las series de televisión en que participó, como Anatomía de Grey y Lost en papeles secundarios. Apenas la reconocí, lo confieso, pero sí me llamó la atención su nombre para buscar más información. Sin embargo más aún me llamó la atención dos detalles: que el fallecimiento se produjo el 23 de junio pero no ha trascendido hasta hoy - tres semanas después - y que se desconozca el motivo.

Más allá - y nunca mejor dicho - de convertir la muerte en un suceso mórbido enseguida me he preguntado: ¿por qué esos detalles tan vagos? ¿por respeto a la familia? ¿por trasuntos legales? ¿por investigaciones de los implicados?

Pero en el fondo no son detalles relevantes para mí.

No seguiré el desarrollo de la noticia y tampoco necesito que se respondan esas preguntas.

En realidad preferiría responderme estas otras:

¿Por qué acordarse en su muerte de quien se alejó de la vida pública hace diez años si eligió esa discreción? (¿pero la eligió?)

¿Cómo se puede morir de repente?

Las respuestas nunca explicarán lo que nos falta.
Toda muerte es la respuesta de una falta.
Nuestro cuerpo se cansa de lo que nos falta y cede al abandono.
Toda muerte debería ser un lamento - o un alivio - pero nunca un olvido, una indiferencia.
Valga este pequeño texto para echar en falta lo que nunca debería faltar.

25 de mayo de 2019

La igualdad que desiguala

Acabo de leer el artículo del diario El País titulado: "Lenguaje inclusivo en aulas y leyes, más mujeres al poder y otras pautas del Consejo de Europa". En dicho artículo no se habla de ningún modo del "lenguaje inclusivo en aulas", sino más bien leemos que Estrasburgo "recomienda revisar el material educativo para "evitar el lenguaje y las ilustraciones sexistas" y los estereotipos de género y para que promuevan la igualdad". El párrafo sigue desarrollando este mismo sentido.

Por desgracia, también es un caso (más) sobre la cuestión de género, que por entenderse y aplicarse de un modo tendencioso ha llevado a este tipo de confusiones hasta tal grado que a muchas personas (mujeres y varones) les lleva al rechazo.

El caso más grave es justamente el del mal llamado lenguaje inclusivo. El lenguaje sigue siendo sexista aunque se cambie una o por una e. Hay que cambiar el sentido, no basta con la gramática. De este modo no se entiende que tengamos adjetivos como 'triste' o 'alegre' y sustantivos como 'agente' o incluso 'hombre'.

Y, por favor, piensen de un modo consecuente. Yo no soy una eminencia en este tema, pero he escrito un artículo sobre el sexismo femenino en la publicidad argentina y hará unos quince años estudié los estereotipos de género en los manuales de español para extranjeros (un aspecto que precisamente sí se menciona en este artículo). No caigamos en la retórica al uso sólo porque es afín a lo que pensamos.

15 de mayo de 2019

La difusión de la literatura

A propósito de lo que una autora de libros (Pilar Rahola) dijo de otra (Cristina Fernández de Kirchner) en la Feria del Libro de Buenos Aires, me lamento de que en estas controversias políticas siempre, sin excepción, sin remedio, siempre pierde la literatura.

Como catalán me encanta la literatura escrita en catalán.
Porque me encanta la literatura.
Así de simple.
Y sin embargo lo más simple es, con frecuencia, lo más difícil de entender. ¿Por qué?

No voy a ser tan ingenuo de olvidar la política de la literatura, es decir que "la literatura hace política en tanto literatura", tal como lo dijo Jacques Rancière. Pero hay que mantener que la literatura sea sobre todo literatura.

Alguna vez he traducido al castellano algún poema en catalán. Sólo por gusto, por las ganas no sólo de llevar ese poema de una lengua a otra (como etimológicamente significa 'traducir') sino además para llevarlo a otros lugares, en lugar de que las fronteras políticas sean también fronteras lingüísticas.

En Argentina es rarísimo leer la traducción de un libro originalmente en catalán. O en euskera. O en gallego. Y ni hablemos del asturiano o el aragonés, que apenas se conocen como lengua. Parece que ese gesto conllevara reivindicar la independencia de la región donde se habla dicha lengua y no tiene por qué ser así necesariamente.

En la reconocida (y con merecimiento) novela titulada Patria, Fernando Aramburu pone en boca de uno de sus personajes este pensamiento: "Como te salgas de la línea te conviertes en un apestado, incluso en un enemigo. El que escribe en castellano aún tiene salidas. Le publican en Madrid y Barcelona, y a lo mejor, con suerte y talento, sale adelante. No así los que escribimos en euskera. Te cierran las puertas, no te invitan a nada, no existes." Ojalá sólo fuera ficción.

A todo esto, como es evidente, escribo en castellano.
A todo esto, como es obvio, la Feria del Libro debería tratar sobre todo de libros.

