9 de abril de 2013

Sobre la muerte

En los últimos días he recibido la noticia de varias muertes que me han obligado a pensar en ella. Como si nunca quisiera que la olvidáramos, para que nunca nos acostumbremos a ella, a veces, a menudo, la muerte de alguien nos sacude hasta estremecernos. Y hoy ha sido la de José Luis Sampedro, alguien que midió el alcance de las palabras y que se consideró siempre aprendiz de sí mismo, con todo lo que enseñó.

"He comprado todo lo que se ve desde la terraza, sí, es mío. Usted se ríe, pero imagine que soy archimillonario y he adquirido ese trozo de mar, ¿qué haría con él? Pues lo mismo que ahora, porque no tengo la obsesión de ser propietario, que es lo que hace que los ricos compren la vaca de Hirst. Lo contemplaría, pasearía y dejaría que la gente se moje, porque no me perjudica. Pero la gente quiere ser propietaria, porque quiere mandar, y quien posee una cosa quiere otra. Hace falta menos para vivir bien."

Tal vez crecer sea, en el fondo, darse cuenta de lo que realmente importa.

Y envejecer, saber cómo aplicarlo.

"La gente suele identificar el amor con el hecho de hacer el amor, y piensa que a mi edad no tiene sentido. Claro que lo tiene. La compenetración, el afecto, el saberse sin hablar. Para mí, eso es más que siete Nobel. El goce de la vida no es cuestión de cantidad, sino de sensibilidad, intensidad, compenetración."
Pero morirse es otra cosa. Morirse es perder las palabras y quedarse en silencio. La muerte sólo conduce al silencio. Fin, punto final, no hay vuelta atrás.

Pero hay que volver. Hay que volverse memoria y vivir con nuestra voluntad, de nuestro amor.

Por eso dedico estas palabras a la memoria de mi tía Milagros, que murió la semana pasada. 
Y se volvió memoria.

No hay comentarios: