1 de marzo de 2009

Morente en Buenos Aires

Recién despierto, aún con los ojos entrecerrados, vienen y rondan las criaturas de la noche. Quiero aire, aún quiero aire, no guarda aire, con las piernas cruzadas, no duerme nadie, por el cielo nadie, por el mundo nadie, ciudad sin sol arrullada por el increíble canto que susurran las esquinas. La cara recién lavada, el agua... ah, pero sí, se trata de Enrique Morente en la Avenida de Mayo como la noche interminable, cuando se escuchó al Morente para poder irse tranquilo con unos cantes más flamencos, parecía un flamenco ortodoxo sin pisar la hierba, con pulso firme, hasta que se rompió el silencio, que no lo sientan, que no lo sientan, tengo un guante de mercurio y otro de seda y otro de seda, se cayeron las estatuas al abrirse la gran puerta. Y la puerta se abrió a golpes de guitarra eléctrica y de los quejidos de la voz. Omega.



El que fue con el corazón roto se encontró con los dedos de la aurora, yo me sentaré sobre su mano, cuando el redoble de la luz venga por los ecos arrancados a las piedras. La fatiga blanca y con plumas se me recuesta en la mirada, pero laten los tambores. Y ayer, y ayer también y a hierba de nuevo en las veredas bajaban las palmas. Por la mañana, recién afeitado y duchado, las piernas parecen salir a las calles tiernas y eternas bajo la luz de un nuevo día.

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