12 de junio de 2009

Moscas

Ahora resulta que el espacio donde hoy se mueven los habitantes ha cambiado tanto que se ha llenado de calor, y como no resulta muy cómodo llevar la piel emparrillada abren las ventanas para que el aire de la habitación se hermane con el del exterior. Ese gesto lo celebran las moscas, pues ellas no desean más que invadir los espacios prohibidos y hacer todo lo que se supone que no se debería hacer. La alegría de la mosca es inconmensurable al fertilizar de zumbidos el aire cúbico de la habitación. Hay muchos objetos donde posarse y muchos relieves cuya dimensión secreta habrá que recorrer con todas las patas. Lástima que no todos opinen lo mismo y así un ser inanimado, de formidables dimensiones y prodigiosa velocidad, las persigue y como un latigazo cae sobre ellas una y otra vez. Pero, como es bien sabido, es imposible acabar con ellas, pues en realidad son pequeños diablillos negros que reviven en cuanto han caído, y si por casualidad no parecen levantarse pronto vendrán con otro cuerpo y otra sonrisa zumbadora a bailar alrededor de su verdugo. Ni siquiera las inquieta la araña Mafalda, que cada año las espera en la ventana, oteando el horizonte.

No todos son tan beneficiados por el calor. Los habitantes por momentos se vuelven pesados y espesos y por eso se ven obligados a mantener la boca cerrada y a no malgastar sudor tras las moscas, que vuelan con más fervor, excitadas por ese olor seductor. De modo que por si las moscas mejor damos por terminado el acto oficial de bienvenida al verano y nos vamos con el punto final, minúsculo y negro, que ya llegó, que ya se asoma, que aquí está.

1 comentario:

mare dijo...

desde acá salen en contingente, cada mosca con un cubo de hielo, o una gota de lluvia de madrugada porteña, para refrescar el monoambiente de ese lado.