26 de marzo de 2019

Inicio del otoño

Los mosquitos rondan las farolas
como flores urbanas.
Las horas se reparten
el frío
y
el calor
como una baraja de cartas.
Los pájaros se elevan
hacia ninguna parte
como las sombras a la noche.

Un color de media tarde
me arruga y me repliega
como una hoja de papel.

22 de marzo de 2019

¿Por qué a veces la realidad es tan distinta de nuestros deseos?

Ésa es la consigna que di para escribir un texto. "¿Qué se puede decir de ese tema?", me preguntaron. "¡Es tan difícil!". No tanto - contesté - eso tan sólo es un punto de partida para empezar a escribir, un disparador. A partir de ahí puedes escribir lo que quieras. Por ejemplo, podría decir que esta mañana me he levantado con sueño, que me habría gustado quedarme en la cama un poco más. La realidad puede ser cruel, dolorosa y justamente indeseable. Una vez escribí que madrugar es la peor tortura cotidiana. Sigo pensando lo mismo porque sigo madrugando. "Pero no dijo 'deseos' - me replicaron-, dijo 'sueños', por qué la realidad no es como los sueños". No, era 'deseos' pero bien podría haber dicho 'sueños', ya que éstos son la manifestación de nuestros deseos, de nuestro inconsciente y a veces las dos palabras se usan como sinónimas.

Sin entrar en el psicoanálisis más que en esa mención al inconsciente, la realidad acaba por convertirse en una proyección de nuestros deseos, en proyectos por realizarse. Cuando me levanto con sueño hago cada acto como si fuera parte de un mecanismo mal articulado, que tropieza en cada prueba y en cada error: la ropa se me cae de las manos, el baño queda salpicado del agua que no me lavó la cara, el fuego de la cocina calienta la leche demasiado rápido o demasiado lento.  Cuando me recompongo con las piezas ensambladas a la fuerza, caigo en el tiempo cuando percibo lo tarde que ya es y salgo a toda prisa de casa. Es un decir. Las piernas me pesan como si tuviera que desclavarlas del suelo. El semáforo está en rojo, de modo que debo cruzar la calle para que el movimiento inicial no caiga en la inercia del estatismo y me duerma de pie. El semáforo se pone verde y avanzo a grandes pasos, esquivando veredas rotas, charcos de aceite (o de un líquido cuyo contenido prefiero no descubrir). Y también sorteo en zig zag a las personas más dormidas que yo y que caminan como si hubieran descubierto un tiempo infinito. Una mujer grita, dos coches improvisan un concierto de bocinas desafinadas, un portero riega la calle asfaltada de tanta agua que arroja, un chico pasea un ramillete de perros coordinados por la obediencia. Y llego a la parada. ¿Qué pasa con el colectivo? ¿Por qué tarda tanto? La cola aumenta y en cada rostro se percibe el mismo deseo de llegar al destino. Y todos nos ponemos de acuerdo en cumplirlo. Una música escuchada al paso resuena en mi mente. Llega entonces el colectivo y en la cola los futuros pasajeros levantan un brazo como movidos por un resorte. Subo los dos escalones, le susurro al conductor mi destino y me acomodo como puedo en un espacio 1x1. Reconozco algunas caras: la agria expresión de una mujer que intenta dormitar, los dos niños con audífonos que hablan con lentitud, la madre impertérrita que lleva a su hija profundamente dormida en un asiento hondo como un abismo. Cuando bajan unos pasajeros logro sentarme y escucho la radio por los auriculares. A veces encuentro una canción que me gusta pero suelo cambiar la emisora para evitar los anuncios, tan invasores. Así viajo, hasta que el cartel de una carnicería me avisa que debo bajar. Bajo entonces a toda prisa - pero ya sabemos que la prisa es una forma de hablar - y reanudo la marcha a pie, camino, doblo hacia la izquierda, camino, me detengo en un nuevo semáforo. Los uniformes y los andares me dan la bienvenida, me invitan a despertar a la realidad. Sonrío. Devuelvo los saludos. Y me propongo cumplir todos mis deseos cotidianos.

