9 de octubre de 2008

Crisis

En solidaridad con la crisis financiera mundial, los habitantes se suman a ella con la súbita recesión de sus fondos. Parece debido a un duplicado de la tarjeta, a una estafa o quizás, sencillamente, a la mediocridad del sistema, entendido como sistema económico y sobre todo social que conmueve a la humanidad.

Esta mañana hemos leído una nota que encajó con el tema de tal manera que pidió ser reproducida. Aunque quien crea en las casualidades es quien desconoce los motivos. La cita, pese a ser un poco larga, vale la pena reproducirla:

"Hay valores rivales. Son por ejemplo: el poder político, que no siempre está de acuerdo con el valor espíritu, el valor seguridad social, y el valor organización del Estado.
Todos esos valores que suben y bajan constituyen el gran mercado de los negocios humanos.
Entre ellos, el desdichado valor espíritu casi no deja de bajar.
La consideración del valor espíritu permite, como todos los valores, dividir a los hombres según la confianza que pusieron en él.
Hay hombres que depositaron todo, todas sus esperanzas, todas sus economías de vida, de corazón y de fe.
Hay otros que se le han consagrado mediocremente. Para ellos, es una inversión sin demasiado interés, sus fluctuaciones les interesan muy escasamente.
Hay otros que se preocupan extremadamente poco por ellas, que no pusieron su dinero vital en este negocio.
Y por fin, hay que confesar que están quienes lo hacen descender lo más posible." (Paul Valéry: “La libertad del espíritu”, p.29)


Entonces es así, es evidente. Muchos hablan de crisis pero las verdaderas pérdidas, las pérdidas irreparables, de ésas no se habla. Me refiero a las que trascienden del carácter de uno mismo, de lo que nos convierte en simpáticos, agradables, queridos, buscados. El valor de una persona no tiene medida ni cuenta corriente, el verdadero valor de una persona consiste en hacer sentir mejor a las otras personas, es decir, en mejorarlas del mismo modo en que uno mismo sana sus imperfecciones de la basura del ser íntimo y común. Es decir, en este sentido de otra nota de Valéry, del mismo texto, copiada poco después:

"El hombre que tiene un empleo, el hombre que gana su vida y que puede consagrar una hora por día a la lectura, la haga en su casa, en el tranvía o en el subte, la hora es devorada por las noticias criminales, necedades incoherentes, chismes y los hechos menos diversos, cuyo desorden y abundancia parecen concebidos para atontar y simplificar groseramente los espíritus." (p.47)


Esa mediocridad es la que no nos deja ser como deseamos, es esa misma mediocridad la que impide expresar estas mismas palabras (porque estas palabras no bastan y hay que recurrir a las de Valéry), pues el concepto de mejorar es muy vago. Bastaría con abrir una puerta, servir una comida, escribir algo que magnifique al lector, hacerle sentir eso que también, de forma vaga, llamamos ser especial. Y, por fin, ser digno de recibir las gracias, al margen del sentido social, económico, religioso, ecuménico, tópico y teórico-práctico de la vida, con todo su sentido.

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