14 de diciembre de 2014

A vueltas sobre Rayuela y Anna Karénina

Al cabo de unos días sigo pensando en las novelas de Tólstoi y de Cortázar porque siguen estando muy presentes. La huella de una buena obra es tan profunda en la memoria que lo convierte en clásico, es decir, que siempre está presente. Además en este caso se trata de novelas larguísimas, tanto que el otro día terminé Rayuela al cabo de dos meses y me parece corta si la comparo con Anna Karenina, porque de ésta aún me faltan trescientas cincuenta páginas. Ambas son novelas muy profusas, muy complejas. Y muy disímiles. Compararlas parece que sólo nos lleve a oponerlas. Basta con advertir las diferencias temporales (la novela de Tólstoi es de finales del siglo XIX, 1877; la novela de Cortázar es de mediados del siglo XX, 1963) para concluir en las diferencias estéticas. Pero es que además Cortázar justamente se propuso en Rayuela superar el modelo de la novela decimonónica del largo desarrollo lineal que sigue el lector obediente, conociendo poco a poco cómo son los personajes, su pensamiento y su entorno, observándolos en la distancia a través de una ventana, sin intervenir, sin protestar. El rollo chino, llamó a estas novelas.
Y sin embargo, con lo fácil que sería hablar de estas diferencias, prefiero buscar las afinidades.

Toda lectura paralela no deja de ser comparada a fin de poderlas leer al mismo tiempo por separado. En el caso de Rayuela y Anna Karénina hay una extraña afinidad que permite referirnos a las dos sin necesidad de oponerlas. Por eso a partir de ahora voy a hablar de las dos en singular, cuando atentan contra el mismo aspecto: la realidad. Y es que ahí tenemos la realidad, aunque no sepamos bien qué es. Sabemos de qué trata, eso sí. Y la realidad trata de lo que conocemos, o de lo que creemos conocer. Los personajes transitan por calles identificadas con un nombre exacto dentro de una ciudad, una gran ciudad como San Petersburgo, París, Buenos Aires. Y mientras transitan por esas calles o descansan en un hogar intentan subvertir las condiciones en las que deberían descansar en los hogares y transitar por las calles, ajenos a los cumplidos de quién dirá, qué dirá, por qué lo dirá.

Hay una hipocresía social en el momento en que aceptamos formar parte de la burguesía pero no sus impuestos. Sociales más que económicos, que también.

¿Por qué burguesía rimará con hipocresía?

La vida llena, la vida de la nevera llena, la panza llena, la habitación llena de luz y de abrigo y de color puede estar vacía si ha sido impuesta. Si más que impuesta ha sido resignada. Resignar no deja de ser volver a signar, volver a firmar, volver a firmar aquello que tuvo que ser así porque no lo vimos de otro modo, y entonces al rescate de la burguesía llega la psicología, con todos sus entramados para comprender el proceder de los personajes en los parajes que recorrieron a fuego lento y que no se van de la memoria, porque de algún modo la hirieron, y nos salvan del olvido, y nos reviven aquellos deseos de no aceptar todo lo que es cuando en realidad - y ahí está la clave - podría ser.

Luego vendrán la fatalidades y demás torpezas pero la resignación no es un designio, sino una señal de que algo se puede corregir, y ahí es cuando al corregir releemos, reescribimos.

A esto le falta algo. Pero no será hoy cuando lo diga.

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