26 de julio de 2011

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Como si fuera una historia, un avestruz no puede ver la solución porque los problemas son la tierra que tapa su cabeza, pero no por cobardía sino por su propio peso. Entonces el avestruz, angustiado, no tiene más remedio que inclinar su cuello y perder su verticalidad para ser un ridículo emplumado. Habría que removerle la tierra, correrla a un lado para que levante cabeza y recupere su velocidad. Por ahí el poeta ya no es un albatros ni un cisne sino un avestruz que ya no vuela ni nada, sino que debe correr a ras del suelo para eludir los nuevos árboles y crear su velocidad de las cosas. Algo así podría ser.

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