
Edward Hopper: Morning Sun.
¿Cómo será levantarse en los lugares donde nunca he estado? ¿Será la misma luz, la misma ventana? ¿O, aunque en apariencia el despertar y el sol sean los mismos, serán distintos la mirada y el reflejo?
A pesar de los numerosos viajes que he hecho soy de los que no pueden dormir a gusto si no es en mi cama. Ya pueden darme una muy cómoda, mullida, arropada, caliente, silenciosa: hay un temblor dentro de mí que me impide caer en el sueño profundo, como si de repente sorprendiera a una visita intempestiva en la casa de mis anfitriones o alguien fuera a abordar la habitación de mi hotel.
Durante mucho tiempo esa sensación fue mórbidamente intensa. Tanto si me hubiera acostado temprano como si acabara de meterme entre las sábanas, me despertaba a las seis en punto. Sin posibilidad de retrasarme ni adelantarme ni un solo minuto. No podía evitarlo ni cambiando la hora del reloj. Esto que podría parecer una ventaja para nunca llegar tarde era un verdadero fastidio cuando me esperaban dos o tres horas después. Y yo, que nunca he sido de madrugar, no tenía más opción que de encontrarme con mis pensamientos a falta de poder salir de la habitación o de recurrir a los libros o la música.
Así nacieron muchas páginas que ya no recuerdo. O sólo las recuerdo en los sueños. O sólo en las vigilias.
Por suerte creo que ya cambié esa costumbre tan desagradable. Pero quizás haya que agotar las mañanas de los lugares que aún me esperan para que me reciban, para que me hagan sentir como en casa, como en mi cama.