13 de abril de 2013

The Cure

La dificultad de expresar una sensación es casi tan inasible como la dificultad de entenderla. Casi. Casi tanto. Pues lo que no alcanzan las expresiones sí puede hacerlo el aura del tema que tratan, la sensación de referirse a una sensación.

¿Cómo podría expresarse, entonces, la sensación de escuchar en vivo la música que tantas veces escuchamos durante años, décadas, durante un tiempo imposible de medir con el tiempo de la vida?

Basta con el preludio, con el tenue campanilleo de Plainsong. Pero llegan las primeras notas y es hundirse en uno mismo desde uno mismo. Y destruirse en el choque. Y de repente todo es nuevo y es todo conocido, y no hay más temor que el temblor. Es tan frío que sólo admite el calor. Y sólo admite un después de la memoria. Sigue Pictures of you, perdido en el frío, recordarte llorando por la muerte de tu corazón, buscando las palabras adecuadas para que las imágenes sean de ti. Pero sigue la oscuridad, y aquí llega Lullaby, buscando a la víctima que tirita en la cama, cerrando tus ojos, mis ojos devorados, cayendo en el desorden de la calle. Y vino Fascination Street, cortó la conversación, vino después, desataron los recuerdos, rompieron las cuentas, y para Disintegration ya se habían deshecho las resistencias, y sólo quedaron restos de canciones murmuradas entre sueños que no alcanzarían en estas vueltas y volver y volver y volver de la nieve en el mar, de los mares y amar, del amor matinal, de las noches sin paz, de los viajes sin más,  cuando todos sabemos cuál era el fin, todos sabemos cuál es el fin, todos siempre lo sabemos, todos siempre en el fin.

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