21 de abril de 2019

En estos días de encontrar

En estos días de encontrar,
de nuevo reencontrarse,
desde el decir hasta el callar,
se ha envuelto el aire
en la extrañeza de ser y no ser.
Ser en pausa,
ser en movimiento,
cuando uno cree que no cree,
por fin ser el motivo de creer.
Todo pensamiento será una sensación en tus labios.
Toda duda es una historia
de dos caminos
que se bifurcan,
hasta encontrarse
en la certeza.
Y lo certero,
lo cierto
es la afirmación
de cuanto digas
para mí, de mí, con nosotros.
Ser palabra
para ser
más sólidos que el aire,
es la permanencia de los ríos de la vida
cuando fluye el tiempo.
Mira, yo no sé,
aquí yo no sé, apenas yo soy.
En este lugar hace frío,
los ruidos ensucian el ambiente.
Pero cuando me leas nos escucharemos
y el devenir de las voces
habrá justificado cuanto hayamos escrito.
Aunque el tiempo,
el pobre,
mida
las idas
y
las vueltas
y se crea lo que nos dice.

26 de marzo de 2019

Inicio del otoño

Los mosquitos rondan las farolas
como flores urbanas.
Las horas se reparten
el frío
y
el calor
como una baraja de cartas.
Los pájaros se elevan
hacia ninguna parte
como las sombras a la noche.

Un color de media tarde
me arruga y me repliega
como una hoja de papel.

22 de marzo de 2019

¿Por qué a veces la realidad es tan distinta de nuestros deseos?

Ésa es la consigna que di para escribir un texto. "¿Qué se puede decir de ese tema?", me preguntaron. "¡Es tan difícil!". No tanto - contesté - eso tan sólo es un punto de partida para empezar a escribir, un disparador. A partir de ahí puedes escribir lo que quieras. Por ejemplo, podría decir que esta mañana me he levantado con sueño, que me habría gustado quedarme en la cama un poco más. La realidad puede ser cruel, dolorosa y justamente indeseable. Una vez escribí que madrugar es la peor tortura cotidiana. Sigo pensando lo mismo porque sigo madrugando. "Pero no dijo 'deseos' - me replicaron-, dijo 'sueños', por qué la realidad no es como los sueños". No, era 'deseos' pero bien podría haber dicho 'sueños', ya que éstos son la manifestación de nuestros deseos, de nuestro inconsciente y a veces las dos palabras se usan como sinónimas.

Sin entrar en el psicoanálisis más que en esa mención al inconsciente, la realidad acaba por convertirse en una proyección de nuestros deseos, en proyectos por realizarse. Cuando me levanto con sueño hago cada acto como si fuera parte de un mecanismo mal articulado, que tropieza en cada prueba y en cada error: la ropa se me cae de las manos, el baño queda salpicado del agua que no me lavó la cara, el fuego de la cocina calienta la leche demasiado rápido o demasiado lento.  Cuando me recompongo con las piezas ensambladas a la fuerza, caigo en el tiempo cuando percibo lo tarde que ya es y salgo a toda prisa de casa. Es un decir. Las piernas me pesan como si tuviera que desclavarlas del suelo. El semáforo está en rojo, de modo que debo cruzar la calle para que el movimiento inicial no caiga en la inercia del estatismo y me duerma de pie. El semáforo se pone verde y avanzo a grandes pasos, esquivando veredas rotas, charcos de aceite (o de un líquido cuyo contenido prefiero no descubrir). Y también sorteo en zig zag a las personas más dormidas que yo y que caminan como si hubieran descubierto un tiempo infinito. Una mujer grita, dos coches improvisan un concierto de bocinas desafinadas, un portero riega la calle asfaltada de tanta agua que arroja, un chico pasea un ramillete de perros coordinados por la obediencia. Y llego a la parada. ¿Qué pasa con el colectivo? ¿Por qué tarda tanto? La cola aumenta y en cada rostro se percibe el mismo deseo de llegar al destino. Y todos nos ponemos de acuerdo en cumplirlo. Una música escuchada al paso resuena en mi mente. Llega entonces el colectivo y en la cola los futuros pasajeros levantan un brazo como movidos por un resorte. Subo los dos escalones, le susurro al conductor mi destino y me acomodo como puedo en un espacio 1x1. Reconozco algunas caras: la agria expresión de una mujer que intenta dormitar, los dos niños con audífonos que hablan con lentitud, la madre impertérrita que lleva a su hija profundamente dormida en un asiento hondo como un abismo. Cuando bajan unos pasajeros logro sentarme y escucho la radio por los auriculares. A veces encuentro una canción que me gusta pero suelo cambiar la emisora para evitar los anuncios, tan invasores. Así viajo, hasta que el cartel de una carnicería me avisa que debo bajar. Bajo entonces a toda prisa - pero ya sabemos que la prisa es una forma de hablar - y reanudo la marcha a pie, camino, doblo hacia la izquierda, camino, me detengo en un nuevo semáforo. Los uniformes y los andares me dan la bienvenida, me invitan a despertar a la realidad. Sonrío. Devuelvo los saludos. Y me propongo cumplir todos mis deseos cotidianos.

