15 de mayo de 2008

La suerte en la literatura

A menudo caigo en la evidencia de que en la literatura, como en otros aspectos de la vida, hay que tener suerte. Pongamos por caso que si la voluntad de Kafka hubiese sido cumplida al pie de la letra por Max Brod sólo se habrían salvado del olvido unas pocas obras: algún cuento como “El fogonero”, alguna novela más o menos completa como La metamorfosis y poco más. Ya se sabe que en vida Kafka tuvo un cierto éxito, pero insuficiente como para que hubiera recibido el reconocimiento que tiene hoy. Y muchos otros casos (Irène Nemirovsky, John Kennedy Toole…) de escritores rescatados por el pertinaz cariño de quien insistió en que alguien más fijara su atención en unas trabajosas palabras.
Pongamos un caso hipotético. El célebre Miguel de Cervantes halló por casualidad en el mercado de Argelia los papeles cuyo autor no tuvo la suerte de ser distinguido. Cervantes, que sí conocía a ese autor, envidió esa obra de tal manera que deseó haberla escrito. Años atrás había publicado La Galatea, una novela pastoril discreta, inferior a La Diana de Jorge de Montemayor, y su fama no podía rivalizar con la de Joanot Martorell (Tirant lo Blanc) o la de Garci Rodríguez de Montalvo (Amadís de Gaula), aunque fueran del siglo anterior, ni podría resistir el envite de Lope de Vega y de Francisco de Quevedo que, aunque jóvenes, ya circulan sus versos de mano en mano. De este modo Cervantes ve que podría aprovecharse de esa obra que ha llegado a sus manos y atribuírsela, algo no muy difícil de lograr, ya que en esa época los derechos de autor no existían ni de oídas. El autor firmaba la obra y listo, era suya. El resto ya puede imaginarse: el Quijote es un éxito y se traduce de inmediato a otras lenguas. Pero otros pueden apropiarse de su idea, como ha hecho él mismo, así que Cervantes decide escribir una segunda parte para seguir explotando el filón y, de paso, asegurarse que nadie se lo arrebatará.
La idea es una invención, un mero ejemplo. Sin embargo, en la revista Clarín un literato de cuyo nombre no puedo acordarme escribió un artículo en el que afirmaba que el verdadero autor del Quijote es Avellaneda, el que ha figurado como el apócrifo, y que la historia fue contada por el propio Avellaneda a Cervantes, quien no tuvo escrúpulos de apropiársela y de incluso ridiculizar a su confidente en la novela, de tal manera que no pudiera reclamar nada. Claro, a estas alturas quién va a reclamar algo. Ahora ya da igual quién tuviera razón: Miguel de Cervantes Saavedra escribió el Quijote. Y eso es todo. Si alguien (y con toda seguridad fueron muchos) creó alguna obra memorable en el siglo VI a.C. o ayer mismo, se habría perdido irremediablemente porque nadie más acertó a descubrirla.

2 comentarios:

chica hindú dijo...

Querido habitante...se dicen y se dirán tantas cosas sobre el autor del Quijote, que a esta altura cada uno crea lo que le viene en gana. Yo prefiero pensar que Avellaneda desde la sombra quedó deslumbrado con el primer quijote y sin miramiento alguno hizo una segunda parte, que por supuesto no tiene el mèrito ni la genialidad de la original.

Pero vos también, justo leés la revista de Clarín!!!
Saludos

Óscar Martín Hoy dijo...

Seguramente pasó algo así o quizás no, quizás lo mejor es que podamos inventarlo, como Borges cuando escribió "Pierre Menard, autor del Quijote". Claro que él, Borges deseó que su mayor invención fuera él mismo y se le recuerda más a él que a su propia obra, que ya es decir.