8 de septiembre de 2008

Felicidad

Esta entrada no debería recordar a Coelho, Osho o Bucay, pero como tocará un tema afín a ellos no está de más avisar, no sea que demos pie a las confusiones.

Vamos allá, pues.

El chamuyo o la plática de hoy trata de algo tan trascendental como es la felicidad. Porque es terrible, nos han vendido la felicidad, nos han convencido de lo que es la felicidad y de lo que no lo es. ¿Quiénes? Yo, tú, nosotros, ellos. Las desinencias del sujeto son incapaces de aprehender ese fantasma que recorre el mundo llamado sociedad.

Lo que está claro es que la sociedad actual, tras las distopías de 1984, Un mundo feliz, Farenheit 451 y otras prudentes advertencias es una sociedad urbana y por tanto caótica. La ciudad actual perdió todo el sentido de la polis griega cuando se olvidó de la convivencia, que es el diálogo y, en esencia, pensar en el otro, en la existencia del otro.

Bueno, frenemos, que esto parece que vaya a estallar.

Me gusta ver la tele para apagarla enseguida. Es un vidrio, un espejo que sólo funciona al encenderse como una bola mágica. Lástima que el resultado sea era una vorágina de luces y cámaras epilécticas, cara-culo-cara-culo-culo-cara. Y quien dice la tele bien podría decir cualquier otra cosa, ése sólo es el ejemplo inmediato, de más a la vista. Dicho de otra manera: la sociedad actual está enferma y contagia todo lo que toca. Así, lo que debería ser cotidiano se convierte en extraordinario y sorprende como si fuera la primera vez que ocurre: saludar al vecino, sonreír al portero, devolver la tarjeta de crédito al que estuvo antes que nosotros, desear los buenos días, dejar pasar a quien coincide con nosotros en una cola o una puerta y más y más. Estas acciones sorprenden tanto al que las recibe que nos mira como diciendo, "ah, pero si habla". Y se extraña de que haya alguien como nosotros, como todos nosotros, ya dando por sentado aquello de que nadie te regala nada y que la vida hay que ganársela con el sudor de la frente. ¿Pero en qué momento nos dejamos engañar? ¿Cuándo nos olvidamos de lo que verdaderamente importa? Porque no es nada de esto que he mencionado - ni siquiera la felicidad - sino que cada uno sabe lo que es sin necesidad que nadie se lo recuerde. Es tan fácil la vida.

Fin del discurso. Olvide estas palabras y escriba las suyas.

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