20 de marzo de 2019

Sexismo masculino

Se viene hablando mucho del sexismo. A veces con acierto, otras no tanto. Pero sí, es un tema necesario. Yo mismo escribí, hace unos años, un estudio sobre el sexismo femenino en la publicidad. Hoy, que tanto se reivindican (y con tanta razón y urgencia) los derechos de las mujeres, quiero hacer una primera aproximación al sexismo masculino, que está más solapado y cuesta detectarlo por el dominocentrismo que se ha popularizado como patriarcado. Incluso se menosprecia cuando en el machismo todo hombre forma parte del grupo dominante.

Para simplificarlo de un modo exagerado, casi burdo, el estereotipo masculino corresponde a la figura del varonil, del hombre que muestra su virilidad por dar una imagen de fuerza, tanto fortaleza física como entereza emocional (aunque ésta última ya admite sus concesiones) y que además es el sustento principal de la familia (con los cuestionamientos actuales de la estructura familiar). Sin embargo el hombre que no cumpla con este rol, esta actitud, acaba por ser cuestionado y ridiculizado.

En la crisis económica que llevamos sufriendo desde hace demasiado tiempo es evidente que resulta difícil encontrar trabajo (o encontrar un trabajo decente, que no obligue a la autoexplotación). Si en una pareja heterosexual, la esposa (qué fea palabra, mejor lo dejamos en cónyuge, que por lo menos no tiene un sentido de prisión), la novia; en fin, la pareja femenina logra un trabajo o su trabajo está mejor pagado que el del hombre o tiene un cargo superior, éste recibe los calificativos de mantenido o vago que aumentan su frustración y pueden llevarle a la depresión o incluso al suicidio.

El campo sexual es el otro puntal de la manifestación de la masculinidad tradicional. Así como a la mujer se la expone, muy peyorativamente, como un objeto de placer sexual para el hombre, el hombre debe responder a los estímulos sexuales. Y expresarlo ostensiblemente, físicamente, verbalmente. De lo contrario podrían ser puestas en duda sus preferencias sexuales, añadiendo el efecto de denigración que todavía hoy conlleva la homosexualidad para ser aceptada públicamente.

En definitiva, esto es un mero apunte, por supuesto, de que en la estructura de poder construida en la hegemonía masculina también existe una fuerte presión hacia los hombres para manifestar su rol en el maniqueísmo de que sólo hay una masculinidad válida. Y como apunte basta.

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