Pero entonces surge el pensamiento. El propio pensamiento. El propio deseo. Y entonces cambia todo. Todo admite réplica y las certezas buscan otro ritmo:
Y sé... Si acerco el oído no podré escuchar el mar.
¿No ves? Tan sólo aquel ruido que aceptamos por verdad.
¿Y si el ruido es todo lo que sé?
Un ruido que hasta el silencio ve.
Huyamos hoy, antes de las diez.
Si huimos hoy, no enloqueceré.
Y entonces aún podremos fugarnos con la música. Que habrá dejado atrás el ruido. Que podrá dejarnos escuchar el mar.
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