20 de marzo de 2019

Sexismo masculino

Se viene hablando mucho del sexismo. A veces con acierto, otras no tanto. Pero sí, es un tema necesario. Yo mismo escribí, hace unos años, un estudio sobre el sexismo femenino en la publicidad. Hoy, que tanto se reivindican (y con tanta razón y urgencia) los derechos de las mujeres, quiero hacer una primera aproximación al sexismo masculino, que está más solapado y cuesta detectarlo por el dominocentrismo que se ha popularizado como patriarcado. Incluso se menosprecia cuando en el machismo todo hombre forma parte del grupo dominante.

Para simplificarlo de un modo exagerado, casi burdo, el estereotipo masculino corresponde a la figura del varonil, del hombre que muestra su virilidad por dar una imagen de fuerza, tanto fortaleza física como entereza emocional (aunque ésta última ya admite sus concesiones) y que además es el sustento principal de la familia (con los cuestionamientos actuales de la estructura familiar). Sin embargo el hombre que no cumpla con este rol, esta actitud, acaba por ser cuestionado y ridiculizado.

En la crisis económica que llevamos sufriendo desde hace demasiado tiempo es evidente que resulta difícil encontrar trabajo (o encontrar un trabajo decente, que no obligue a la autoexplotación). Si en una pareja heterosexual, la esposa (qué fea palabra, mejor lo dejamos en cónyuge, que por lo menos no tiene un sentido de prisión), la novia; en fin, la pareja femenina logra un trabajo o su trabajo está mejor pagado que el del hombre o tiene un cargo superior, éste recibe los calificativos de mantenido o vago que aumentan su frustración y pueden llevarle a la depresión o incluso al suicidio.

El campo sexual es el otro puntal de la manifestación de la masculinidad tradicional. Así como a la mujer se la expone, muy peyorativamente, como un objeto de placer sexual para el hombre, el hombre debe responder a los estímulos sexuales. Y expresarlo ostensiblemente, físicamente, verbalmente. De lo contrario podrían ser puestas en duda sus preferencias sexuales, añadiendo el efecto de denigración que todavía hoy conlleva la homosexualidad para ser aceptada públicamente.

En definitiva, esto es un mero apunte, por supuesto, de que en la estructura de poder construida en la hegemonía masculina también existe una fuerte presión hacia los hombres para manifestar su rol en el maniqueísmo de que sólo hay una masculinidad válida. Y como apunte basta.

13 de marzo de 2019

Cuando la sociedad dentro del cine se recrea en lo pútrido pero no huele

En Netflix, la famosa plataforma de ver películas y series que triunfó por darle un aire legal al visionado por internet (qué fácil es triunfar cuando se encuentra el modo adecuado) están disponibles las dos primeras temporadas de la serie francesa Dix pour cent, Ten Per Cent, Call My Agent (el nombre cambia y desnorta según la región) que pretende contarnos los entresijos del mundo del cine a través de la labor de los agentes de los actores. La prensa elogia a las risas y la mordacidad y la califican de una de las mejores series galas de los últimos años. Pues no, no me la trago.

Ya sabemos que una campaña publicitaria puede encumbrar o destruir un producto. Y el gran atractivo de la serie es incorporar en cada capítulo a un actor francés (en muchos casos famoso sólo en Francia) que se interpreta a sí mismo. Ése bien podría ser el gancho. Pero de ahí a considerarla una gran serie no, de ningún modo.

La serie nada en tópicos como el políticamente correcto de introducir un personaje homosexual, los amoríos y rivalidades laborales, la chica nueva que se las arregla para convertir sus errores en aciertos o el final feliz. Nada nuevo bajo el sol.

La morbosidad de saber cómo se comportan los actores cuando son ellos mismos no me atrae en absoluto. Tampoco sus histerias, caprichos, vanidades y debilidades.

Pero sobre todo lo que me niego a aceptar es el elogio de la competencia desleal, el arribismo, la falta de escrúpulos que se celebra como reproducción fiel de la realidad y hasta reconocer que "los agentes se ganan sobradamente el porcentaje".  Es como declarar que Frank Underwood, el despiadado político de House of Cards, se gana sobradamente sus ascensos por las artimañas que emplea. Pero la gran diferencia es que House of Cards es mucho más que Underwood (por algo lo sobrevivió) y permite más lecturas, tantas como para considerarla, ésta sí, en una gran serie.