Silencio.
Tan prohibido en la ciudad
que si escucho por casualidad
el silencio en el título
de una canción de Madredeus
me parece una especie
de anuncio desconocido
a través del tiempo necesario
para que el eco sea ensoñación
de sonidos distendidos.
La calma.
Silencio.
Repito:
silencio.
Me molesta la propiedad
material de romper el silencio
si lo nombro. No está roto
entonces sino corrompido.
El vecino y aquella máquina
zumbadora por la mañana,
el teléfono, los timbrazos
en la puerta del edificio,
los parlantes o altavoces
en las fiestas o en la calle,
la bocina de los coches,
el teléfono, otra vez,
lo vulgar y lo común,
las palabras, voces, etcétera.
Por estar ligado al tiempo
económico que preciso
lo llamamos publicidad.
Anuncio.
Silencio.
Silencio.
Un silencio tan precario
que no sé cómo salvarlo.
O quizás lo adivino
y por eso me callo,
que ya digo demasiado
y no quiero engañarme.
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