7 de marzo de 2020

Fin del trabajo

Acabo de dejar mi (principal) trabajo.
Aunque no sea oficial ya no seguiré en mi trabajo.
Renuncio. No quiero más.
Uno se deja engañar para seguir diciéndose que no es para tanto, que hay lugares peores, que no será fácil encontrar otro, que los gastos se convertirán en deudas, que después de todo alguien o algo bueno tiene.
Pero ya no me repetiré esas mentiras.
La directiva quiere que me vaya y yo quiero irme. En eso sí estamos de acuerdo. Sólo en eso. Por lo demás la directiva es tan mediocre que vuelve mediocre a todos, a todo. Ya me estaba volviendo mediocre a mí por ser quien no quería ser, por hacer lo que no quería hacer. El buen director no debe decir "síganme" para que lo sigan ni ordenar para que lo obedezcan ni gritar para ser escuchado. Pero ésa es la directiva que me encontré y que me quitó cualquier motivación, cualquier ánimo para afrontar nuevos proyectos, a riesgo de que me echaran en cara lo malo y que se apropiaran de lo bueno. 
Mis sentimientos se volvieron una bola de nieve: por cometer un error mínimo recibía un castigo y a cada error la bronca y el reproche aumentaban y me llevaban a un nuevo error, a un mayor error, a un mayor castigo.
No son necesarios más detalles ni revolcarse en el barro para desahogarse o quedarse en el rencor.
Donde no te quieran no te quedes.
Me queda el alivio de no estar más allí.

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