28 de marzo de 2009

A cuatro manos (2)

Caminó por el bulevar de una ciudad
que parecía extraña, si bien es cierto que la luz
ayudaba a la paciencia cuando sucedía
lo mismo que ayer. Es un decir,
la suerte era más difícil que sacar
poker cuando la partida estaba por comenzar
a ponerse a preguntar por qué.
Entonces decidió que ya era hora de
pensar menos y hacer más como le
decía cualquier cosa, más que nada para
poder pensar todos sus sueños
otra vez como al principio, si es que
es posible dibujarlos y ponerle
color borravino, como los días nublados
de los tonos, los tornasolados, con
brillo entrevisto en la mirada.
Entonces pensó y hasta gritó...
¡Maldita rana!

19 de marzo de 2009

Notas para una novela

Una narración comienza de manera abstracta. Al principio los personajes son borrosos, casi impersonales, incluso para el que los describe es una incógnita cómo se realizarán. Luego, a medida que nos acercamos a ellos, se definen y se muestran tal como son de la misma forma en que conocemos a alguien. Sólo permanecerán si realmente son importantes para nosotros. Puede que también veamos en ellos nuestras imposibilidades, que aparecen donde menos lo parecen: La costumbre y el no cambiar fácilmente una ley aceptada es el título de un ensayo de Montaigne, justamente el de esta mañana. Y en un periódico Gilles Lipovetsky no duda en afirmar que "El colapso hipermoderno no es el vacío absoluto. El universo se ha vuelto más nihilista, pero a la vez se reivindican los derechos del hombre, abunda el voluntariado y la moral no ha muerto. Junto a un hombre cínico surge otro más responsable. Por eso el futuro está abierto. Hay contradicciones, luego queda esperanza".

Habría que escribir una novela con unos personajes que deambularan en sus propias impotencias, incapaces de resolver eso que se llama qué hacer con la vida, confrontados (que no enfrentados) con otros más prácticos, casi felices, aunque ni unos ni otros sean capaces de cambiar la costumbre degenerativa, pero tengan un futuro abierto, sin entrar en elementos autobiográficos, aunque es muy difícil que exista un texto en el que el autor no se esté construyendo a sí mismo. Uno está tentado a empezar a pensarlos, hay tantas posibilidades, tantas actitudes, que no admitirían una clasificación, por utópica que fuera. Quién sabe, las notas son recordatorios, quién sabe qué saldrá en los tiempos futuros, pero sin duda mucho más de lo que aquí se cuenta.

16 de marzo de 2009

Diferencias de lo mismo

La misma ventana, la misma vista, la misma foto repetida una y otra vez hasta el infinito. Por la mañana. A media tarde. Por la noche. El tráfico es un río que se multiplica, decrece y enseguida vuelve a fluir. Lo vemos, desaparece. Un coche, un colectivo, un taxi, una furgoneta anónimos que podríamos ver cada día sin darnos cuenta. La vuelta al día en ochenta mundos.

Sin embargo esta vez hay cambios más sensibles. Vino el frío como una premonición de otro frío más seco, otro frío más frío y distante, el frío europeo. Y también como recuerdo de Europa se atrasó una hora el reloj, con la inevitable sensación de estar llegando tarde adonde uno vaya; se adelanta el despertar, se retrasa el dormir y aún resuena el eco de otra música, oscuro preludio de la marcha.

Pero no hay que ponerse lúgubres por estos cambios circunstanciales. A fin de cuentas los cambios pronto dejan de ser novedad y ya pensamos en el próximo cambio, que quizás altere sutilmente la sensación de lo ya venido por sabido y nos transforme partiendo de lo más mínimo. Basta con el propósito de mantener lo que nos gusta y modificar lo que no. Esto es tan fácil de discernir que enseguida juntamos una enumeración de lo que vale la pena. Como tomar un capuchino en Volta, ver una película comiendo sushi, pedir un helado de gustos irreconciliables a Spumone (y que el que lo trae demuestre un perpetuo agradecimiento por cualquier tipo de propina), hojear una torre de libros en el Ateneo tomando un té, recibir en Acuarium el desayuno sin pedirlo (una lágrima y tres medialunas; sonrisas y lágrimas, cuac) de parte de Tito y luego saludar a Omar para que diga "me alegro de verle, señor, cómo anda" y se despida con "que sigan bien"... pero mejor no seguir más por ahí, el recuerdo convoca la melancolía y de ésta a la tristeza hay hasta un lazo familiar. Che, qué porteño se puso esto. Clac, cortar de golpe, vuelta a la realidad, alguien está haciendo obras en el edificio, por qué tanto golpe, por qué.

