16 de octubre de 2007

Mañana



La luz filtrada por los hoyuelos de la persiana celebra a gritos su llegada, recorre la habitación y nos obliga a sonreír con los ojos entrecerrados o, al menos, a contraer la cara como si fuera una sonrisa.

La cama en desorden, una lucha olvidada; las sábanas son trapos, algas de tela imposibles de digerir. Nos rascamos indóciles y salvajes, nos levantamos tambaleantes. En la almohada descubrimos un pelo que no es nuestro, como una nota al partir.

Un teléfono o unas voces nos obligan a abrir la puerta de la habitación. El mundo exterior existe, menudo mundo que va creciendo, extendiéndose por todo lo que percibimos. Siempre la primera vez.

Hay prisa, las cosas giran a una velocidad superior a la de nuestros sentidos. Nos encerramos en el baño para intercalar una pausa. Aguas mayores y menores, nos lavamos la cara y al salir la fotografía del mundo adquiere más brillo.

Ya no hay margen para los olvidos.

Nos vestimos, nos peinamos, nos recomponemos de los bailes nocturnos.

Desayuno improvisado en la matemática cotidiana. Breves conversaciones.

Y nos reencontramos en las palabras.

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