25 de septiembre de 2008

Aprendices






Tiempo atrás, los habitantes se empeñaron en aplicar en nuestra gata el método de aprendizaje de Pavlov que éste usó en un perro. El método en sí consistió en provocarle al pobre animal (nos referimos al perro) un estímulo con un objeto arbitrario, que en ese caso fue relacionar la hora de comer con el sonido de una campanilla. De esta manera el experimento científico fue un éxito y se logró que el cánido comenzara a salivar hasta babear con el simple sonido campanudo.

En nuestro caso, nos propusimos reconducir la conducta de la gata-perra cuando enloquecía y asaltaba la casa, es decir cuando en cuestión de segundos se afilaba las uñas en los sillones, botaba de la cama a la pared y tiraba al suelo cualquier objeto de la mesita de noche; todo ello acompañado de inequívocos maullidos para atraer la atención de los habitantes. Pero los habitantes se ve que no eran capaces de apreciar las cualidades expresivas de la gata-perra, así que recurrieron al método de Pavlov de la siguiente manera: se empeñaron en relacionar la amonestación con una escoba.

El proceso se dividía en dos fases:

En primer lugar la escoba tenía que ser una amenaza. Eso fue fácil. Si algo no soportan los gatos (y menos la gata-perra) son las escobas, como también ocurre con las aspiradoras. Esos bichos inertes que se arrastran por el suelo devorando placton terrestre son tan monstruosos a la altura de un palmo que no hay quien resista su presencia. Para qué dar más detalles.

La segunda fase era más complicada. Se trataba de no tener que buscar la escoba cada vez que había que reprender a la gata-perra y por eso se pretendió aúnar significante y significado, de modo que los habitantes se dedicaron a atormentar a la gata-perra gritando ¡escoba, escoba! y esgrimiendo el objeto en cuestión, hasta que la víctima se rendía y salía huyendo.

Las pruebas iniciales fueron esperanzadoras. Al simple sonido de ¡escoba, escoba! la gata-perra dilataba sus pupilas y alzaba la cabeza, temiendo que en cualquier momento apareciera el temible depredador. Pero fue en vano. Enseguida la reacción de la paciente pasó a ser una mirada incrédula de "qué le pasa a éste" para enseguida convertirse en "andate a cagar". Un fracaso rotundo. Había que revisar las notas.

Hoy en día la gata-perra campa a sus anchas por la casa. Es la reina de la noche. Pero después de todo ha aprendido algo. Ahora es más sutil. Hace lo que quiere sin que nadie se dé cuenta.

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