15 de marzo de 2008

El día al día

El despertador del móvil suena a las 7:45 con una melodía que recuerda Las mil y una noches, pero para los habitantes el día ha comenzado mucho antes, cuando en el intermezzo del sueño los ojos han ido abriéndose poco a poco, aunque aún sigan cerrados, y las imágenes perdidas tantean los pensamientos por si valen la pena recuperarse. Entonces el cuerpo va moviéndose al ritmo de una muda música: baño, cama, bañocama, ropa, camaropabaño, etc., hasta desayunar hacia las 8:20 (es decir, el cuerpo piensa que son las 8:20 cuando a menudo son las 8:32:58) y sale a toda prisa del monoambiente, con el permiso del coche, que se levanta con unos confusos ronquidos. Hasta ahí todo bien, entra dentro de lo previsible.

La carretera dura media hora. Es la cara de una cinta de cassette. Las manos en el volante, la mirada fija. La música es imprescindible para seguir el camino y deshacer los últimos bostezos. Pongamos la que sonó ayer, pongamos que sonó ayer Fragile de Sting.



Pero claro, no es la música más recomendable. Si esta canción despierta algo es la tristeza y eso no es bueno nunca. Aún no estamos convencidos de que estamos despiertos, no es bueno que nos perdamos en tristezas ni en divagaciones. Que se queden para otro momento. Por tanto, la música que suena es alegre, de tal manera que nos impulse a nuestro destino. Podría ser algo así como Modern Love de David Bowie.



O mejor aún, Hiri, ese vídeo tan delicioso de Kepa Junkera rodado dentro de un tren, con el paisaje corriendo mientras nos adentramos en la ciudad. Qué gusto despertar así.



Llegamos así al fin del primer trayecto. Entramos en el Palacio de las Ilusiones y repartimos buenos días por los cuatro puntos cardinales. Transcurre la mañana entre horas, pausas y descansos. Nos rodeamos de palabras, las soltamos también a los cuatro vientos y, a veces, tenemos la fortuna de que alguien entienda nuestra oratoria. Cuando no sucede así siempre queda el oasis donde nos reunimos con otros habitantes para exorcizar las penas. Qué sublime catarsis. Nos endulzamos con comidas prohibidas, recomponemos melodías, etcétera de etcéteras.

Y a todo esto resulta que estamos en la hora de la nueva partida (a la una o las dos o las tres, ya) y salimos del Palacio de las Ilusiones rumbo al monoambiente. Proceso inverso, música deletreada, ciudad, ciudad, carretera, sol. Pero claro, todo esto ahora es distinto, por eso está bien recordarlo en esta santa semana que nos espera.

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