10 de marzo de 2009

Notas al vuelo

A veces, para desmigajar los convencionalismos y los estereotipos, los habitantes subvierten el orden recto de las cosas y se comportan como debería ser en lugar de como debe ser. Así sucede cuando, en un gesto inesperado, los habitantes hablan a los demás como personas en lugar de como camareros, pasajeros, porteros, kiosqueros, todos los eros de la verdadera esfera cotidiana. Entonces, en la inmediatez de lo inesperado, el interpelado resta inmóvil (que no impasible) ante esa sutil invasión de la intimidad. Hay que hacer eso con mucha delicadeza para no causa situaciones embarazosas o malentendidos. Todo tiene que estar explicado en ese acceso piantado, que hay mucho loco suelto por el mundo, a ver qué quiere éste que me mira y me habla así, qué le pasa, qué se tomó. Todo tiene que ser muy rápido, por tanto, pero no demasiado, justo en su medida en su deliverada improvisación. Pongamos los dos ejemplos más recordados y listo.

Fueron situaciones parecidas. Uno de los habituales encuentros fugaces (uno de los más tentadores) es de los breves parloteos con los camareros. O más bien las camareras, que son más accesibles o más expresivas. La cuestión es que aquella camarera que nos sirvió un helado lo hizo con una permanente sonrisa que no iba dirigida a nadie más salvo a sí misma, y que por ese motivo se expandía por todos los rincones. Los habitantes la miraron cómo venía y devenía entre las mesas con esa sonrisa postal, y entonces surgió el impulso de agradecer ese buen día. Pero con cuidado, no fuera que ella se lo tomara como agua sucia y viera al habitante como a un seductor. Entonces está el recurso del papel, una nota discreta sobre la mesa y ella la leerá cuando retire los platos. ¿Pero y si fuera otro camarero? Había que entregársela en mano, junto con el pago de la cuenta. La nota en sí, algo tonto y fugaz, sin pretensiones, algo así como "esta nota es para que tu sonrisa se prolongue por más tiempo". Ella la tomó junto con los billetes, pero no la advirtió hasta la caja, cuando un compañero se la mostró entre risas. Arrrgh error. Ella no tenía más remedio que volver por el cambio y lo hizo de forma apresurada, con la cabeza baja, dejándolo sobre la mesa.

El otro caso fue también una nueva vergüenza pero del habitante, turbado por el episodio anterior, aunque hubieran pasado años entre varias situaciones. Pero también se trataba de una camarera, también tenía una inequívoca expresión en la cara (no de alegría, de una tristeza infinita) y el impulso enmudeció las dudas y las timideces. A fin de evitar los riesgos, la situación fue como sigue: el habitante le pidió papel y bolígrafo (birome) y al cabo de un rato se los devolvió con una nota del tipo: "Puede parecer desubicado, pero me ha parecido que estabas muy triste y quisiera animarte. Por eso te escribo esto, con esa única intención, no quisiera que me malinterpretaras pensando otra cosa. Un saludo". En esta ocasión ella no tuvo más tiempo que decir "ah, me llevo también papel", "sí, el papel también", se le contestó dando media vuelta y saliendo de la cafetería para no mirar atrás.

Y bueno, metidos, ridículos, delicadamente estúpidos, los habitantes de vez en cuando sacan las palabras a la realidad. Y aquellos con los que se crucen puede que las sufran.

2 comentarios:

Noelia A dijo...

Es cierto, las personas funcionamos, casi mecánicamente, en pos a roles, abandonamos uno para meternos en otro. Cuando estos roles de alguna manera se superponen haciendonos notar que, de todas formas somos uno solo, una sola persona partida en infinidad de actitudes, nos sentimos confundidos.
Además, hay otra cosa: cuando la actitud de la evasión e ignorancia hacia el otro es la más común, se hace también normal que asi sea, digo que andemos apurados por la vida, cada cual metido dentro de sí mismo, zambullido en sus propios pensamientos, ¿hablando solo quizás?
Buen texto, invita a reflexionar.

Óscar Martín Hoy dijo...

Bueno, en cierto sentido un blog es hablar sólo con uno mismo, sólo que como lo publicamos puede acercarse quien quiera a visitarnos y quizás a acomodarse a nuestros pensamientos. Me alegra que los míos te inviten a quedarte y además a reflexionar, qué más puedo pedir.