3 de octubre de 2008

La música por la mañana

Hoy me he despertado John Lennon. No sé si os pasará que a veces, de repente, una canción se os pasea por la mente sin motivo alguno, de tal manera que se sucede a medida que salimos de la cama, damos los primeros pasos al baño, nos duchamos, nos vestimos, desayunamos, hacemos todos esos ritos cotidianos y la canción sigue latiendo en nuestra mente. Si tenemos suerte conservaremos la sensación durante horas, si es que no hay un ruido (es decir una voz, una noticia, una estridencia cualquiera) que raye el disco como nos han mostrado en las películas. Claro que apenas ya quedan discos, pero el efecto en el mp3 no deja de ser igualmente terrible.

Bueno, eso es lo que ha ocurrido hoy, salvo que aún no ha venido ningún ruido a importunarme.

A mí no me gusta especialmente la música de John Lennon ni la de los Beatles ni la de sus epígonos con mejor o peor fortuna. Los considero unos músicos sobrevalorados. Compusieron un puñado de buenas canciones, está bien. Impusieron una estética, fueron más famosos que Jesucristo, de acuerdo. Pero no tienen el estatus de genio (en realidad habría que pensar a qué pocos se les puede aplicar ese calificativo) y cuando escucho una de sus canciones, en el mejor de los casos no me produce más que una sensación de bienestar que en modo alguno es comparable a la de otros músicos.

Pero hoy me he despertado con una canción de John Lennon bailando en mi cabeza, así que he ido al ordenador, la he puesto y esa canción ha llamado a otras similares porque ha estado bien escucharla, no para derretirse como el queso ni para derramarse como la leche pero bien, todo bien. Entonces he escuchado ésta:



Y sí, me he sentido bien. Como si no fuera posible estar de otra manera. Creo que esto es lo mejor que se puede decir de una música: que te haga olvidar las basuras de otros días y no haya más alegría ni más dolor que el de esa música, con toda su carga emotiva. Es pensar en el rincón, en la figuración, en la sensación, en el botón, en la fusión, dónde termina lo soñado, dónde lo vivido si esto no es ganado ni perdido, si esto ya tiene un cierto ritmo de...

Esa música me conduce a otra que prolongue el afecto, ahora que tengo las defensas bajas una sobre el amor, y que lo sienta again and again and again.



Y siguiendo con el amor, de allí surge el hijo, el hijo imaginado.



Para, de alguna manera, llegar a un karma instantáneo.



Lástima que dure poco esa sensación. Tan poco que, sin ruido alguno, se haya diluido antes de que terminara esta mudanza. Esperaré que vuelva pronto.

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