20 de marzo de 2019

Sexismo masculino

Se viene hablando mucho del sexismo. A veces con acierto, otras no tanto. Pero sí, es un tema necesario. Yo mismo escribí, hace unos años, un estudio sobre el sexismo femenino en la publicidad. Hoy, que tanto se reivindican (y con tanta razón y urgencia) los derechos de las mujeres, quiero hacer una primera aproximación al sexismo masculino, que está más solapado y cuesta detectarlo por el dominocentrismo que se ha popularizado como patriarcado. Incluso se menosprecia cuando en el machismo todo hombre forma parte del grupo dominante.

Para simplificarlo de un modo exagerado, casi burdo, el estereotipo masculino corresponde a la figura del varonil, del hombre que muestra su virilidad por dar una imagen de fuerza, tanto fortaleza física como entereza emocional (aunque ésta última ya admite sus concesiones) y que además es el sustento principal de la familia (con los cuestionamientos actuales de la estructura familiar). Sin embargo el hombre que no cumpla con este rol, esta actitud, acaba por ser cuestionado y ridiculizado.

En la crisis económica que llevamos sufriendo desde hace demasiado tiempo es evidente que resulta difícil encontrar trabajo (o encontrar un trabajo decente, que no obligue a la autoexplotación). Si en una pareja heterosexual, la esposa (qué fea palabra, mejor lo dejamos en cónyuge, que por lo menos no tiene un sentido de prisión), la novia; en fin, la pareja femenina logra un trabajo o su trabajo está mejor pagado que el del hombre o tiene un cargo superior, éste recibe los calificativos de mantenido o vago que aumentan su frustración y pueden llevarle a la depresión o incluso al suicidio.

El campo sexual es el otro puntal de la manifestación de la masculinidad tradicional. Así como a la mujer se la expone, muy peyorativamente, como un objeto de placer sexual para el hombre, el hombre debe responder a los estímulos sexuales. Y expresarlo ostensiblemente, físicamente, verbalmente. De lo contrario podrían ser puestas en duda sus preferencias sexuales, añadiendo el efecto de denigración que todavía hoy conlleva la homosexualidad para ser aceptada públicamente.

En definitiva, esto es un mero apunte, por supuesto, de que en la estructura de poder construida en la hegemonía masculina también existe una fuerte presión hacia los hombres para manifestar su rol en el maniqueísmo de que sólo hay una masculinidad válida. Y como apunte basta.

13 de marzo de 2019

Cuando la sociedad dentro del cine se recrea en lo pútrido pero no huele

En Netflix, la famosa plataforma de ver películas y series que triunfó por darle un aire legal al visionado por internet (qué fácil es triunfar cuando se encuentra el modo adecuado) están disponibles las dos primeras temporadas de la serie francesa Dix pour cent, Ten Per Cent, Call My Agent (el nombre cambia y desnorta según la región) que pretende contarnos los entresijos del mundo del cine a través de la labor de los agentes de los actores. La prensa elogia a las risas y la mordacidad y la califican de una de las mejores series galas de los últimos años. Pues no, no me la trago.

Ya sabemos que una campaña publicitaria puede encumbrar o destruir un producto. Y el gran atractivo de la serie es incorporar en cada capítulo a un actor francés (en muchos casos famoso sólo en Francia) que se interpreta a sí mismo. Ése bien podría ser el gancho. Pero de ahí a considerarla una gran serie no, de ningún modo.

La serie nada en tópicos como el políticamente correcto de introducir un personaje homosexual, los amoríos y rivalidades laborales, la chica nueva que se las arregla para convertir sus errores en aciertos o el final feliz. Nada nuevo bajo el sol.

La morbosidad de saber cómo se comportan los actores cuando son ellos mismos no me atrae en absoluto. Tampoco sus histerias, caprichos, vanidades y debilidades.

Pero sobre todo lo que me niego a aceptar es el elogio de la competencia desleal, el arribismo, la falta de escrúpulos que se celebra como reproducción fiel de la realidad y hasta reconocer que "los agentes se ganan sobradamente el porcentaje".  Es como declarar que Frank Underwood, el despiadado político de House of Cards, se gana sobradamente sus ascensos por las artimañas que emplea. Pero la gran diferencia es que House of Cards es mucho más que Underwood (por algo lo sobrevivió) y permite más lecturas, tantas como para considerarla, ésta sí, en una gran serie.