10 de marzo de 2009

Notas al vuelo

A veces, para desmigajar los convencionalismos y los estereotipos, los habitantes subvierten el orden recto de las cosas y se comportan como debería ser en lugar de como debe ser. Así sucede cuando, en un gesto inesperado, los habitantes hablan a los demás como personas en lugar de como camareros, pasajeros, porteros, kiosqueros, todos los eros de la verdadera esfera cotidiana. Entonces, en la inmediatez de lo inesperado, el interpelado resta inmóvil (que no impasible) ante esa sutil invasión de la intimidad. Hay que hacer eso con mucha delicadeza para no causa situaciones embarazosas o malentendidos. Todo tiene que estar explicado en ese acceso piantado, que hay mucho loco suelto por el mundo, a ver qué quiere éste que me mira y me habla así, qué le pasa, qué se tomó. Todo tiene que ser muy rápido, por tanto, pero no demasiado, justo en su medida en su deliverada improvisación. Pongamos los dos ejemplos más recordados y listo.

Fueron situaciones parecidas. Uno de los habituales encuentros fugaces (uno de los más tentadores) es de los breves parloteos con los camareros. O más bien las camareras, que son más accesibles o más expresivas. La cuestión es que aquella camarera que nos sirvió un helado lo hizo con una permanente sonrisa que no iba dirigida a nadie más salvo a sí misma, y que por ese motivo se expandía por todos los rincones. Los habitantes la miraron cómo venía y devenía entre las mesas con esa sonrisa postal, y entonces surgió el impulso de agradecer ese buen día. Pero con cuidado, no fuera que ella se lo tomara como agua sucia y viera al habitante como a un seductor. Entonces está el recurso del papel, una nota discreta sobre la mesa y ella la leerá cuando retire los platos. ¿Pero y si fuera otro camarero? Había que entregársela en mano, junto con el pago de la cuenta. La nota en sí, algo tonto y fugaz, sin pretensiones, algo así como "esta nota es para que tu sonrisa se prolongue por más tiempo". Ella la tomó junto con los billetes, pero no la advirtió hasta la caja, cuando un compañero se la mostró entre risas. Arrrgh error. Ella no tenía más remedio que volver por el cambio y lo hizo de forma apresurada, con la cabeza baja, dejándolo sobre la mesa.

El otro caso fue también una nueva vergüenza pero del habitante, turbado por el episodio anterior, aunque hubieran pasado años entre varias situaciones. Pero también se trataba de una camarera, también tenía una inequívoca expresión en la cara (no de alegría, de una tristeza infinita) y el impulso enmudeció las dudas y las timideces. A fin de evitar los riesgos, la situación fue como sigue: el habitante le pidió papel y bolígrafo (birome) y al cabo de un rato se los devolvió con una nota del tipo: "Puede parecer desubicado, pero me ha parecido que estabas muy triste y quisiera animarte. Por eso te escribo esto, con esa única intención, no quisiera que me malinterpretaras pensando otra cosa. Un saludo". En esta ocasión ella no tuvo más tiempo que decir "ah, me llevo también papel", "sí, el papel también", se le contestó dando media vuelta y saliendo de la cafetería para no mirar atrás.

Y bueno, metidos, ridículos, delicadamente estúpidos, los habitantes de vez en cuando sacan las palabras a la realidad. Y aquellos con los que se crucen puede que las sufran.

7 de marzo de 2009

A cuatro manos...

y a media tarde, sin ornamentos...

Desde la ventana, como todas las
mañanas limpias de cada día, cuando,
sorpresa, no se lo esperaba, decidió
entonces llegaron las bebidas y nos refrescamos
como le había enseñado su padre y su
abuelo, pero no el de las medialunas de Maipú,
sino todo iba a terminar sin tiempo
para escapar de la monotonía cotidiana, y aún
quedaba el recuerdo de toda la historia
perfecta, pues todo día tiene su noche
que se va a escapar por la ventana.

6 de marzo de 2009

Prohibido aburrise

...

...

...

