22 de julio de 2007

Es_calorfrío

Por la mañana los habitantes abren la ventana. Y el sol se posa en el marco y desciende por la pared hasta el suelo, lame el armario, enciende el aire. No importa la luz sino el calor, que lo seca todo salvo la piel, habitantes anegados en sudor, luchando por salir de los remolinos que se forman en sus propias manos. Pronto, muy pronto, hay ruidos de máquinas, de obreros gritando, de timbrazos matutinos. Y luego sobreviene el silencio de la modorra, de la fiaca, y ni siquiera se oyen las cigarras. El cuerpo pesa, envejece, es torpe, no sabe cuánto son dos y dos ni de qué color son los sueños, pero quiere inventar métodos para ahogar la sed.

Y al otro lado del río.

Por la noche los habitantes miran por la ventana. No se atreven a abrirla, no hay sol, las farolas no calientan, hace mucho frío. Hay que buscar una segunda piel (si puede ser, marrón, ocre y negra, de rectas y cuadrados entrecruzados) porque no hay calefacción y no se pensó en ella, y en cambio hay ruidos de sirenas, de borrachos gritando, de portazos vespertinos. Y luego sobreviene el silencio del sueño y ni siquiera se oyen los grillos. El cuerpo pesa, envejece, es torpe, no sabe qué hora es, quiere y no quiere dormir y, aunque no quiere pensarlo, quiere transformar el temblor de tiritar en calor de acariciar.

Y las dos orillas, sin quererlo, quieren, queriendo demostrar lo que importa en verdad.

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