19 de julio de 2016

Repeticiones




El silencio que viene después de la última canción resulta melancólico, como si la última nota aún estuviera suspendida en el aire y nos pidiera más, que la escuchemos, que no dejemos que se vaya, que nos dará más. David Bowie canta "I can't give everything away". Cuando termina la repito. Cuando vuelve a terminar la vuelvo a repetir. La melancolía se vuelve lamento. ¿Hasta dónde las palabras pueden condicionar el sentido de la música? ¿Hasta dónde las palabras conducen a una historia? La muerte de David Bowie me llegó mientras escuchaba su nuevo disco. Durante días me fui acercando poco a poco a Blackstar, como la negra estrella temible que era, con su primera canción, homónima al título, inquietante por la música hipnótica, el vídeo de la imagen de una venda tapando los ojos y mostrando otros ojos botón, la letra que luego describieron como premonitoria. Todavía me acerco con torpeza a ese primer tema. Y luego llegaron otros y se detuvieron en el de este vídeo. Pasó medio año desde entonces como pasaron los cinco minutos de la canción, cinco minutos y medio, más de cinco y medio, más de una vez, de una escucha. Y esa letra impotente sigue dando para más, todavía sigue diciendo que no puede darlo todo pero puede dar más. El silencio que sobreviene luego es insoportable. Por eso los reproductores de música incorporaron la opción repetir. Repetir, repetir de nuevo. En la repetición se puede dar el cambio. Incluso en la repetición se puede dar lo nuevo. Voy a borronear esto y luego sigo con el silencio que viene. Después.

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