4 de marzo de 2007

Mañana de domingo


La noche termina al despertar y entonces los habitantes, en su ensueño matutino, descubren su entorno. Así, en la cocina, se ha creado un microcosmos entre unos objetos disímiles, que no se llevan mal después de todo, pues cada uno ha sabido encontrar su espacio y acomodarse en la encimera.

Los habitantes, incrédulos, los contemplamos e intentamos amistarnos con ellos, para formar parte de ellos. Habría que tratar con cariño lo más cercano, no sea que un día se canse de soportarnos y nos falle cuando lo necesitamos y se esconda y no quiera saber más de nosotros: el abrelatas, la cuchara de los postres, qué más da el sujeto si es nuestro objetivo.

Bueno, nos estamos enroscando, como cuando nos desperezamos por la mañana. No hablaremos de despertares ni de luces que nos acompañan. Subimos la persiana y ya está, ahí está, a levantarse.

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