4 de julio de 2008

Tristezas



Parece mentira que sea más fácil escribir bajo la tristeza. Lo he pensado a menudo y lo recordé de nuevo al leer, hace poco, la misma idea en un texto de Augusto Monterroso. ¿Por que esa reivindicación de estar triste? ¿Es que, como nos dan a entender, nos sacaremos un peso de encima y nos quedará un alivio de habernos desahogado? No sé, es posible que sea así, que aquello que vertemos en el papel lo expulsemos como si lo hubiéramos vomitado y de esa purga saldremos fortalecidos tras ese estallido de debilidad. El problema es que, en un acto masoquista sin piedad, no tiramos el texto, sino que lo guardamos como una memoria (con lo asqueroso que sería guardar un vómito en un frasco) y de vez en cuando nos regodeamos al contemplarlo, nos enorgullecemos de que eso vino de nosotros (ya no, pensamos) e incluso algunos hasta nos atrevemos a otorgarle una calidad a ese desperdicio del que quisimos deshacernos.

En fin, que así como no evité librarme de los desahogos, también me impuse la condición de que no fueran los únicos, pues las tristezas, si bien a veces puede ser bueno recordarlas, no son motivo de vida; y las alegrías de algún modo contienen un rastro de belleza que hay que descubrir.

Se avecinan cambios para el monoambiente y su diario. Y todo cambio debe tener su trasfondo propicio, al margen de que un cambio suponga la despedida de lo que se deja atrás.

3 comentarios:

chica hindú dijo...

Todo cambio es crisis, es mutación que supone despedida y duelo por lo que ya no es, y frente a la tristeza que se impone por sí misma, siempre es mejor dejar jugar a nuestras letras, aunque sea para recordarnos el momento, aunque sea por puro goce, porque sino a dónde van las palabras y la tristeza?...

Patrick dijo...

La Vida Breve.....

Óscar Martín Hoy dijo...

Las palabras nunca sabemos a dónde nos conducen. Nosotros las llevamos a veces tan enseñadas y luego atrápalas si se dejan.

Ahí se ve tan bien en La Vida Breve, tres palabras que convergen en una: Onetti.