3 de enero de 2011

La vuelta a la vida en ochenta minutos

Una vez más me cruzo con un texto sobre Cortázar, en este caso el que escribe Juan Cruz en su blog sobre la relectura de sus obras (las de Cortázar, no las de Cruz, obvio) porque un amigo suyo le contó "que había vuelto a leer Rayuela, la novela mítica de Julio Cortázar, y que se le había evaporado el gusto que le produjo hace más de cuarenta años, cuando la leyó por vez primera." Juan Cruz no acaba de creer a su amigo pero como siente "un enorme respeto" por él prefiere cambiar de lectura y ocuparse del último volumen de las cartas y de La vuelta al día en ochenta mundos. Y habla de las lecturas por gusto y de las lecturas por obligación por aquello de que es difícil disfrutar algo cuando te mandan que lo hagas, y que es mejor hacerlo por gusto, porque se disfruta desde el deseo mismo de querer hacerlo. Muchas veces también he pensado que quienes dicen que no les gusta leer perdieron el gusto porque a un iluminado se le ocurrió que a un estudiante quemaría las horas con una novela de Galdós o se identificaría con la protagonista de Nada porque también es una estudiante, de hace sesenta años pero estudiante (por nombrar lecturas que tienen los alumnos de bachillerato de este año). Y sí, algo de cierto habrá en que es mejor leer por gusto. ¿Pero qué hay de los que leen por necesidad? Sólo así se puede explicar que, cada cierto tiempo, debamos volver a ciertos escritores, a esos libros que nunca están escondidos del todo, a las ideas o los personajes que aparecen cuando menos lo pensamos. Eso es lo que me pasa con Cortázar, que en cuanto me descuido ya está aquí de nuevo, y por eso digo feliz año nuevo y escribo:

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Asì la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

2 comentarios:

Noelia A dijo...

Es así, a mí también me pasa; con Cortázar y con Saramago. Con Cortázar cuando quiero salirme de lo literal, lo sistemático, lo tangible, cuando se necesita abrir un camino de tránsito aleatorio. Y con Saramago cuando necesito una palmada en el hombro, sólo me pasa con Saramago y espero no decepcionarme con ninguna obra suya.

Óscar Martín Hoy dijo...

Da la casualidad de que esta semana he terminado La muerte de Ricardo Reis. Sí, Saramago también es una referencia para mí y me acompañó en unos poemas que también he escrito en este tiempo. No me decepcionó, ni para leer ni para escribir.