8 de abril de 2009

La vida mandala (a...)

Ahora resulta que van a publicar las cartas que Julio Cortázar escribió a Carol Dunlop y ambos a su traductora al serbio Silvia Monrós-Stojakovic, y diarios como El País y Público lo celebran como un acontecimiento editorial. Ante esto es para pensar que estará bien visto expoliar a los muertos y más si son de prestigio, pues no podrán replicar ni conmoverse tanto si se les beneficia o se les perjudica. En el caso de Cortázar parece que están de moda ciertas actitudes contrarias frente a su vida y a su obra. A su vida se la ensalza, se le da un valor entrañable y por eso, para que el efecto sea completo, hay que documentar desde su primer hasta su último suspiro, qué calles pisó, dónde se alojó, dónde estudió, dónde dio clases, cómo es él, en qué lugar se enamoró, a qué dedica el tiempo libre. Como un intento (vano, por supuesto) de ponerse en su piel (esa metonimia tan obscena) y sentir lo mismo que sintió él, ya que fue un ser humano excepcional y así deberían serlo todos, al menos en su actitud frente a la vida, frente a la realidad, frente al mundo devorador de su propio ombligo. Así, se han publicado las biografías parciales o totales de Mario Goloboff, Miguel Herráez, Cristina Peri Rossi, Eduardo Montes-Bradley, Jaime Correas.

En cuanto a su obra, no deja de sorprender que pase lo contrario: no son pocos los críticos que lo denigran con un cinismo y una arbitrariedad que asusta, incluso cuando en esa misma crítica poco antes o poco después digan lo contrario y lo alaben hasta el cansancio. Sin entrar en detalles (no vale la pena darle más bolilla), tal es el caso de Claudio Martyniuk, de Estela Cédola y de César Aira. Como si dijéramos: "sí, es bueno, pero no es para tanto". O: "no lo soporto pero me encanta". O vete a saber qué, si es que esto tiene una explicación, si es que hay que explicarlo todo.

Hacemos una pausa para dar de comer a la gata (algo que le importaría más a Cortázar que todo esto) y volvemos.

Listo, ya hemos vuelto. Es lo que tiene la palabra escrita, que trata el tiempo como le da la gana. Sigamos, pues. ¿De qué iba todo esto? Ah, sí, de la publicación de las últimas cartas que escribieron Julio el Lobo y Carol la Osita. ¿Por qué, para qué leerlas? ¿Para saber cómo se sentían en los últimos años de sus vidas? ¿Para descubrir textos inéditos? Hay algo de mórbido en esta operación, algo que se alimenta de la mala curiosidad, no la de la gata, otra curiosidad, la curiosidad viciosa de, pongamos, un periodista que prefiere tomar la foto de un moribundo antes de ayudarlo. Cortázar (o, quien lo prefiera, Julio) publicó lo que tenía que decir y si la recuperación de un texto literario desechado podría aceptarse suponiendo un cambio de opinión del autor (que, por lo que sea, decida por fin publicarlo) en estas cartas no habrá más que dolor. El mismo dolor del Post-scriptum de Los autonautas de la cosmopista, que sí valía la pena ser publicado y leído y llorado.

Lector, tal vez ya lo sabes: Julio, el Lobo, termina y ordena solo este libro que fue vivido y escrito por la Osita y por él como un pianista toca una sonata, las manos unidas en una sola búsqueda de ritmo y melodía.
Apenas terminada la expedición, volvimos a nuestra vida militante y partimos una vez más a Nicaragua donde había y hay tanto para hacer. Carol reanudó allí su trabajo de fotógrafa mientras yo escribía artículos para mostrar en todos los horizontes posibles la verdad y la grandeza de la lucha de ese pequeño pueblo que infatigablemente continúa su viaje hacia la dignidad y la libertad. También allí encontramos felicidad, ya no solos en los paraderos del París-Marsella sino en el contacto diario con mujeres, hombres y niños que miraban como nosotros hacia delante. Allí la Osita empezó a declinar víctima de un mal que creíamos pasajero porque en ella la voluntad de la vida era más fuerte que todos los pronósticos, y yo compartía su coraje como siempre compartí su luz, su sonrisa, su enamorada vivencia del sol, del mar y de la esperanza en un futuro más hermoso. Volvimos a París llenos de planes: terminar el libro, dar sus derechos de autor al pueblo nicaragüense, vivir, vivir todavía más intensamente. Siguieron dos meses que nuestros amigos llenaron de cariño, dos meses en que rodeamos a la Osita de ternura y en que ella nos dio cada día ese valor que nos iba abandonando. La vi emprender su viaje solitario, donde yo no podía ya acompañarla, y el 2 de noviembre se me fue de entre las manos como un hilito de agua, sin aceptar que los demonios dijeran la última palabra, ella que tanto los había desafiado y combatido en estas páginas.
A ella le debo, como le debo lo mejor de mis últimos años, terminar solo este relato. Bien sé, Osita, que habrías hecho lo mismo si me hubiera tocado precederte en la partida, y que tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta este punto de vista, Cortázar esta de moda y cuando se trata de moda nadie se detiene en las virtudes y talentos, solo en re-ditar, lucrar, desembolsar y al fin y al cabo cagarla...

saluditos!

Óscar Martín Hoy dijo...

Tal cual. Lo malo de los libros es cuando quieren que los compres, no que los leas.