16 de agosto de 2011

Una semana en Merlo

Hace unos días participé en un proyecto extraño, ajeno a mis costumbres; aunque cuanto más lo conocía más me acercaba a mí mismo. Se entendía como las encuestas de un partido político. Yo lo viví como una experiencia social, porque a quien me abría la puerta de su casa le pedía que me contara sus problemas para que entre unos y otros políticos los solucionaran cuanto antes, aunque sólo fuera para ganarse el voto. Y los vecinos confiaban en mis palabras, me daban su nombre, me contaban que les faltaba agua corriente, gas, cloacas, asfalto, luces en la calle. Otros me rehuían con miedo de que se enterase el intendente y mandase una patrulla a golpearlos en su propia casa, y la falta de moral se unía a las otras carencias.

El tercer mundo no era una postal televisiva, sino que estaba a mi alrededor, en Merlo, a poco más de una hora de Buenos Aires. Allí abundan las historias de niñas violadas, cadáveres descuartizados, cuerpos empalados. Los que salen a la calle comprenden en su boca que el sudor es un bien ajeno y que deberán volver antes de que las criaturas de la noche invadan las aristas de barro; y no hay más esperanza que la paciencia. Y sin embargo yo vi un instante azul. Entre zanjas podridas de animales verdes, entre campos yermos sobrevolados por aves rapiñas, entre las amenazas de los punteros. Yo me vi abrazado, me invitaron a beber, compartieron conmigo un precario sandwich, lloraron en mi despedida. Con mis compañeros formé un grupo heterogéneo que se unió por una generosidad extraordinaria, como sólo es posible si no se finge, si es tan sincera que te incita a redoblar tu espejo en la verdadera igualdad. Hubo excepciones de avaricia y soberbia pero fueron mínimas y se perdieron en su propia distancia. A medida que pasaron los días se agolparon el sueño, el frío, el cansancio, el hambre, el calor. Los chicos se drogaban en las esquinas. Los mosquitos taladraban las veredas. Los perros sarnosos seguían las piernas vacilantes. La hierba gemía de sol y excrementos. Los timbres sonaban a palmas. Es curioso que en un páramo tan desolado yo fui, sobre todo, feliz.

3 comentarios:

Noelia A dijo...

Impresionante la experiencia que contás. Creo que hay muchos sectores así, y siempre hay una chispa en la oscuridad, eso es verdad.

Un beso

Pilar P dijo...

Mas humanidad como la tuya hace falta en este mundo de locos. Sigues siendo un gran narrador. Enhorabuena

Óscar Martín Hoy dijo...

Noelia, el lugar es impresionante, y lo triste es saber que no es una excepción. Pero la mayor parte del tiempo se te olvida y acabas disfrutando con una despreocupación que no me explico. De repente todo está en calma y te sientes bien. Igual, de otro modo, tú también eres una chispa en la oscuridad.

Pilar, qué bueno verte otra vez por aquí. Me alegro de que te haya gustado el texto, es tan fácil sentirme así como me sentí. Nos seguimos leyendo.