13 de marzo de 2019

Cuando la sociedad dentro del cine se recrea en lo pútrido pero no huele

En Netflix, la famosa plataforma de ver películas y series que triunfó por darle un aire legal al visionado por internet (qué fácil es triunfar cuando se encuentra el modo adecuado) están disponibles las dos primeras temporadas de la serie francesa Dix pour cent, Ten Per Cent, Call My Agent (el nombre cambia y desnorta según la región) que pretende contarnos los entresijos del mundo del cine a través de la labor de los agentes de los actores. La prensa elogia a las risas y la mordacidad y la califican de una de las mejores series galas de los últimos años. Pues no, no me la trago.

Ya sabemos que una campaña publicitaria puede encumbrar o destruir un producto. Y el gran atractivo de la serie es incorporar en cada capítulo a un actor francés (en muchos casos famoso sólo en Francia) que se interpreta a sí mismo. Ése bien podría ser el gancho. Pero de ahí a considerarla una gran serie no, de ningún modo.

La serie nada en tópicos como el políticamente correcto de introducir un personaje homosexual, los amoríos y rivalidades laborales, la chica nueva que se las arregla para convertir sus errores en aciertos o el final feliz. Nada nuevo bajo el sol.

La morbosidad de saber cómo se comportan los actores cuando son ellos mismos no me atrae en absoluto. Tampoco sus histerias, caprichos, vanidades y debilidades.

Pero sobre todo lo que me niego a aceptar es el elogio de la competencia desleal, el arribismo, la falta de escrúpulos que se celebra como reproducción fiel de la realidad y hasta reconocer que "los agentes se ganan sobradamente el porcentaje".  Es como declarar que Frank Underwood, el despiadado político de House of Cards, se gana sobradamente sus ascensos por las artimañas que emplea. Pero la gran diferencia es que House of Cards es mucho más que Underwood (por algo lo sobrevivió) y permite más lecturas, tantas como para considerarla, ésta sí, en una gran serie.

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