16 de febrero de 2009

Sin palabras (de más)

"Mi voz, hablada o escrita, ya no se escuchará más", anuncia António Lobo Antunes en las declaraciones que leo en este artículo. El motivo parece ser "que escribir es muy difícil y cada vez le resulta "más complicado" hacerlo." Pero ¿puede un escritor dejar de escribir? Porque en realidad estas palabras podrían entenderse como que Lobo Antunes no va a publicar más, que es algo muy distinto, o hay que tomarlas tal cual las ha dicho.

No sé qué intenciones tendrá Lobo Antunes con esta negación. No es el primero. Hay tantos antecedentes (Juan Rulfo, Arthur Rimbaud, Juan Carlos Onetti...) que hasta Enrique Vila-Matas publicó la novela Bartleby y compañía sobre los escritores que decidieron no escribir más.

Yo no podría.

Renunciar a la escritura es renunciar a la vida, es como si decidiera no respirar más. Cuando escribo no lo hago sólo para mí sino sobre todo para quien quiera leerme o escucharme. De una manera egoísta quiero dar placer con mis palabras, necesito que gusten, que alguien se asombre y se conmueva ante ellas y me pida más. Es una manera extraña de entender el egoísmo desear hacerle bien a los demás (más bien se entiende por egoísmo no pensar en los demás), pero no deja de ser cierto que cuando uno escribe lo hace solo y en ese momento no existe nada más que la voluntad de transformar en palabras visibles los vagos pensamientos; y si uno logra aproximarse lo suficiente a ese deseo como para transmitirlo a alguien más entonces se sentirá comprendido, se sentirá acompañado, se habrá liberado de la torpeza de ser uno mismo y no otra persona. Dicho de otra manera: a quién le importaría que ahora esté lloviendo, que el tráfico ilumine levemente las calles, que los amores pasen o se queden si no lograra entender qué es llover, qué es la luz del tráfico en la calle, qué es amar.

Entonces escribo para ser alguien, para ser yo mismo, para ser el otro. Me gustaría ser la música que escucho y la literatura que leo, que sientan otros (aunque sean pocos) lo que otros me han hecho sentir. Si en algún momento no lo hago, si no puedo hacerlo más, para qué vivir, para qué existir. Por eso no podría renunciar a la escritura, por eso puedo soportar el sentido y el sinsentido de las cosas. Y aunque no haya que decir nada más siempre haya algo más que decir.

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