No, basta ya, no podemos aburrirnos, quién se aburre hoy, quién puede aburrirse con la cantidad de cosas que te atacan a cada momento. Es imposible aburrirse como es imposible estar en silencio absoluto, que ya habrá alguien, el vecino, el teléfono, el ventilador o cualquier otro accidente que se encargue de que no estés en la calma absoluta. Hay tantas interferencias que no es fácil discernirlas y los estímulos se sobrestimulan, crecen y sobrecrecen como la imperiosa necesidad de hacer algo, pues quien no lo está haciendo parece condenado a la maldición de aburrirse y eso no puede ser, adelante, adelante, apenas tenemos tiempo de pensar y de asimilar pero no podemos parar, como si de eso dependiera nuestra vida líquida, tenemos la sensación de perdernos algo importante, algo irrepetible en la tele o en la calle o en los diarios o en internet, de algo que con solemnidad se afirma que está pasando y como te lo pierdas vas a querer matarte porque va a ser histórico, así que corre, haz algo más.

Viendo que no se puede perder el tiempo no haremos un largo discurso para no ser aburridos, que nadie nos confunda con moralizadores. Simplemente daremos dos enlaces, por si, después de todo, alguien sufre la tentación de aburrirse con más letra junta de la que aquí encuentra:

http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2007/04/descarga-de-libros-completos.html

http://geniomaligno.com.ar/?page_id=6

5 de marzo de 2009

Más sobre escribir

Hace unos días, un buen amigo, en cuya opinión siempre confío, leyó uno de mis cuentos al poco tiempo de haberle dejado una copia, y nada más verme me dijo sin reservas: "ya lo he leído, está muy bueno". Y a partir de ahí pasamos a comentar los detalles que recordábamos en ese momento. Yo sé qué calidad tiene ese cuento, no voy a fingir falsa modestia y no me parece soberbia aprender a reconocer el valor de lo que uno hace; y sin embargo no deja de entusiasmarme que alguien más (y sobre todo alguien a quien aprecio) pueda conmoverse ante algo que he hecho yo. A fin de cuentas, ¿qué otra cosa mejor puede esperarse de uno mismo? Esto es el arte y se aplica tanto para la literatura, la cocina o para cualquier otro hecho que logre precisamente eso, conmover. Cuando al hacedor, el poeta en su sentido original, se le pregunta qué es poesía no tiene más remedio que contestar, con toda la lógica: ¿y tú me lo preguntas? Poesía eres tú. Lo demás son excusas para esperar que deje de llover o para atreverse a salir a la lluvia.

Bueno, esto no tiene que ver con que aquí o en otro lugar, uno pueda escribir cualquier tontería que se le pase por la cabeza y hacerla pasar por buena, pero no demasiadas, no sea que sucumba a la diosa de los desiertos. Ya se sabe, el día tiene aproximadamente veinticuatro horas y las tonterías abundan por centímetro cuadrado. Sin ir más lejos, lo que tengo más a mano es una nota de Chéjov:

"Un funcionario se decidió a llevar una vida singular. Una chimenea muy alta en su dacha, un pantalón verde, un chaleco azul, un perro teñido, cena a medianoche. Una semana más tarde, volvió a ser el mismo."

1 de marzo de 2009

Morente en Buenos Aires

Recién despierto, aún con los ojos entrecerrados, vienen y rondan las criaturas de la noche. Quiero aire, aún quiero aire, no guarda aire, con las piernas cruzadas, no duerme nadie, por el cielo nadie, por el mundo nadie, ciudad sin sol arrullada por el increíble canto que susurran las esquinas. La cara recién lavada, el agua... ah, pero sí, se trata de Enrique Morente en la Avenida de Mayo como la noche interminable, cuando se escuchó al Morente para poder irse tranquilo con unos cantes más flamencos, parecía un flamenco ortodoxo sin pisar la hierba, con pulso firme, hasta que se rompió el silencio, que no lo sientan, que no lo sientan, tengo un guante de mercurio y otro de seda y otro de seda, se cayeron las estatuas al abrirse la gran puerta. Y la puerta se abrió a golpes de guitarra eléctrica y de los quejidos de la voz. Omega.



El que fue con el corazón roto se encontró con los dedos de la aurora, yo me sentaré sobre su mano, cuando el redoble de la luz venga por los ecos arrancados a las piedras. La fatiga blanca y con plumas se me recuesta en la mirada, pero laten los tambores. Y ayer, y ayer también y a hierba de nuevo en las veredas bajaban las palmas. Por la mañana, recién afeitado y duchado, las piernas parecen salir a las calles tiernas y eternas bajo la luz de un nuevo día.